¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

jueves, 9 de febrero de 2012

Los orígenes de la devoción rociera

La aldea almonteña de El Rocío se convierte anualmente, y durante unas fechas determinadas, en un destacado centro de culto y religiosidad de toda la Cristiandad, ya que, si bien la llegada de fieles a la ermita rociera no cesa durante todo el año, este núcleo aldeano se ve implementado, durante los días de celebración de la Romería, por un ingente número de personas, quienes movidas por la Fe, acuden a rezar, agradecer y pedir a la Virgen en base a sus creencias.

Sin embargo, es posible que los orígenes de esta devoción mariana que traspasa fronteras, y posee un innegable arraigo secular, sean poco conocidos por gran parte de la feligresía y la ciudadanía, por lo que, desde estas líneas, trataremos de esbozar diversas referencias históricas para comprender de un mejor modo el origen histórico de dicha devoción mariana que, a día de hoy, resulta ser junto con otros destacados lugares de culto a la Virgen, como es el caso de los santuarios de Fátima y Lourdes, el epicentro de la advocación mariana occidental.

De tal forma, y atendiendo a las fuentes documentales, vemos que la “Regla de la Ilustre, Más Antigua y Primordial Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Almonte”, del año 1757, hace referencia a un hecho legendario que explicaría en cierta forma los orígenes de la advocación a la Virgen del Rocío. Dicho documento referencia la leyenda de la aparición de la Virgen de este modo:

Entrado el siglo quinze de la Encarnación del Verbo Eterno, un hombre que, o apacentaba ganado, o había salido a cazar, hallándose en el término de la Villa de Almonte, en el sitio que llamaban de La Rocina (cuyas incultas malezas le hacían impracticables a humanas plantas y sólo accesible a las Aves, y silvestres fieras), advirtió en la vehemencia del ladrido de los perros, que se ocultaba en aquella selva alguna cosa, que les movía a aquellas expresiones de su natural instinto. Penetró aunque a costa de no pocos trabajos, y, en medio de las Espinas, halló la imagen de aquel sagrado Lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro de aquella Zarza Mystica ilesa en medio de los ardores del Original delito; miró una Imagen de la Reyna de los Ángeles de estatura natural, colocada sobre el tronco de un árbol. Era de talla, y su belleza peregrina. Vestíase de una túnica de lino entre blanca y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aún para la imaginación más libertina.
    
Hallazgo tan precioso como no esperado, llenó al hombre de un gozo sobre toda ponderación, y, queriendo hacer a todos patente tanta dicha, a costa de sus afanes, desmontado parte de aquel cerrado bosque, sacó en sus hombros la Soberana Imagen a Campo descubierto. Pero como fuese su intención colocar en la Villa de Almonte, distante tres leguas de aquel sitio, el bello simulacro, siguiendo en sus intentos piadosos, se quedó dormido a esfuerzo de su cansancio y su fatiga. Despertó y se halló sin la sagrada imagen, penetrado de dolor, bolvió al sitio donde la vio primero, y allí la encontró como antes. Vino a Almonte y refirió todo lo sucedido con la qual noticia salieron el Clero y el Cabildo de esta Villa y hallaron la Sta. Imagen en el lugar y modo que el hombre les havía referido, notando ilesa su belleza, no obstante el largo tiempo que había estado expuesta a la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de Sol y tempestades.
   
Poseídos de la devoción y el respeto, la sacaron entre las malezas y la pusieron en la Iglesia Mayor de dicha Villa, entre tanto que en aquella selva se lavraba el Templo. Hízose, en efecto, una pequeña Hermita de diez varas de largo, y se construyó el Altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada le sirviese de peana. Adorándose en aquel sitio con el nombre de la Virgen de Las Rocinas”.

No obstante, y entrando ahora en aspectos meramente históricos, resulta posible afirmar que, a finales del siglo XIII, consta la erección de la ermita de Santa María de Las Rocinas, presumiblemente entre los años de 1270 y 1284, de estilo mudéjar, y una vez que el Reino de Niebla fue conquistado y repoblado por el rey Alfonso X en 1262. Igualmente, y pese a la inseguridad de estos datos, sí queda constancia, en cambio, de dicha edificación en el “Libro de la Montería”, escrito por Alfonso XI (1311-1350), en tales términos: “Et señalada mjente, son los meiores sotos de correr cabo un yglesia que dizen Santa María de las Rocinas, et cabo otra eglesia que dizen Santa Olalla...”; derivándose pues, de este hecho documental, un culto constatado a la Virgen desde esas fechas en tal localización.

Conociendo, pues, que las fechas de las monterías del rey Alfonso XI de Castilla acaecieron en el año 1337, es lógico pensar que dicha edificación en honor de la Virgen del Rocío es, al menos, contemporánea o anterior desde un punto de vista cronológico a tal actividad cinegética efectuada por el monarca.


                              Grabado de la Virgen del Rocío. Fuente: www.hermandadrociosevilla.com


También, y siempre según las crónicas medievales, el territorio de Las Rocinas se convierte en un área que, por su abundante fauna, se convertirá en un cazadero privilegiado reservado exclusivamente a la Corona castellana, perpetuándose asimismo la denominación de Las Rocinas hasta los siglos modernos, cuando cambiará por la de Coto Real del Lomo del Grullo.

Dicho cambio de nomenclatura del territorio obedecería a una segregación del mismo que se efectuó en el 1476 por parte de los Reyes Católicos, donando al caballero Esteban Pérez Cavitos la zona donde se hallaba el eremitorio. Así las cosas, habría que esperar hasta el 23 de diciembre del año 1582 para ver cómo, mediante compra por parte del Concejo de Almonte, se convierte en propiedad de esta villa dicho territorio deslindado.

En efecto, la Edad Moderna hispánica fue un período del todo benefactor no sólo para la protección del culto a la Virgen del Rocío en aquél territorio, sino también para la implantación de diversas mejoras en el mismo. Así, en este sentido, se promulgarían a principios del siglo XVI varias ordenanzas dirigidas a la conservación del Real Bosque, incluyéndose también aspectos como la veda y la caza en el mismo. Igualmente, y como muestra de importancia otorgada por la monarquía hispánica en los siglos modernos a estos territorios, el área próxima a la aldea almonteña fue visitado por los propios reyes Felipe IV en el año 1624 y Felipe V en 1729.

Un aciago acontecimiento del siglo XVIII afectaría sobremanera a la aldea de El Rocío, pues el terremoto de Lisboa del año 1755 casi destruyó por completo la antigua ermita medieval, obligando al traslado de la imagen a Almonte. De tal forma, este siglo supuso la edificación de un nuevo santuario, también de inspiración mudéjar con la inclusión de elementos barrocos en su fachada y en el retablo interior, obra de Cayetano d´Acosta.

Así las cosas, y a modo de epílogo, nos resta comentar que los orígenes del culto a la Virgen del Rocío se hallan, ante todo, adscritos en parte a referencias legendarias, tan común a otras advocaciones cristianas; transmitiéndonos ciertas informaciones que han de ser corroboradas por las fuentes escritas, parcas a su vez en lo referente a la implantación del culto mariano, aunque sí resultan ser bastante significativas a la hora de adscribir una fecha concreta para la edificación de la primigenia ermita, en el siglo XIII, que permite inferir, por ende, un temprano culto y religiosidad en la zona que no ha hecho sino crecer con el transcurso de los siglos hasta convertir a la aldea almonteña de El Rocío en un lugar preferente de la Fe cristiana, donde se dan cita anualmente millones de fieles para celebrar la Romería de la Blanca Paloma.








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