El día 1 de Noviembre de 1755, a las 9:35 horas, tuvo lugar en Lisboa el mayor y más destructivo terremoto que conociera la Península Ibérica, con la destrucción y el incendio de la capital portuguesa, conllevando la muerte de casi el diez por ciento de su población total.
El temblor perduró durante diez minutos, desmoronándose una multitud de casas cuyas ruinas atraparon a un gran número de personas, tanto a los habitantes de la ciudad como también a los extranjeros que se hallaban en la misma por motivos comerciales. Finalizados los derrumbes, además, los supervivientes tuvieron que sufrir los efectos de los enormes incendios que se originaban a cada paso por la ciudad y, de súbito, se atisbó en el horizonte marino una ola gigantesca que se aproximaba a tierra y que ahogaría a muchos supervivientes de los primeros efectos del terremoto.
Ningún estrato social se libraría de la catástrofe natural, padeciendo desde el más miserable mendigo hasta el más acaudalado noble y, resulta digno aquí de mención, la muerte del Embajador español Bernardo de Rocaberti tras derrumbársele la fachada de su vivienda al intentar salir a la calle.
Sin embargo, el epicentro de tan destructivo seísmo no se sitúo en tierra, sino en el océano Atlántico, a unos cien kilómetros de Lisboa; en concreto, en el fondo marino de una zona perteneciente a la falla geológica de Azores-Gibraltar.
Grabado del maremoto de Lisboa. Fuente de la imagen: www.historiadealmansa.com
Este poderoso movimiento de tierra, que tuvo una intensidad de 12 grados en la Escala de Mercalli (la máxima posible y que cataloga al terremoto como catastrófico) tuvo sus mayores efectos destructivos en Portugal, España y el noroeste del continente africano; aunque, tras el país luso, el más perjudicado sería España, produciéndose en nuestro país casi 1.300 victimas.
En lo referente a nuestro territorio, el litoral español fue especialmente afectado, sobre todo, las costas andaluzas, cántabras, gallegas, vizcaínas y canarias fueron las que más daños padecieron por dicho tsunami. Sin embargo, los efectos más destructivos del terremoto de Lisboa en España tuvieron lugar en la región occidental de Andalucía, donde la mayor parte de las victimas sucumbieron ante el maremoto originado tras el seísmo y no tanto por el mismo temblor de tierra. Así, se constata la cifra de unos 400 muertos en Ayamonte, 276 en La Redondela, 203 en Lepe, 66 en Huelva, etc.
Se destruyeron numerosos puentes, edificios de varios siglos de antigüedad, se resquebrajaron casas e incluso el río Tinto vio alterado su cauce. Igualmente, el Odiel se desbordó ahogando según las crónicas a cientos de marineros onubenses, se destruyeron las altas torres de las fábricas parroquiales de San Pedro y La Concepción, quedando asimismo en muy mal estado las iglesias de San Francisco, La Victoria y Santa María de Gracia.
También, en la localidad de Trigueros se desplomaron las torres de las iglesias, al igual que las de Ayamonte, Aracena, La Palma del Condado y, especialmente graves fueron los estragos en la aldea de El Rocío, donde se tuvo que trasladar la imagen a Almonte ante la casi total destrucción de la ermita, y así lo refieren las crónicas:
“...aquel tan espantoso como general terremoto que se padeció en todo el reino, el día de todos los Santos sábado primero de noviembre del año 1755, motivo porque se trajo en procesión a la Soberana milagrosa Imagen de Ntra. Sra. a la Iglesia Parroquial de esta Villa donde actualmente se venera quedando por esta razón desamparado su Sagrado Templo y Santuario, hasta que se reedifique de nuevo.”
Los enormes efectos destructivos del terremoto en la ciudad de Huelva tuvieron un cronista de excepción, el catedrático de Filosofía y vicario de la villa Antonio Jacobo Del Barco (1716-1784), quien en su obra “Sobre el terremoto de primero de noviembre de 1755” trata de buscar una explicación a tan grande desgracia desde una perspectiva no sólo filosófica y natural sino también religiosa.
En este sentido, Del Barco se somete a la voluntad divina, dejando a un lado en primera instancia su perspectiva científica para afirmar: “...yo, Amigo mío, entonces olvidé enteramente que era Philosopho, sólo me acordaba que era Christiano, para pedir a Dios misericordia”. Luego prosigue tratando de analizar las causas del maremoto: “...temo esté sucediendo en la explicación del fluxo y refluxo del Mar. Nos cansamos de buscar su causa en el Cielo, y quizás estará escondida en los senos de la Tierra”.
Las Actas Capitulares onubenses también se hicieron eco de la desgracia en tales términos: “En este Cavildo se dijo que por quanto con motivo del espantoso terremoto que a las diez del día primero del dicho mes ubo en ella se arruinaron la mayor parte de los edificios de esta villa, y los que quedaron en pie se hallan bastantemente lastimados según el reconocimiento que por personas intelixentes se a hecho de esta Población”.
Estas son, en fin, sólo algunas referencias literarias de tantas que se elaboraron a fin de dar cuenta de tan aciago acontecimiento que afectó sobremanera a numerosas ciudades y pueblos de Portugal y España, el cual trató de ser interpretado como hemos visto desde diversas perspectivas a fin de buscar una explicación al desastre natural que, pese a los esfuerzos de algunos ilustrados, y en una sociedad eminentemente religiosa como fue la del Antiguo Régimen, se interpretó como un castigo divino al que habrían de someterse los hombres.
BIBLIOGRAFÍA:
-ALBEROLA ROMÁ, A. El
Terremoto de Lisboa en el contexto del catastrofismo natural en la
España de la primera mitad del siglo XVIII. Cuadernos
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-CAL MARTÍNEZ, R. La
información en Madrid del Terremoto de Lisboa de 1755. Cuadernos
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-ROMERO BARRANCO, V. Un
testimonio literario de las repercusiones del Terremoto de 1755 en
Huelva: el Romance del Terremoto. Huelva en su historia, ISSN-e
1136-6877, Nº 11, 2004, págs. 175-186.
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