¿Qué es la Historia?

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Aristóteles (384-322 a.C.)

viernes, 22 de diciembre de 2017

La celebración de la Nochebuena en la Huelva del siglo XIX

Una de las fuentes de información para conocer cómo se celebraba la Navidad en Huelva durante el siglo XIX y, en particular, la Nochebuena, nos viene dada por un relato o cuento anónimo que fue publicado en la prensa local en el año 1892; pero que, a su vez, refería un mismo ceremonial que se venía repitiendo en un gran número de hogares onubenses desde finales del siglo XVIII.

Este relato navideño, ya fuese publicado por un ciudadano o, a tenor de la manera de escribir, por un redactor que deseaba ilustrar de manera más cercana esta celebración cristiana en nuestra ciudad, comienza narrando los preparativos para la colocación del Nacimiento o Portal de Belén en una casa a principios de diciembre de un año indeterminado en los comienzos del siglo decimonoveno.

En efecto, esta tradición de colocar las figuras en los hogares españoles que reproducían las escenas de la natividad de Jesús, y que fue implantada en la península desde el reino de Nápoles por el rey Carlos III en torno a 1760, significaba de facto el inicio de la celebración de las fiestas de Navidad. Asimismo, esta costumbre católica conviviría en algunas localidades de nuestra provincia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con la colocación en algunas casas del denominado “árbol de Noel”, como sucedía al menos desde el año 1917, tratándose de una antigua tradición anglosajona del siglo VIII protagonizada por el obispo britano San Bonifacio, y cuya implantación arribaría a esta tierra por medio de las sucesivas instauraciones del capital minero de origen extranjero.


 Grabado de la celebración de la Nochebuena en una vivienda de Londres en 1858. Fuente: www.bjws.blogspot.com
 

También, los días previos al de Nochebuena, los hombres acostumbraban a reunirse con los amigos y sus compañeros en los círculos mercantiles o en los casinos, como celebración social previa a la reunión familiar que se conmemoraba la noche del 24 de diciembre; mientras que las madres y niños preparaban el hogar encendiendo el fuego de la chimenea, prendiendo los braseros o también añadiendo más adornos al Nacimiento, mientras las abuelas explicaban a sus nietos el origen y significación de las fechas de Navidad una vez que éstos, al acabar sus clases, llegaban desde las afueras de la ciudad de coger ramas de boj, olivo, laureles y naranjos como adornos naturales para el Portal.

Éste se destinaba en una amplia habitación, en una gran mesa con diversos objetos sobre los que se extendía una sábana o manta que habría de amoldarse para conformar, poco a poco, un relieve montañoso y fluvial que se asemejase al de Oriente Próximo del siglo I. No faltaba, por supuesto, la representación del pesebre que acogía al Hijo de Dios, acostado sobre la paja y custodiado por las figuras de la Virgen María y San José, quienes estaban rodeados por la mula y el buey, así como por una ingente cantidad de pastores que acudían a adorar al Redentor desde sus humildes casitas que se hallaban diseminadas por todo el espacio que ocupaba el Nacimiento.

Asimismo, sobre esta representación bíblica de la natividad de Cristo, se dejaban ver varias figuras angelicales que portaban una inscripción latina: “Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis, en tanto que mensajeros enviados para transmitir la Buena Nueva a un territorio figurado en el que predominaban, entre otros, las lavanderas en el río, los pastores con sus rebaños, los cargadores de hortalizas en mulas, los tranquilos pescadores de río, estando todos ellos rodeados de molinos, cercas, vallados, huertas y las lejanas murallas de las ciudades que atravesarían los tres magos con sus presentes para el recién nacido.


 Grabado con escenas de la celebración de la Nochebuena en España a finales del siglo XIX. Fuente: www.bne.es


Llegado el día 24 de diciembre, y ya en torno a las ocho de la tarde, se consideraba apropiado el comenzar la celebración de la Nochebuena con la iluminación de todo el Nacimiento, al tiempo que alguien abría una caja de música para acompañar sonoramente tan ansiada inauguración. Ello producía grandes muestras de alegría entre todos los miembros de la familia, quienes, de forma inmediata, tomaban diversos instrumentos de música tradicionales para acompañar con cánticos de villancicos.

Por su parte, en la cocina, y al calor de su chimenea, se ultimaba la preparación de los dulces típicos de estas fechas, en especial hojuelas y pestiños, que a buen seguro acompañarían al turrón una vez que acabase la tradicional cena a base de marisco, pescados, aceitunas aliñadas, carnes y frutas, acompañando a todos estos alimentos un mosto o un vino de Jerez. Concluida esta comida familiar, comenzaban a oírse por las calles los grupos de niños que solicitaban por las casas el aguinaldo navideño, consistente por lo general en castañas asadas, peros, naranjas o nueces, mezclándose con el resto de personas que acudían en número a las iglesias para asistir a la “misa del gallo”.

Igualmente, las calles se encontraban rebosantes de personas desde primera hora de la tarde, cuando las familias onubenses salieron a pasear y comprar los últimas vituallas navideñas necesarias para la cena prevista; cruzándose con numerosos soldados y marineros de permiso, o con otros ciudadanos que denotaban cierta embriaguez tras sucumbir a los placeres del vino que, como era costumbre, se servía con especial significación los días de fiesta más destacados del año.


 Escena de compras navideñas los días previos al de Nochebuena. Fuente: www.bne.es
 

El ritual para que los más jóvenes entrasen en las casas a ver los nacimientos expuestos, consistía en solicitar permiso desde la calle mediante la formulación de la siguiente frase: “Ave María Señoras, buenas noches caballeros, la zambomba está a la puerta. Licencia para entrar dentro”. A su vez, y si este permiso era concedido, se respondía desde la casa: “Entre la zambomba, entre sin cuidado, que el amo de la casa la licencia ha dado”. No obstante, si estos pequeños pedigüeños buscaban además algunas monedas, entonaban la siguiente oración: “Castañas y nueces, peros y dinero, todo recibimos; ande usted ligero” y, si esta pretensión era finalmente aceptada, volvían a contestar: “Por la ventanilla vemos relumbrar, la peseta en plata que nos van a dar”.

Una vez dentro, se les ofrecía comida de igual modo que si se tratase de un miembro de la familia, siendo la cocina el lugar hacia donde transitaban estos jóvenes invitados, ya que el retorno de la iglesia se manifestaba en una continuación de la celebración, cantándose populares villancicos y otras coplas en torno al fuego; empleándose las tradicionales zambombas y panderetas, hasta las dos de la mañana, momento en que se decide el concluir la fiesta, pues el día de Navidad los miembros de la familia habrán de acudir aún a las dos misas preceptivas restantes, la de la Aurora y la del día.

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