¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

lunes, 17 de diciembre de 2018

La organización de la Banda Municipal de Música de Minas de Riotinto en 1926

Las bandas municipales de música, en su concepción actual, poseen su origen a finales del siglo XIX y principios del XX; considerándose elementos lúdicos muy presentes en diversos ámbitos de la cultura popular de un gran número de las villas del territorio de España. En este mismo sentido, la música siempre estuvo presente en las celebraciones de índole folclórico o taurino durante el siglo XVIII, por lo que paulatinamente, y de un modo general, durante el siglo siguiente, fue necesario regular su uso y normativa de cara a su presencia en los diversos actos festivos que se realizaban por gran parte de la geografía peninsular.

En referencia a la provincia onubense y, si bien tenemos constancia de la antigüedad de diversas bandas musicales, como por ejemplo la banda municipal de Villalba del Alcor, datada en el 1880, se da la circunstancia, además, de que algunas de estas agrupaciones musicales surgen favorecidas por la misma presencia de las diversas compañías foráneas mineras que llegan a Huelva en la segunda mitad del siglo XIX; siendo empleadas, en muchas ocasiones, como un manifiesto elemento para la representación institucional de los actos celebrados por las propias compañías en sus respectivos municipios. Tal es el caso, por ejemplo, de la banda municipal que se formaría en El Cerro del Andévalo en el 1898 bajo la dirección de José Asensio, o en las localidades de Corrales y La Zarza en el año 1917, a instancias, en este caso, de la firma británica The Tharsis Sulphur & Copper Company.

Cabe decir aquí que muchas de estas bandas de música que empiezan a instaurarse en localidades mineras onubenses poseen un marcado referente anglosajón, las conocidas como Brass Bands, esto es, aquéllas bandas musicales surgidas en el seno de fábricas, compañías mineras e industrias británicas que, con un marcado carácter comunitario y local, aglutinaba a ciertos trabajadores aficionados a la música que deseaban desarrollar actividades lúdicas y festivas como elemento de relajación tras su actividad laboral. 


 Grabado de una Brass Band británica en 1858. Fuente: www.sydney.edu.au
 

En este sentido, y en lo que respecta al núcleo urbano de La Mina, nombre originario del actual pueblo de Minas de Riotinto, poseemos diversas referencias documentales sobre la existencia de una banda de música municipal desde los años finales del siglo XIX que, junto con otras, hace una temprana participación en las protestas contra las calcinaciones mineras del día 4 de febrero del año 1888; pues según David Avery, las marchas iban “...encabezadas por una banda de instrumentos de viento”, o que “...mientras las bandas iniciaban la música las columnas se unían, y también que “...debió ser un espectáculo impresionante, y mientras avanzaba la columna de unos 4.000 hombres, miles de huelguistas junto con sus familias, corrían saludándose y vitoreándose”.

Muy especialmente consta la participación de la banda en los actos conmemorativos para celebrar el fin de la I Guerra Mundial el día 28 de junio de 1919; pero, a pesar de su constatada antigüedad, y en lo referente a su organización y estatuto primigenio, ésta se constituye formalmente mediante un reglamento el día 11 de noviembre del año 1926, siendo en aquél año el alcalde del consistorio riotinteño Rodolfo Ortiz Rael.

Se establecerá desde entonces cómo habría de regirse la organización de la Banda Municipal de Música de Minas de Riotinto, y así, a partir de ese momento, la agrupación habrá de estar compuesta por un director, un subdirector y un número de músicos que oscilará entre los treinta y los cuarenta miembros, divididos a su vez en tres categorías: músicos de 1ª, 2ª y 3ª. De igual modo, el director de la banda debía asistir a la totalidad de los actos que le fueran ordenados, establecería la programación musical y dirigiría los ensayos, al menos dos por semana, debiendo justificar formalmente su falta de asistencia a los mismos llegado el caso.


 Banda de música municipal de Corrales a principios del siglo XX. Fuente: www.minasdesierramorena.es

Asimismo, se establecía que el director tendría una remuneración formada por un salario anual de 3.000 pesetas, al tiempo que el resto de miembros de la banda recibirían la cantidad que la Comisión Permanente del Ayuntamiento, o el propio alcalde, fijasen con un carácter anual. De otro lado, el subdirector, aparte de tocar el instrumento que le fuere asignado, y como añadido a sus funciones, habría de ayudar y suplir al director cuando la situación lo requiriese en lo referente al arreglo de las piezas musicales, a la vez que tendría que dar las clases y ensayar la música junto al resto de todos miembros de la agrupación. Estaba obligado también a organizar y ejecutar tres grandes obras musicales al año, aparte de otras menores que contemplaban, entre otras, “...pasodobles, música bailable o marchas”; al tiempo que debía velar por la conducta de sus subordinados, notificando al alcalde de cualquier falta que cometieran los miembros de la agrupación para ser multados de tres maneras distintas: primero, con un apercibimiento verbal o escrito; segundo, con la imposición de multas y tercero, con la separación de la banda, acordada por el alcalde.

También, se hacía referencia al nombramiento por parte del alcalde de la figura de un citador de entre los miembros de la banda, siendo su función la de repartir los papeles de los ensayos y conciertos, y cuya gratificación ascendería a unas 5 pesetas mensuales. La persona que ostentaba este cargo habría de obedecer las órdenes directas emitidas por el alcalde, el director y el subdirector de la Banda Municipal.

De otra parte, la admisión de los nuevos miembros de la banda debía solicitarse a la alcaldía que, junto con una Comisión Inspectora creada como órgano asesor para el correcto funcionamiento de la agrupación musical, resolverá la petición favorable o no de los nuevos miembros; y quienes, en caso de ser admitidos, recibirían educación musical de manera gratuita, debiendo comprometerse asimismo a tocar el instrumento que les fuera designado por el director una vez que pasase el tiempo de instrucción como músico profesional.

Igualmente, la inversión de fondos destinada anualmente para la compra de instrumentos y materiales debía decidirse por dicha Comisión Inspectora, la cual alzaría sus propuestas a otra Comisión Permanente, siendo ésta en última instancia la que habría de consentir las nuevas adquisiciones. Asimismo, el reglamento establecía que todos los instrumentos musicales de la banda riotinteña debían quedar bajo la supervisión del propio director, a quien “...se le exigirá en caso necesario la responsabilidad consiguiente”.


 Vista de La Mina en 1892, núcleo urbano original del actual pueblo de Minas de Riotinto. Fuente: www.juntadeandalucia.es

Del mismo modo, y en lo referente a los uniformes que habrían de usar los miembros de la Banda Municipal, se facilitarían a sus componentes a modo de préstamo, pues debían ser devueltos mediante recibo y bajo compromiso de encontrarse todas las prendas entregadas en buen estado, “...pudiendo exigírseles las responsabilidades legales en que incurran por este concepto”.

Asimismo, desde entonces, la banda debía asistir a todos los actos públicos ordenados por el Ayuntamiento de Minas de Riotinto o por el alcalde, debiendo acudir sus miembros con, “...la mayor puntualidad a los ensayos y demás actos a que aquélla deba concurrir. No podrán ausentarse de la población sin permiso del Sr. Alcalde, previo informe del Director”. De otro lado, la banda tenía la obligación de celebrar un concierto de carácter público semanalmente durante seis meses al año y otros dos conciertos semanales en los otros seis meses restantes, en los “...sitios, días y horas que por el Alcalde se les señale”. De igual modo, la alcaldía debía abonar a sus miembros el mismo importe del jornal que perdieran de su trabajo habitual por asistir las horas que durase el concierto.

Como requisito general de acceso para las personas que deseaban pertenecer a la banda municipal se establecía ser mayor de catorce años, tener buena conducta, un certificado médico de aptitud física y probar la capacidad artística. Finalmente, el reglamento de la agrupación musical establecía la prohibición expresa de sus miembros de pertenecer a otras orquestas, orfeones u organizaciones musicales similares, al igual que serían multados aquéllos miembros de la banda riotinteña que, sin permiso del alcalde, utilizasen los instrumentos fuera de las horas oficializadas para los ensayos o la realización de los conciertos musicales oficiales.



BIBLIOGRAFÍA:

-AVERY, D. Nunca en el Cumpleaños de la Reina Victoria. Ed. Labor, Barcelona, 1985. ISBN: 843351721X.

-www.minasdesierramorena.es

-www.patrimoniomusical.com

domingo, 2 de diciembre de 2018

El obispo hispanogodo de Niebla

En el año 409 penetraron de forma masiva en la península Ibérica los pueblos vándalos (con ambas ramas de asdingos y silingos), suebos y alanos, provocando en la Hispania romana bajoimperial numerosos actos de saqueo y destrucción por una gran parte de su territorio; pues Roma era ya incapaz de enviar fuerzas militares organizadas que pudieran contener a los invasores bárbaros, quienes se contabilizaron en unos doscientos mil efectivos, incluyendo no sólo a los guerreros sino también a las mujeres y los niños.

Sin embargo, y transcurridos dos años de la invasión de Hispania, en el 411, empieza ya a constatarse en estos pueblos una voluntad de cesar los saqueos y asentarse en áreas propicias para la subsistencia, repartiéndose entre ellos el anárquico territorio hispano a fin de establecerse de manera indefinida. Así, vemos cómo los asdingos se asentaron en Callaecia (áreas de Lugo y Astorga), próximos a los suebos, quienes se establecen más hacia el norte; los alanos, en las provincias Lusitania y Cartaginense y, finalmente, los silingos en la Bética.

No obstante, y a pesar de que los invasores optaron por una vida campesina, siendo absorbidos por el sustrato poblacional hispanorromano, el poder imperial remanente decidió realizar un último esfuerzo por expulsar a estos grupos de invasores. Pero para que ello aconteciese, debido a su manifiesta debilidad militar, era necesario contar con la presencia y apoyo de un mayor número de aliados que sirvieran de fuerzas auxiliares.

De tal modo, un pacto firmado por el general Constancio (360-421) y el nuevo rey visigodo Walia (reinó entre el 415 y el 418), permitió la entrada de las tropas godas en el suelo hispano, dirigiéndose a aquéllas provincias más romanizadas y atacando con virulencia especialmente a los vándalos silingos y los alanos. Una vez sometidos estos primigenios grupos de invasores que penetraron y se habían establecido en la península Ibérica, los visigodos deciden colaborar activamente con las autoridades imperiales romanas, regularizándose ello mediante instituciones como el foedus y la hospitalitas, permitiéndose incluso su asentamiento por parte de Roma en un amplio área del suroeste galo, siendo la urbe de Tolosa desde ese momento la sede principal de residencia para los monarcas visigodos.


Pintura de Ulpiano Checa (1860-1916) que representa las invasiones bárbaras en el Imperio Romano. Fuente: www.wikipedia.org

Pero los años de colaboracionismo entre el Imperio y los visigodos acabarían cuando el rey Eurico (440-484) rompe de manera unilateral el antiguo pacto o foedus que firmó Walia décadas atrás y que convirtió a los germanos en aliados de Roma. Así, desde esos años, y debido a la acuciante debilidad imperial, la península Ibérica pasaría a estar bajo el dominio directo del reino visigodo de Tolosa; haciéndose del todo efectivo tras la batalla de Vouillé en el año 507, cuando los visigodos son derrotados por los ejércitos francos, haciéndoles perder extensos territorios galos y relegándolos a centrarse solamente ahora en sus dominios peninsulares, sobre los que ejercerían su dominio, poder e influencia hasta los primeros años del siglo VIII.

Así, bajo el reinado de Atanagildo (555-567) los visigodos trasladarían la nueva capital del reino a la ciudad de Toledo y, para lo que aquí nos ocupa y sin entrar a valorar los aspectos sociales, económicos o políticos generales del incipiente estado godo, sí resulta necesario destacar que el nuevo reino visigodo que se superpuso a la Hispania romana se caracterizaría por la convivencia de elementos romanos, germánicos y canónicos; y ello fue así, muy especialmente, por el establecimiento de la institución conciliar como un novedoso elemento político-religioso que asesoraría en las decisiones más complejas que hubieran de tomarse por los dirigentes del reino, quedando esto perfectamente aclarado en la aseveración de San Isidoro de Sevilla (556-636): “Rex eris si recte facies, si non facies recte non eris rex” (Rey eres si obras rectamente, si no obras rectamente no eres Rey).

En efecto, los concilios realizados en la ciudad de Toledo (celebrados desde el 397 hasta el 702) fueron asambleas de carácter religioso a las que el monarca remitía diversos asuntos de gran interés para el buen gobierno del reino, independientemente de otros asuntos propios que los concilios tratasen por sí mismos. De tal forma, las decisiones adoptadas por dichas reuniones conciliares obligaban en el ámbito espiritual solamente, aunque podían convertirse en leyes civiles una vez que el monarca las promulgaba mediante leges in confirmatione Concilii.


 Representación de un concilio visigodo en el Códice Albeldense, conservado en el Monasterio de El Escorial. Fuente: www.mentesanova.blogspot.com


Obviamente, y siendo estos concilios de índole eclesiástica, reunían a los obispos electos del reino visigodo y, a este mismo respecto, poseemos informaciones arqueológicas muy relevantes, por su exclusividad, relativas a un destacado prelado hispanogodo que estuvo ligado al territorio onubense de este período. En este mismo sentido, un hallazgo casual en las proximidades de la localidad de Bonares, consistente en varios fragmentos de una placa de mármol con una inscripción funeraria relativa a un obispo de Illipula (la actual Niebla) llamado Vincomalos y contextualizado con otros restos edilicios, nos hacen pensar en la existencia de un desaparecido lugar de culto o templo, o bien se tratase de una residencia destruida que tuviera alguna relación con el religioso.

Las dimensiones de la placa funeraria, conservada en el Museo Provincial de Huelva, son las siguientes: 1´89 metros de alto, 0´67 m. de ancho y 0´055 m. de grosor; consistiendo su inscripción epigráfica en el siguiente texto:


VINCOMALOS EP(iscopu)S CHR(ist) SERVUS VIXIT ANNOS LXXXV EX QVIB(us) IN SACERDOTIO VIXIT AN(nos) XLIII RECESSIT IN PACE
D(ie) IIII NONAS FEBRVARIAS ERA DXLVII


Y que puede traducirse como: “Vincomalo, obispo, siervo de Cristo, vivió 85 años, de los que vivió como obispo 43, descansó en paz el día 4 de febrero del año 509 (era 547)”. De otro lado, y atendiendo aquí a la importancia histórica de esta inscripción, se colige que ya existía una diócesis en Niebla en el siglo V si se acepta la tesis de que Vincomalos fuera obispo de la misma, nacido en el 424 y elegido en el cargo en el año 466. Además, su nombre se sumaría al de otros prelados iliplenses posteriores como Basilius, Juan, Geta y Pappulus, referidos por las fuentes documentales que atestiguan su presencia en diversos concilios toledanos realizados en el reino visigodo entre los años 589 y 693.



 Inscripción funeraria del obispo hispanogodo Vincomalos hallada en Bonares. Fuente: www.bonaresdigital.es

No resulta, empero, demasiado claro cuál puede ser el origen etimológico del nombre del obispo iliplense, pues la acepción latina Vincomalos (venzo a los pecadores), puede ser referida a un sobrenombre de índole religiosa. Sea como fuere, y en función de este hallazgo, queda claro que el territorio onubense del convulso siglo V se erige ya como un núcleo que albergaba una diócesis eclesiástica que servía como eje articulador para una sociedad profundamente desintegrada y sin cohesión alguna una vez que las estructuras romanas imperiales, tanto sociales como económicas, sucumbieron ante las invasiones bárbaras.

En este sentido, el estado romano no pudo ya aportar respuestas para esta crisis generalizada que acabaría finalmente con la Hispania romana para dar paso al nacimiento de un estado visigodo peninsular autónomo que, si bien adopta ciertas reminiscencias imperiales, se vislumbra desde ese momento ya como un nuevo poder político, jurídico, social, económico y cultural que se caracterizaría, entre otros hitos, por afianzar más aun el Cristianismo en todo el país, una vez que el rey Recaredo (559-601) decide abrazar el catolicismo durante el III Concilio de Toledo, cuando decide abandonar las tradicionales creencias arrianas que había adoptado desde un inicio el pueblo visigodo, asimilándose así la totalidad de la población hispanorromana y visigoda bajo una misma creencia.





BIBLIOGRAFÍA:

-GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J. Inscripciones cristianas de Bonares: Un obispo de Ilipla del siglo V. Revista Habis, nº 32, 2001. pp. 541-552. ISSN 0210-7694 

-DE AZCÁRRAGA, J., PÉREZ-PRENDES, J.M. Lecciones de Historia del Derecho Español. Ed. Centro de Estudios Ramón Areces, 1993. ISBN: 8480040882

-TUÑON DE LARA, M. (Dir.) / SAYAS ABENGOCHEA, J.J.,GARCIA MORENO, L.A. Historia de España. Tomo 2. Romanismo y Germanismo. El despertar de los pueblos hispánicos. Ed. Labor, 1987. ISBN: 8433594338

jueves, 15 de noviembre de 2018

Las incursiones vikingas en el territorio onubense durante el Medievo

El territorio que conformaba la actual provincia de Huelva durante el siglo IX padeció, al igual que una gran parte de la costa peninsular ibérica, los violentos saqueos liderados por los vikingos y, aunque las fuentes antiguas se refieren en ocasiones a ellos como normandos, debemos diferenciar aquí ambas acepciones; pues la primera se origina en la península escandinava y en Dinamarca, no adscribiéndose este término étnicamente a una cultura determinada, sino que los vikingos eran quienes, dentro del conjunto de la población escandinava, se dedicaban sólo a hacer expediciones marítimas de saqueo en lejanas latitudes. Asimismo, el inicio de su expansionismo, en el siglo VIII, fue debido a un aumento demográfico que motivó la necesaria búsqueda de más bienes y nuevos lugares sobre los que asentarse y realizar una colonización.

Por su parte, los normandos, herederos de la cultura nórdica, se asientan en el amplio área noroeste de la actual Francia a partir del 893, cuando el rey franco Carlos III el Simple concede al caudillo noruego Hrólfr Ganger, a quien los francos acabarían llamando Rollon, el territorio de Nostria, que se convertiría en el futuro Condado de Normandía, a condición de que sus belicosas huestes cesaran los constantes saqueos en el reino franco y se convirtieran al cristianismo.

Estos guerreros normandos, cuya etimología significa “hombres del norte” o northmanni según el latín medieval, serían los que más protagonismo tendrían en los posteriores saqueos que asolaron el reino cristiano astur y el Al-Andalus durante el siglo X, pues la cercanía de la franja norte francesa hizo que las incursiones hacia la península Ibérica se prodigasen con una mayor regularidad. 


 Reproducción de un drakkar vikingo. Fuente: www.historie-normandie.fr
 

Sin embargo, no se trató de un choque cultural absoluto entre dos mundos completamente distintos, sino que, durante el emirato de Abd-al-Rahmán I (731-788), existieron relaciones diplomáticas entre los mundos andalusí y vikingo, pues dicho emir decidió enviar a un embajador, el poeta Yahya Ibn-Hacam, a la corte de un destacado conde o jarl vikingo; a buen seguro para lograr alianzas militares que atacasen a su enemigo común, los francos.

No obstante estos intentos de alianza, años después se impondrían las necesidades de expansión y enriquecimiento de los nórdicos y, de tal forma, tenemos constancia por las fuentes documentales de una primera incursión vikinga en el año 844 en la península Ibérica (año 230 de la Hégira); la cual arribó a las playas asturianas. Desde allí, los escandinavos saquearon una gran parte de la cornisa cantábrica, hasta llegar al Faro Brigantium, la actual “Torre de Hércules”, en La Coruña. En esa localización tuvo lugar una batalla cuando el rey de Asturias, Ramiro I (790-850), envió tropas para hacer frente a los invasores nórdicos, causándoles numerosas bajas y el hundimiento de setenta navíos. Todo ello quedaría recogido documentalmente en el Códice de Roda, escrito hacia el 990, y que refiere todos estos acontecimientos de tal forma: “...por aquel tiempo, los normandos, gente hasta entonces desconocida, pagana y muy cruel, llegaron hasta nosotros con un ejército naval”.

Un año más tarde, en el 845, los vikingos o madjus (denominación árabe que significa “infieles”), harían por fin su aparición en tierras andalusíes, llegando a la ciudad de Lisboa, saqueándola y permaneciendo allí por dos semanas para entonces dirigirse a Cádiz y el territorio de Sidonia. Un ejército musulmán salió a su encuentro pero fueron derrotados y, debido a esta circunstancia, los escandinavos pudieron acampar a escasa distancia de Sevilla, una vez que asediaron Isla Menor y Coria. Las defensas hispalenses no pudieron resistir el ataque nórdico, por lo que penetraron en ella y la saquearon (algunas fuentes dicen que tardaron un día y una noche en arrasarla y otras que estuvieron siete días sometiendo a sus habitantes a la muerte y la cautividad), y de la que emprendieron la huida sólo cuando vieron acercarse al ejército del emir de Córdoba Abd-al-Rahman II (792-852) para hacerles frente.


 Botas vikingas expuestas en el Museo de los Barcos Vikingos de Oslo. Fuente: Elaboración propia.


Este ejército musulmán estuvo formado por un cuerpo de caballería de élite, que estaba al mando del hadjib (primer ministro) Isa Ibn-Chohaid, lo cual denota que los andalusíes no contemplaron estas razias como algo menor, sino que las consideraron como incursiones militares de gran poder destructivo, las cuales eran necesario erradicar de manera contundente. Al grueso de las tropas musulmanas se sumaron también oficiales de renombre como Abdalah Ibn-Colaib o Ibn-Wasim, quienes se establecieron en los territorios del Aljarafe y avisaron al resto de gobernadores más próximos a fin de que enviaran refuerzos y protegieran las poblaciones.

Los días siguientes se produjeron constantes combates que, a pesar incluso de la venida de refuerzos por parte de los saqueadores escandinavos, no pudieron cambiar la relación de fuerzas (superiores en número para los musulmanes). De este modo, sabedor el contingente nórdico que no podía escapar de las tropas andalusíes y, estando decididos a presentarles batalla por hallarse rodeados, combatieron el día 11 de noviembre, sufriendo numerosas pérdidas, pues aparte de los muertos en combate, se mandó ahorcar a los prisioneros e incluso se colgaron otros de las palmeras a modo de advertencia. Igualmente, y a fin de mostrar autoridad, las autoridades islámicas ordenaron decapitar a algunos caudillos vikingos que fueron muertos en los combates para exponer sus cabezas como “trofeos” por lo oneroso de esta victoria, acontecida tras luchas incesantes de más de un mes desde la venida de los nórdicos.


 Las murallas islámicas de Niebla, ciudad saqueada por los incursores nórdicos en el siglo IX. Fuente: Elaboración propia.


Esta aciaga situación no les dejó a los escandinavos otra alternativa que la de huir en dirección a las costas onubenses. Allí, según cuentan las fuentes, se dirigieron por vía fluvial hasta la ciudad de Niebla, donde tomaron un navío que les permitiría proseguir su derrota hasta la isla de Saltés, muy próxima a Huelva, donde buscaron refugio para descansar por un tiempo y repartirse el cuantioso botín obtenido en sus razias.

En este mismo sentido, y finalizadas las grandes expediciones del saqueo hispalense, el territorio onubense les proporcionó un cierto refugio y alejamiento de la peligrosidad de las fuerzas de choque musulmanas que habían llegado por orden del emir omeya como refuerzos para atajar la amenaza invasora nórdica del suroeste peninsular. Por ello, consideraron que la isla de Saltés suponía un lugar estratégico para echarse a la mar si la situación lo requería, previo saqueo de la ciudad islámica allí edificada.

En efecto, esta isla onubense se convirtió en la “cabeza de puente” para la penetración de los piratas escandinavos por el interior navegable fluvial del suroeste andalusí y su costa, así como también para tomar las rutas de navegación de retorno hacia el norte. Así, y tras diversas persecuciones por la costa, saqueos y captura de prisioneros musulmanes en Niebla, se vieron obligados a retirarse a Osonoba (cerca de Faro), Beja y Setúbal, abandonando así finalmente el mediodía peninsular para retornar hacia latitudes más septentrionales. 


 Vista aérea de la ciudad islámica de Saltés, donde se refugiaron los vikingos tras saquearla. Fuente: www.territoriohuelva.com
 

Dos décadas después de estos acontecimientos, entre el 858 y el 861, así como un siglo posterior, en el 966-971, se produjeron nuevamente incursiones en territorio peninsular aunque, en esta ocasión, no penetraron en tierras onubenses; la cual, ante el fracaso demostrado por el estado omeya para prevenir este tipo de ataques, decidió fomentar una política de construcciones defensivas como la instauración de los ribat, los cuales, al estar situados en promontorios estratégicos, podrían avisar así con una mayor celeridad a las poblaciones ante la venida de cualquier navío o flota invasora.



BIBLIOGRAFÍA:


-DOZY, R.P.A. Recherches sur l’hitoire et la littérature d’Espagne. Tomo I. 2ª Ed. 1860.


-GARCÍA SANJUAN, A. Evolución histórica y poblamiento del territorio onubense durante la época andalusí (siglos VIII-XIII). Ed. Universidad de Huelva, 2003. ISBN: 84-95699-81-8.


-SÁNCHEZ PARDO, J.C. Los ataques vikingos y su influencia en la Galicia de los siglos IX-XI. Anuario Brigantino, nº 33. ISSN 1130-7625, Nº. 33, 2010, págs. 57-86.







jueves, 20 de septiembre de 2018

El proceso por el hundimiento del "SS Volo" en la ría de Huelva

Entre los días 13 y 15 de febrero del año 1894 tuvieron lugar, en los Juzgados de Paz de Liverpool, tanto el proceso como la investigación formal realizados a fin de aclarar los hechos y analizar las negligencias de la tripulación, si hubieren existido, que causaron el hundimiento del buque inglés SS Volo en la barra de Huelva el día 5 de enero de ese mismo año.

Al frente de la investigación y desarrollo del proceso se hallaba el juez W. J. Stewart, quien estuvo asistido por los capitanes Kennet Hore y E. M. Hughes; siendo ellos los que habrían de deliberar técnicamente en qué circunstancias concretas se produjo el hundimiento del barco británico en la ría onubense, contratado por la The Rio Tinto Company Limited para el transporte del mineral hacia Inglaterra.

El SS Volo, cuyo número oficial era el 84.053, fue un navío a vapor británico con sede en el puerto de Liverpool. Se construyó en hierro en el año 1880 por la Messrs. R. Duncan & Co., una destacada constructora naval asentada en la localidad de Port Glasgow (Inverclyde, Escocia); y poseía unas dimensiones totales de 250´4 pies de longitud, otros 33´35 de ancho y 16´55 de profundidad. Cabe añadir que estaba equipado con dos potentes motores compuestos por cilindros invertidos de acción directa, que ejercían una fuerza combinada total de unos 170 caballos.

El propietario del navío fue el Sr. George Page, quien residía en el número 28 de la calle Chapel, en Liverpool y, como comandante del navío desde 1886, figuraba el Sr. W. D. Jenkins, poseedor del certificado oficial de competencia como piloto con número 4.439. El 5 de enero de 1894, el capitán Jenkins y su tripulación, formada por 19 hombres, abandonaron Huelva con destino al estuario del río Mersey (Inglaterra), con un cargamento de 1.620 toneladas de mineral de cobre y otras 90 de carbón. Asimismo, su calado al dejar el muelle, era de unos 17 pies y 10 pulgadas delante y otros 18 pies y 1 pulgadas atrás.



 El puerto de Liverpool a finales del siglo XIX, lugar de atraque habitual del SS Volo. Fuente: www.cumberlandscarrow.com 
 

El Volo abandonó el muelle de la compañía británica a las 11:30 horas a cargo de un piloto español, como establecía el reglamento portuario y, a este respecto, durante el juicio, el capitán inglés alegó que la obligación del práctico onubense era la de llevar el buque a lo largo de la barra onubense; pero en su derrota ría abajo, Jenkins percibió que el barco del piloto estaba ya esperándole anclado a la altura de La Cascajera, a unas siete millas hacia el interior de la barra y, sin esperar a cumplir con sus obligaciones, el piloto abandonó al SS Volo a mitad de camino, dejando que el capitán pilotara la embarcación por la barra a través de lo que es, de hecho, la parte más complicada de la navegación.

Asimismo, otro buque, el Goldcliffe, que estaba por delante del Volo, se vio igualmente obligado a despedir a su piloto antes de que se completaran todos los deberes que estaba encargado de cumplir y, a partir de todas las pruebas presentadas en el juicio, resultó evidente que tal incumplimiento de la obligación de los prácticos onubenses de acompañar a los buques hasta la salida al mar “...solía ser muy habitual por parte de los pilotos en estas aguas”. Si bien los británicos excusaron del hundimiento del Volo por este proceder de los prácticos, se demostró asimismo que ese día sopló una fuerte brisa desde el SO que alteraría la quietud de las aguas de la ría onubense, pero sin modificarse sustancialmente el clima en los primeros momentos.

El buque procedió ría abajo y, al acercarse a la boya de la barra, el capitán viró el timón con el fin de navegar por un lugar más ancho. En efecto, esta maniobra fue adoptada para evitar el banco de lodo sito al Oeste de la barra onubense que, por aquél tiempo, se había extendido más allá de los límites indicados a los buques de carga como precaución en su navegación. Este último giro del timón llevó al SS Volo hacia el Este de la ría y, aparentemente, en aguas menos profundas de lo que el capitán Jenkins esperaba. 


 El edificio que albergaba la Magistrate´s Court de Liverpool, donde tuvo lugar el juicio por el hundimiento del navío SS Volo en Huelva en 1894. Fuente: www.dailymail.com
 

Así, aproximadamente a las 13.25 horas, el buque chocó repentinamente con algo. El golpe se sintió en la parte de proa y a estribor. En ese mismo momento, el capitán atribuyó este impacto al oleaje, que había aumentado de forma considerable y, observando que el Goldcliffe, que estaba delante de él, se encontraba sometido por un fuerte oleaje mientras también cruzaba la barra, consideró más prudente volver a puerto, ordenando para ello girar el timón.

Sin embargo, el impacto hizo que se levantara el casco del Volo, y mientras aun respondía el timón, los motores disminuyeron la velocidad, y el ingeniero a bordo informó que las tuberías de inyección se estaban llenando de arena. La cabeza del buque se acercaba por el temporal a una posición SW cuando los motores se detuvieron y, al volverse, el buque golpeó de nuevo con algún obstáculo a babor. En esta situación de imposibilidad de continuar con la navegación, el capitán ordenó que se soltara el ancla, pero pronto se hizo evidente que el buque estaba ya completamente varado. También parecía estar hundiéndose por su parte delantera y, al abrir las escotillas de la proa, se descubrió que estaba haciendo agua rápidamente.

El capitán constató que era imposible hacer funcionar los motores y, por tanto, el barco permaneció inmóvil en el lugar del impacto. Asimismo, la tripulación permaneció junto al buque durante ese día, durante el cual el viento aumentó, acaeciendo una gran tormenta, al tiempo que el fuerte oleaje de la ría rompía sobre la embarcación. Las continuas revisiones del navío, efectuadas poco después del primer impacto, encontraron que ya existía una gran cantidad de agua inundando el barco, por lo que a pesar de realizarse todos los esfuerzos posibles para tratar de salvar la embarcación y la carga, la operación no tuvo éxito y el SS Volo se convirtió en una pérdida total. 


 Muelle embarcadero de la The Rio Tinto Company Limited, donde el SS Volo cargó mineral antes de su hundimiento. Fuente: www.juntadeandalucia.es
 

Días más tarde del hundimiento, el 14 de enero, el buzo que había sido encomendado inspeccionar el buque sumergido, informó que encontró varios agujeros en el casco e igualmente, debajo de la sala de máquinas, y a babor del buque, también halló un gran trozo de placa metálica sobresaliendo y tirada en el suelo, que pareciera haber sido incrustada tras un gran impacto.

Por otro lado, y a tenor de todas estas informaciones, el Sr. Paxton, en representación de la Junta de Comercio de Liverpool, presentó las siguientes preguntas para su consideración y opinión por parte del Tribunal: “¿Estaba justificado la acción del capitán al intentar cruzar la barra sin la asistencia de un piloto, teniendo en cuenta el peligroso estado del clima? ¿Estaba justificado que intentara cruzar la barra antes de que todas las escotillas estuvieran adecuadamente cerradas teniendo en cuenta el clima y el mar? ¿El capitán se mantuvo en todo momento correctamente dentro de los límites navegables del canal? ¿Cuál fue la causa exacta de este naufragio y la consiguiente pérdida de toda la carga transportada? ¿Estaba el capitán incumpliendo cualquiera de los aspectos anteriores?

Con todas estas informaciones, el tribunal llegó a la conclusión de que el hundimiento fue causado por el choque de la embarcación con algunos restos que se hallaban incrustados en el fondo de la ría, en su lado Este, que perforó su costado de estribor y permitió la entrada de agua en el casco. Todo esto, unido al hecho de que, debido probablemente a la poca profundidad del agua y al oleaje, la arena obstruyó las tuberías de inyección, lo que provocó la detención de los motores e hizo que el SS Volo fuera inmanejable, imposibilitando por tanto, la posibilidad de cualquier intento de salvarlo.


 Grabado de un juicio en Reino Unido a mediados del siglo XIX. Fuente: www.findmypast.co.uk
 

Igualmente, el juez y sus dos asesores determinaron que “...teniendo en cuenta que era práctica de los pilotos de Huelva dejar los buques de vapor de los que están a cargo dentro de la ría onubense si su propio buque está anclado adentro, no se puede decir que el capitán no estaba justificado al intentar continuar su viaje”. Del mismo modo, también consideraron que el capitán del Volo cometió un error de juicio al mantener su derrota demasiado hacia el Este de la barra onubense mientras la navegaba, pero no atribuyeron el hundimiento a ningún incumplimiento o negligencia profesional por su parte. 
 
El hundimiento del SS Volo supuso un gran perjuicio para el tráfico de la ría onubense, pues su estructura obstruía gravemente la navegación al resto de buques por sus aguas. Así, y con carácter de urgencia, el Ministerio de Fomento autorizó a la Junta de Obras del puerto de Huelva que procediera de manera inmediata a la retirada del pecio, contando para ello con un presupuesto de 113,539 pesetas, al tiempo que también adquiriera, mediante la realización de un concurso público, el material y los recursos necesarios para efectuar la retirada de los restos del navío británico.



BIBLIOGRAFÍA:


-Diario El Siglo Futuro.

-The Merchant Shiping Acts (1854-1887).

lunes, 3 de septiembre de 2018

María de Padilla, reina de Castilla y señora de la villa de Huelva

Una vez concluyeron las conquistas territoriales de Fernando III de Castilla y León (1199-1252) y de Jaime I de Aragón (1208-1276) a mediados del siglo XIII, los reinos cristianos peninsulares deciden estabilizar sus confines y frenar por el momento su ansia de expansión; incluido el reino castellano, que aun mantenía diversas fronteras con los musulmanes pero que, a partir de este siglo, cesará su avance conquistador y lo cambiará por otra opción menos arriesgada, consistente en la práctica de un vasallaje impuesto al reino de Granada.

Se iniciarán desde este instante largas décadas en las que predominaría la paz, que será empleada a partir de ahora como el máximo elemento de la política exterior castellana; pero, al tiempo, surgirán nuevas preocupaciones y adversidades para la estabilidad de los reinos peninsulares, que vendrán de la mano de graves desequilibrios poblacionales, económicos, políticos y sociales, así como también de un peligro aun mayor, conformado por las aspiraciones de la nobleza por aumentar su poder, y que conllevarían durante mucho tiempo una sucesión de crueles y constantes luchas por gran parte del territorio cristiano que se mantendrán hasta mediados del siglo XIV.

En efecto, y desde una perspectiva política, se trataron de reorganizar y revisar las potestades de los miembros de la aristocracia tras finalizar sus labores militares durante las continuadas conquistas de los territorios controlados por los musulmanes, constituyendo ahora la clase nobiliar un poderoso grupo que en muchas ocasiones pretendía incluso usurpar el poder real mediante la realización de alianzas entre sus miembros más ambiciosos; lo cual suponía una peligrosa amenaza para la integridad de la monarquía, que pretendió atajarla realizando concesiones de nuevos privilegios destinados a atraer y fidelizar a esa parte de la nobleza rebelde a la causa y servicio del rey.

Todas estas luchas nobiliarias y dinásticas continuarían, con algunas épocas de relativa paz, incluso hasta el reinado de Pedro I (1334 -1369), quien también las hubo de padecer (tornándose de especial gravedad entre los años de 1366 y 1369, cuando se origina la Primera Guerra Civil Castellana entre el rey y su hermano Enrique) y, por ello, decidió ejercer una política interior caracterizada por tratar de fortalecer el poder de la monarquía en gran modo, reafirmando, ante todo, su potestad legislativa. De otro lado, y sabedor de la gran importancia que suponía el contar con numerosos apoyos que sostuvieran el poder regio, obtuvo numerosos adeptos entre los miembros de la burguesía y de los concejos de las ciudades, así como también de entre miembros de la nobleza que fueran de su plena confianza, configurándose así una red vasallática bien asentada y como previsión de que no se iniciasen futuras revueltas contra su autoridad.



Batalla de Nájera de 1367, que enfrentó a los ejércitos de Pedro I y su hermano Enrique en el contexto de la Guerra Civil Castellana. Fuente: www.commons.wikimedia.org


No obstante, y no siendo lugar aquí para analizar el devenir de su gobierno, debe decirse que pronto surgirían destacadas figuras, aliadas de la autoridad regia que ostentaba, y otras que ejercieron gran influencia en la vida personal del monarca castellano, como María de Padilla (1334-1361), quien, a la sazón, se hallaría, como ahora veremos, muy vinculada al territorio onubense. En este mismo sentido, una destacada fuente para el estudio de la personalidad del monarca castellano viene dada por la eminente figura del canciller Pero López de Ayala (1332-1407), quien estuvo al servicio de Pedro I y al que abandonó, como tantos hicieran, cuando la victoria de su hermano Enrique parecía ya manifiesta, finalizando así la antedicha Guerra Civil Castellana con la victoria de los ejércitos del aspirante de la casa Trastamara.

Ayala, precursor del humanismo y muy dado a analizar en sus obras las ejemplificaciones morales que subyacen en la Historia, retrata al monarca en su obra Crónica de Pedro I, en contraposición a la tradición popular que lo muestra como un gobernante justiciero, como un verdadero tirano, empleando para ello tales términos: “E fue el rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, e blanco e rubio, e ceceaba un poco en la fabla. Era muy temprado e bien acostumbrado en el comer e beber. Dormía poco e amó mucho mujeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue copdicioso de allegar tesoros e joyas (...) e mató muchos en su regno, por lo qual le vino todo el daño que avedes oído. Por ende, diremos aquí lo que dixo el Profeta David: Agora los Reyes aprended e sed castigados todos los que juzguedes el mundo, ca grand juicio e maravilloso fue este e muy espantable”.

Sin embargo, esta personalidad se vio en gran medida transformada y condicionada por las virtudes que le supo transmitir, durante el tiempo que convivieron, uno de sus más reconocidos amores, María de Padilla (a pesar de estar comprometido por razón de estado con la noble francesa Blanca de Borbón), y quien le conoció en el contexto de la guerra civil de Castilla, según nos relata López de Ayala: “En este tiempo, yendo el rey a Gijón, tomo a doña María de Padilla que era una doncella muy fermosa e andaba en casa de doña Isabel de Meneses, muger de don Juan Alfonso de Alburquerque que la criaba, e tráxogela a Sant Fagund Juan Ferrandez de Henestrosa, su tío, hermano de doña María González, su madre”.

 Grabado cuya representación se atribuye a la reina María de Padilla. Fuente: www.curiosidadesdelahistoria.blog
 

No obstante esta información, puede pensarse aquí que el monarca castellano tomara a Padilla como una concubina más, fruto de la animadversión de Ayala para con el rey; pero, distinta interpretación nos ofrecen los textos del historiador zaragozano Jerónimo Zurita (1512-1580) al respecto de los sentimientos entre la joven noble y el monarca: “Que el Rey D. Pedro fue a la Ciudad de León; Que a la entrada vio en los Palacios de un gran Caballero de la Ciudad, que se decía Diego Fernández de Quiñones, a Doña María Padilla, parienta del Caballero, la qual era la más apuesta Doncella, que por entonces se hallaría en el mundo, y que el Rey quando la vio, como era mancebo de edad de hasta diez y siete años, enamorose mucho de ella, e no pudo estar en sí, hasta que la huvo, e durmió con él”.

Sin embargo, y siguiendo ahora los escritos del historiador hispalense Pablo de Espínola, se afirma lo siguiente: “Que la común tradición de Sevilla, es, que la dicha Doña María vivía en ella con su tío D. Juan Fernández de Hinestrosa, en la Collación de San Gil, en la calle Real, yendo de Santa Marina a la Puerta de la Macarena, a la mano derecha, que entonces era mucho mayor, que oy y que viniendo el Rey de caza, se enamoró de ella; que ella no consintió, sino casándose; y dicen que el rey se casó con ella; y que la llevó al Alcázar, que la quiso de fuerte, que quando Doña Blanca vino, aunque hizo las ceremonias de las Bodas con ella, acabadas, se fue a Montalván, donde estaba Doña María de Padilla”.

Sea como fuere, queda claro que el rey Pedro I conoció a María de Padilla en el verano de 1352 y, de manera inmediata, quedó cautivo de su belleza, inteligencia y personalidad bondadosa, tal y como refieren las crónicas medievales. Prueba de ello fue la donación que le hizo a su amada de la villa de Huelva en tales términos: “Sepan quantos esta Carta vieren, como ante mí, Gil Martínez, Alcalde en Huelva por nuestro Señor el Rey, estando los Alcaldes, y el Alguacil, y los Caballeros, y los Homes buenos del Concejo de esta dicha villa en la Eglesia de Sant Pedro ayuntados en Cabildo, por voz de pregón llamados, segunt que es uso, y costumbre de se facer, mostraron ante mi el dicho Alcalde Carta, y Privilegios de nuestro Señor el Rey D. Pedro, que Dios mantenga en su servicio muchos años, y bonos; y dixeronme en como el Señor Rey, que fuera su voluntad, y su merced de dar esta dicha Villa a Doña María de Padilla, e que ellos, que querían embiar pedir merced a la dicha Doña María, en que les confirmasse las dichas Cartas, y Privilegios, según eran confirmadas de el dicho Señor Rey...”


 Retrato del rey Pedro I realizado en 1857. Fuente: www.commons.wikimedia.org
 

Asimismo, la documentación de la época refleja que María de Padilla fue Señora de Huelva desde septiembre de 1352 hasta, al menos, el año 1359, sucediendo en el cargo al maestre de la Orden de Santiago; puesto que aun en esta fecha se constata su intervención como magistrada regia por la entrada de unos ganados pertenecientes a Niebla y Trigueros en Huelva, creándose un litigio entre los villanos de estos núcleos basado en la petición de pago por tal uso. Ante esto, los ganaderos argumentaron que “si no eran tenidos a pagar...es porque nuestra Señora Doña María de Padiella, que Dios mantenga, dio una Carta de comunidad de pastos”.

Por otro lado, y según el militar e historiador sevillano Diego Ortiz de Zúñiga (1636-1680), cabe destacar que María de Padilla nació en Sevilla, según lo refiere en sus crónicas: “natural de esta ciudad, según antiguas memorias, y que tenía Casa propia, a la Parroquia de Santa Marina, de que aun se conocen las ruinas”. Y sería también allí donde se casara con el monarca en torno al 1350 ó 1351, con anterioridad al compromiso con Blanca de Borbón (que tuvo lugar en el año 1353), según constan en las inscripciones honoríficas conmemorativas del regio evento.

Si bien en su momento no se publicitó la boda con María de Padilla, por temor a posibles revueltas contra su autoridad al contravenir un compromiso de matrimonio pactado con Francia con la noble Blanca de Borbón en 1351, ésta fue ratificada en las Cortes de Sevilla del 1362 (un año después de la muerte de Padilla), cuando ante los prelados, ricoshombres y diputados de los reinos, declaró que Doña Blanca no fue su legítima mujer, pues se había desposado anteriormente con María; siendo testigos del evento Diego García de Padilla, maestre de Calatrava y hermano de su mujer, Juan Fernández de Hinestrosa, Juan Alonso de Mayorga (Canciller del Sello de la Puridad) y el Capellán Mayor y Abad de Santander, Juan Pérez de Orduña. Todos ellos juraron ante el Evangelio ser cierta la boda celebrada por el monarca en Sevilla y, por tanto, se solicitó que se tratase como reina a María de Padilla al tiempo que debían ser reconocidos como hijos legítimos los vástagos fruto de esta relación a fin de continuar con su linaje.


 Escudo de armas de María de Padilla. Fuente: www.commons.wikimedia.org
 

El legado de la Señora de Huelva, María de Padilla, como consorte se resume en la fundación del Monasterio de Santa Clara en Astudillo, Palencia, en el año 1353, ser una gran consejera del rey en asuntos de estado y al persuadirle de no tomar excesivas represalias con sus detractores y, ante todo, dedicarse a la crianza y preparación de sus cuatro hijos como herederos reales: Alfonso, Beatriz, Isabel, que se casó con Edmundo, duque de York, y Constanza, que estuvo casada con Juan de Gante, duque de Lancaster.

La reina María murió en el Alcázar de Sevilla en 1361 y fue enterrada en el monasterio que ella misma fundó en Astudillo. Un año más tarde, el rey Pedro mandó trasladar su cadáver a la catedral de Sevilla, mandando que se honrara como reina por toda Castilla, y allí reposaría hasta el año 1579, cuando finalmente sus restos fueron trasladados a la Capilla Real de la catedral hispalense.



BIBLIOGRAFÍA:

-IRADIEL, P; MORETA, S; SARASA, E. Historia Medieval de la España Cristiana. Ed. Cátedra, Madrid, 1995. ISBN: 84-376-0822-8.

-GARCÍA LÓPEZ, J. Historia de la Literatura Española. Ed. Vicens Vives, Barcelona, 1977. ISBN: 84-316-0597-9.

-MORA, Juan Agustín de. Huelva Ilustrada. Breve Historia de la Antigua y Noble Villa de Huelva. Impr. Gerónimo de Castilla, Sevilla, 1762.

martes, 22 de mayo de 2018

El monasterio de Santa María de La Rábida

Uno de los edificios más célebres que alberga la provincia onubense, y precisamente por su enorme trascendencia histórica en relación con el Descubrimiento de América, es el monasterio medieval de Santa María de La Rábida, sito en el término municipal de Palos de la Frontera.

El monasterio se erigió en un promontorio que domina el estuario en el que confluyen los ríos Tinto y Odiel, a buen seguro construido sobre restos de antiguas edificaciones de carácter religioso, tal y como refieren diversas obras que, a medio camino entre los relatos históricos y legendarios, tratan los orígenes de tan emblemática localización.

Así, y siguiendo los escritos del cronista fray Felipe de Santiago en su obra “Libro en qve se trata de la antigvedad del conuento, de Nª Sª de la Ravida, y de las maravillas, y prodigios de la Virgen de los Milagros”, se nos habla de una primera construcción fenicia en honor al dios Baal, la cual sería sustituida por otro gran templo, o más bien considerándose ahora sacro todo el promontorio, en honor a la diosa Proserpina (deidad de la vida y la muerte) durante el gobierno del emperador romano Trajano (53-117).

Igualmente, y entrado el año 159 de Nuestra Era, la tradición afirma la venida de Siriaco, un predicador cristiano que se establecerá en este lugar para transmitir sus predicamentos a los núcleos poblacionales próximos, y cuyos discípulos proseguirían su legado en el promontorio hasta el año 332, cuando se constatarían ya las primeras imágenes cristianas depositadas en el santuario para su veneración. 


 Exterior del monasterio de Stª María de La Rábida. Fuente: www.andalucia.org
 

Por otro lado, y hablando ahora desde un punto de vista etimológico, existen unas tres versiones diferentes para explicar la denominación que recibe el monasterio. La primera hace referencia a su vinculación por el apellido de un sacerdote secular promotor de la erección del templo, otra es la que afirma que La Rábida adquiere su nombre del término árabe ribat, que hacía referencia a aquéllos pequeños eremitorios islámicos de carácter defensivo-militar y, por último, se teorizó con el hecho de que una vez convertidas al cristianismo las poblaciones próximas al convento, sus habitantes solicitaron al obispo de Jerusalén San Macario (muerto en 335), la implantación de una imagen para venerarla en este monasterio; trayéndose finalmente al santuario, que estaba gobernado por el sacerdote Effren, en el año 332, la imagen de Nuestra Señora de La Rábida, llamada así por sus milagros y curaciones al respecto de la enfermedad de la rabia. Sin embargo, y a pesar que fue finalmente ésta la denominación que se le otorgó al lugar, el posterior nombre que se le asignó a la imagen fue el de Nuestra Señora de los Milagros, por haberse rescatado en el estuario por varios pescadores una vez que, según narra la tradición, había sido arrojada a las aguas cercanas para evitar así su profanación por los invasores musulmanes en el 711.

Sea como fuere, y alejándonos de los terrenos legendarios, sí resulta más verosímil la ocupación de este convento-fortaleza por los miembros de la Orden del Temple en el siglo XIII. Pero, una vez cayó en desgracia esta orden religiosa, se decidió, mediante bula emitida por el Papa Clemente V (1264-1314), que su cuidado, como el de tantos otros monasterios, habría de corresponder ahora a los religiosos conventuales, quienes permanecerían allí hasta el año 1445, cuando se hace efectiva la ocupación definitiva del edificio por los religiosos franciscanos. No se trató, pues, de un lugar que vio la superposición de distintas creencias y cultos propios de culturas diferentes, sino que a buen seguro la colina donde se asienta el actual monasterio fue considerada desde antiguo un área sacra para los cristianos y permitido su culto en todo momento por los gobernadores musulmanes.


 Salón interior del monasterio. Fuente: www.andalucia.org 
 

No obstante, la verdadera importancia histórica del monasterio radica en ser el lugar principal donde se mantuvieron las conversaciones entre dos religiosos, muy próximos a la corona castellana, y un huésped, Cristóbal Colón, quien llegó en 1484 junto a su hijo Diego, y quien dio a conocer sus ideas de navegación novedosas a los seglares, buscando ayuda y consideración como intermediarios para la consecución de sus propósitos comerciales. Así, muy pronto mantuvieron Fray Juan Pérez y Fray Antonio de Marchena entusiastas conversaciones con el almirante genovés sobre la empresa colombina y los requisitos necesarios para su ejecución. Y cuyo agradecimiento mostró el propio Colón en una carta remitida desde la isla Española a los monarcas hispanos: “Ya saben Vuestras Altezas, que anduve siete años en su Corte importunándoles por esto: nunca en todo este tiempo se halló piloto, ni marinero, ni filósofo, ni de otra ciencia, que todos no dijesen que mi empresa era falsa; que nunca yo hallé ayuda de nadie, salvo de fray Antonio de Marchena, después de aquella de Dios eterno; al tiempo que refirió en otra ocasión: “Que á dos pobres frailes debían los Reyes Católicos el descubrimiento de las Indias”.

Fruto del buen hacer del guardián del monasterio de La Rábida fue lo descrito por él en una carta remitida al propio genovés, dando con ello prueba irrefutable de la eterna unión y significación del pequeño convento onubense con la empresa descubridora del Nuevo Mundo:

Nuestro Señor ha escuchado las súplicas de sus siervos. La sabia y virtuosa Isabel, tocada de la gracia del Cielo, acogió benignamente las palabras de este pobrecillo. todo ha salido bien; lejos de rechazar vuestro proyecto, lo ha aceptado desde luego, y os llama a la Corte para proponer los medios que creáis más á propósito para llevar a cabo los designios de la Providencia. Mi corazón nada en un mar de consuelo y mi espíritu salta de gozo en el Señor. Partid cuanto antes, que la Reina os aguarda, y yo mucho más que ella. Encomendarme a las oraciones de mis amados hijos y de vuestro Dieguito. La gracia de Dios sea con vos y Nuestra Señora de la Rábida os acompañe”.


 Obra de Eduardo Cano de 1856 que representa a Colón explicando su proyecto en el monasterio de La Rábida. Fuente: www.commons.wikimedia.org
 

De otro lado, y tras su fundación, el monasterio sufrió diversas remodelaciones a lo largo del tiempo hasta lograr el aspecto que presenta hoy día. Así, a fines del siglo XV poseía una iglesia, clausura y hospedería, accediéndose al edificio por la puerta con su arco de medio punto sita en la fachada oriental. Tras ella se accedía a un zaguán donde se guarecían los visitantes recién llegados a tan remoto lugar, y donde existía una pequeña ventana lateral desde donde se observaba al visitante; también, al fondo, se encontraba la puerta de estilo gótico elaborada en sillería y con su dintel en forma de conopio, sobre el que se dibujó el escudo de la Orden de San Francisco. Asimismo, y traspasada dicha puerta, había dos vestíbulos desde los que se accedían al patio de la hospedería, quedando a su alrededor la sacristía, las habitaciones de los viajeros, el almacén y el lavadero.

No es lugar aquí el describir todas y cada una de las estancias del edificio, inherentes, de otro lado, a cualquier monasterio tardomedieval. Sin embargo, es necesario resaltar su iglesia, de nave central, presbiterio y capilla; la sala capitular y el claustro de estilo mudéjar. Pero, las vicisitudes políticas e históricas quisieron que gran parte de las estructuras del edificio sufrieran a lo largo del tiempo constantes remodelaciones, ampliaciones y supresiones, desconfigurándose la morfología original del monasterio.


El monasterio de La Rábida en el siglo XIX. Fuente: www.bibliotecavirtualdeandalucia.es


Sin embargo, el momento de mayor peligro para este histórico y emblemático monasterio llegó en 1835, cuando se decreta su abandono en base a las leyes desamortizadoras; quedando el edificio en un estado ruinoso hasta el año 1851, cuando se valoró un proyecto de derribo y reutilización de sus materiales; por suerte, este proyecto fue desechado y en 1854, los duques de Montpensier, atraídos por el encanto del lugar, decidieron donar la suma inicial de 7.000 reales para una reparación parcial y la conservación básica del edificio, que desde entonces se destinaría para la beneficencia y como hospital.

Por fortuna, este proyecto restaurador y su espíritu de conservar tan importante legado monumental efectuado en tiempos de la reina Isabel II, salvó definitivamente de la ruina y del más absoluto olvido histórico a esta primordial localización religiosa que acogió al que se sería el descubridor del Nuevo Mundo, su hijo y, más aún, dejó fluir entre sus viejas paredes las ideas aventureras de un comerciante genovés que con su hazaña descubridora cambió para siempre la historia del mundo.