El
territorio que conformaba la actual provincia de Huelva durante el
siglo IX padeció, al igual que una gran parte de la costa peninsular
ibérica, los violentos saqueos liderados por los vikingos y,
aunque las fuentes antiguas se refieren en ocasiones a ellos como
normandos, debemos diferenciar aquí ambas acepciones; pues la
primera se origina en la península escandinava y en Dinamarca, no
adscribiéndose este término étnicamente a una cultura determinada,
sino que los vikingos eran quienes, dentro del conjunto de la
población escandinava, se dedicaban sólo a hacer expediciones
marítimas de saqueo en lejanas latitudes. Asimismo, el inicio de su
expansionismo, en el siglo VIII, fue debido a un aumento demográfico
que motivó la necesaria búsqueda de más bienes y nuevos lugares
sobre los que asentarse y realizar una colonización.
Por
su parte, los normandos, herederos de la cultura nórdica, se
asientan en el amplio área noroeste de la actual Francia a partir
del 893, cuando el rey franco Carlos III el Simple concede al
caudillo noruego Hrólfr Ganger, a
quien los francos acabarían llamando Rollon, el territorio de
Nostria, que se convertiría en el futuro Condado de Normandía,
a condición de que sus belicosas huestes cesaran los constantes
saqueos en el reino franco y se convirtieran al cristianismo.
Estos
guerreros normandos, cuya etimología significa “hombres del norte”
o
northmanni
según el latín medieval, serían los que más protagonismo tendrían
en los posteriores saqueos que asolaron el reino cristiano astur y el
Al-Andalus durante el siglo X, pues la cercanía de la franja norte
francesa hizo que las incursiones hacia la península Ibérica se
prodigasen con una mayor regularidad.
Reproducción de un drakkar vikingo. Fuente: www.historie-normandie.fr
Sin
embargo, no se trató de un choque cultural absoluto entre dos mundos
completamente distintos, sino que, durante el emirato de
Abd-al-Rahmán I (731-788), existieron relaciones diplomáticas entre
los mundos andalusí y vikingo, pues dicho emir decidió enviar a un
embajador, el poeta Yahya Ibn-Hacam, a la corte de un destacado conde
o jarl vikingo; a buen seguro para lograr alianzas militares
que atacasen a su enemigo común, los francos.
No
obstante estos intentos de alianza, años después se impondrían las
necesidades de expansión y enriquecimiento de los nórdicos y, de
tal forma, tenemos constancia por las fuentes documentales de una
primera incursión vikinga en el año 844 en la península Ibérica
(año 230 de la Hégira); la cual arribó a las playas asturianas.
Desde allí, los escandinavos saquearon una gran parte de la cornisa
cantábrica, hasta llegar al Faro Brigantium, la actual “Torre
de Hércules”, en La Coruña. En esa localización tuvo lugar una
batalla cuando el rey de Asturias, Ramiro I (790-850), envió tropas
para hacer frente a los invasores nórdicos, causándoles numerosas
bajas y el hundimiento de setenta navíos. Todo ello quedaría
recogido documentalmente en el Códice de Roda, escrito hacia
el 990, y que refiere todos estos acontecimientos de tal forma:
“...por aquel tiempo, los normandos, gente hasta entonces
desconocida, pagana y muy cruel, llegaron hasta nosotros con un
ejército naval”.
Un
año más tarde, en el 845, los vikingos o madjus
(denominación árabe que significa “infieles”), harían por fin
su aparición en tierras andalusíes, llegando a la ciudad de Lisboa,
saqueándola y permaneciendo allí por dos semanas para entonces
dirigirse a Cádiz y el territorio de Sidonia. Un ejército musulmán
salió a su encuentro pero fueron derrotados y, debido a esta
circunstancia, los escandinavos pudieron acampar a escasa distancia
de Sevilla, una vez que asediaron Isla Menor y Coria. Las defensas
hispalenses no pudieron resistir el ataque nórdico, por lo que
penetraron en ella y la saquearon (algunas fuentes dicen que tardaron
un día y una noche en arrasarla y otras que estuvieron siete días
sometiendo a sus habitantes a la muerte y la cautividad), y de la que
emprendieron la huida sólo cuando vieron acercarse al ejército del
emir de Córdoba Abd-al-Rahman II (792-852) para hacerles frente.
Botas vikingas expuestas en el Museo de los Barcos Vikingos de Oslo. Fuente: Elaboración propia.
Este
ejército musulmán estuvo formado por un cuerpo de caballería de
élite, que estaba al mando del hadjib (primer ministro) Isa
Ibn-Chohaid, lo cual denota que los andalusíes no contemplaron estas
razias como algo menor, sino que las consideraron como
incursiones militares de gran poder destructivo, las cuales eran
necesario erradicar de manera contundente. Al grueso de las tropas
musulmanas se sumaron también oficiales de renombre como Abdalah
Ibn-Colaib o Ibn-Wasim, quienes se establecieron en los territorios
del Aljarafe y avisaron al resto de gobernadores más próximos a fin
de que enviaran refuerzos y protegieran las poblaciones.
Los
días siguientes se produjeron constantes combates que, a pesar
incluso de la venida de refuerzos por parte de los saqueadores
escandinavos, no pudieron cambiar la relación de fuerzas (superiores
en número para los musulmanes). De este modo, sabedor el contingente
nórdico que no podía escapar de las tropas andalusíes y, estando
decididos a presentarles batalla por hallarse rodeados, combatieron
el día 11 de noviembre, sufriendo numerosas pérdidas, pues aparte
de los muertos en combate, se mandó ahorcar a los prisioneros e
incluso se colgaron otros de las palmeras a modo de advertencia.
Igualmente, y a fin de mostrar autoridad, las autoridades islámicas
ordenaron decapitar a algunos caudillos vikingos que fueron muertos
en los combates para exponer sus cabezas como “trofeos” por lo
oneroso de esta victoria, acontecida tras luchas incesantes de más
de un mes desde la venida de los nórdicos.
Las murallas islámicas de Niebla, ciudad saqueada por los incursores nórdicos en el siglo IX. Fuente: Elaboración propia.
Esta
aciaga situación no les dejó a los escandinavos otra alternativa
que la de huir en dirección a las costas onubenses. Allí, según
cuentan las fuentes, se dirigieron por vía fluvial hasta la ciudad
de Niebla, donde tomaron un navío que les permitiría proseguir su
derrota hasta la isla de Saltés, muy próxima a Huelva, donde
buscaron refugio para descansar por un tiempo y repartirse el
cuantioso botín obtenido en sus razias.
En
este mismo sentido, y finalizadas las grandes expediciones del saqueo
hispalense, el territorio onubense les proporcionó un cierto refugio
y alejamiento de la peligrosidad de las fuerzas de choque musulmanas
que habían llegado por orden del emir omeya como refuerzos para
atajar la amenaza invasora nórdica del suroeste peninsular. Por
ello, consideraron que la isla de Saltés suponía un lugar
estratégico para echarse a la mar si la situación lo requería,
previo saqueo de la ciudad islámica allí edificada.
En
efecto, esta isla onubense se convirtió en la “cabeza de puente”
para la penetración de los piratas escandinavos por el interior
navegable fluvial del suroeste andalusí y su costa, así como
también para tomar las rutas de navegación de retorno hacia el
norte. Así, y tras diversas persecuciones por la costa, saqueos y
captura de prisioneros musulmanes en Niebla, se vieron obligados a
retirarse a Osonoba (cerca de Faro), Beja y Setúbal, abandonando así
finalmente el mediodía peninsular para retornar hacia latitudes más
septentrionales.
Vista aérea de la ciudad islámica de Saltés, donde se refugiaron los vikingos tras saquearla. Fuente: www.territoriohuelva.com
Dos
décadas después de estos acontecimientos, entre el 858 y el 861,
así como un siglo posterior, en el 966-971, se produjeron nuevamente
incursiones en territorio peninsular aunque, en esta ocasión, no
penetraron en tierras onubenses; la cual, ante el fracaso demostrado
por el estado omeya para prevenir este tipo de ataques, decidió
fomentar una política de construcciones defensivas como la
instauración de los ribat, los cuales, al estar situados en
promontorios estratégicos, podrían avisar así con una mayor celeridad a las
poblaciones ante la venida de cualquier navío o flota invasora.
BIBLIOGRAFÍA:
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Tomo I. 2ª Ed. 1860.
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-SÁNCHEZ
PARDO, J.C. Los
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Anuario
Brigantino, nº 33. ISSN
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