¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

lunes, 24 de mayo de 2021

La batalla naval de Ayamonte de 1624

El VI marqués de Ayamonte, Francisco Antonio Silvestre de Guzmán y Zúñiga, nació en esta villa costera onubense en el año de 1606 y murió en el Alcázar de Segovia en el 1648 tras ser juzgado y finalmente condenado por el delito de lesa majestad. De Guzmán fue uno de los nobles más acaudalados de todo el siglo XVII, pues su fortuna rondaba los 30.000 ducados anuales, que fueron el resultado, principalmente, de las ganancias de la intensa actividad comercial efectuada en la villa ayamontina y el resto de su territorio jurisdiccional.

Las fuentes documentales no parecen aportar adscripción o cargo alguno ejercido con los reinados de sendos monarcas coetáneos de su marquesado, Felipe III (1578-1621) y Felipe IV (1605-1665); a excepción del nombramiento en 1640 de Ayamonte como plaza fortificada fronteriza que debía contener si fuera preciso a las tropas revolucionarias portuguesas del duque de Bragança. No obstante, sí hay noticias tempranas referentes al interés del marqués por erradicar la piratería y el corso que con frecuencia asolaban las costas portuguesas y onubenses, tal y como narra la documentación de principios del siglo XVII.

De tal modo, un destacado documento cuenta que el día 22 de junio de 1624 acudió el marqués, junto a su séquito, a la ciudad de Tavira (Portugal) para asistir a unas fiestas de toros y de cañas que organizaba la ciudad cada año en honor a San Juan Bautista. Allí pudo comprobar cómo las autoridades lusas le refirieron los constantes ataques sufridos por los piratas norteafricanos y turcos a las costas, consistentes en saqueos, incendios y captura de muchos de sus habitantes para ser empleados como esclavos y, además, habiendo acontecido estos solo unas horas antes de su venida.

Estas aciagas noticias consternaron sobremanera al marqués de Ayamonte, quien de primera mano vio crearse una pequeña armada para tratar de poner fin a estos ataques piráticos sobre las costas lusas, tal y como refiere la documentación: «...mandó aprestar dos barcos grandes cubiertos, y dos luengos, de doze remos, seys por cada banda, sutiles y ligeros, en los quales embarcó gente de lo más lucido de su estado, y pertrechos, mosquetería y artillería capaz, a tales baxeles».

Al poco, y una vez constituida y armada esta flotilla, zarpó ese mismo día de madrugada realizando una navegación de cabotaje y vigilando a cualquier buque que se aproximara tanto a las costas andaluzas como portuguesas, para mayor seguridad del marqués mientras residía en la localidad portuguesa. Así, a pocas horas de iniciada la vigilancia, ya se divisaría en dirección sudeste a un navío que se les aproximaba hacia sus popas. Los pilotos, tras comprobar que el buque llevaba vela latina e insignias confusas, dieron orden de trincar velas y maniobrar para colocarse en posición de ataque: «...se puso la gente y artillería en orden, y se biró sobre ella, enbiando un barco luengo a reconocerla, como baxel más sutil. Diéronle voces y preguntaron qué gente era. Respondieron que amigos. Con todo esso se entró a reconocerla con recato, porque semejante palabra no assegura en esta costa, antes engañan con ella los renegados que la inquietan».

 

Retrato del VI marqués de Ayamonte, Francisco de Guzmán y Zúñiga. Fuente: www.juntadeandalucia.es

 

A su vez, desde la costa de Tavira, se contemplaba esta acción de reconocimiento en el mar por parte del corregidor y capitán mayor y demás caballeros del regimiento de la ciudad y, pensando estas autoridades que se trataba de un abordaje a un buque enemigo: «...ymbiaron una falúa con gente de guerra, y un barco que todo pudiera ser de mucha importancia para la resistencia que hiciera la saetía si fuera de enemigos por ser de buen porte, y bien artillada».

No obstante, y tras constatar finalmente que no era un navío enemigo, inició de nuevo la falúa (embarcación ligera y alargada empleada en puertos y ríos) su regreso a puerto lanzando salvas de artillería que eran contestadas recíprocamente desde tierra. Esta tranquilidad propició que continuasen las celebraciones previstas en honor de San Juan Bautista y a las que asistía como invitado el marqués de Ayamonte: «...vinieron los Cavalleros con grande acompañamiento, y llevaron al Marqués a la ventana donde avía de ver la fiesta; en la qual se dize, no avía persssona visto fiestas, desde las últimas, en que el Rey don Sebastián, que Dios aya las vio».

El marqués permaneció en Tavira también durante el domingo 23 y el lunes 24 de junio, fecha ésta en la que llegó a la ciudad lusa un enviado desde Ayamonte, en torno a las dos de la madrugada, y quien le comunicó a de Guzmán y Zúñiga que habían divisado dos posibles navíos piratas armados frente a las costas ayamontinas. Así, y tras conocer la noticia, el corregidor y capitán mayor de Tavira, le ofreció al noble onubense ayudarle yendo también a Ayamonte con su infantería embarcada en una carabela que comandaría el sargento mayor de aquella ciudad para tratar de socorrer a la villa onubense.

Sin embargo, el marqués de Ayamonte rechazó esta ayuda portuguesa por tratarse de horas difíciles para reclutar hombres sin paga y además ello conllevaría mucho tiempo en realizar todos los preparativos de guerra; ordenando, no obstante, preparar la defensa en la propia villa de Ayamonte: «...mandó prevenir un barco de un vasallo suyo, que estava en aquél puerto, para embarcarse en él por aventajarse en ligereza».

El bajel (embarcación de vela de grandes dimensiones) armado por orden del marqués y en el que él mismo embarcó el día 25 de junio, inició una navegación de cabotaje tras salir de la barra de Ayamonte por toda la costa a fin de localizar algún buque enemigo y, así, en torno a las cuatro de la tarde, se cruzó con otros dos buques españoles que venían huyendo y que «...asseguraron las nuevas de los enemigos, pues desde las torres del lugar de Ayamonte se descubrieron».

 

Escudo nobiliario del marquesado de Ayamonte. Fuente: www.juntadeandalucia.es

 

Para mayor seguridad en el proceso de búsqueda y captura de los enemigos, se había armado en Ayamonte esa misma mañana otro navío de mayor peso que realizaba una navegación más lenta, y además sería el que encabezaba la expedición, seguido del bajel del marqués de Ayamonte, que era mas veloz. Al anochecer se divisaron finalmente dos saetías enemigas (embarcación de tres palos y una sola cubierta que se utilizaba para el corso o mercadeo), con insignias islámicas, y la flotilla española decidió emplear una táctica a fin de engañar al enemigo, consistente en hacer creer a los piratas que el primer buque hispano se retiraba hacia la costa, quedando solo atrás el bajel del marqués en espera de acontecimientos.

El engaño funcionó, pues los piratas musulmanes acudieron tras el navío español que, de forma lenta, se aproximaba a las costas onubenses, al tiempo que el navío del marqués de Ayamonte les hizo frente: «...halló delante el barco donde yba el Marqués, que a los mosquetazos avía venido sobre ellos, y les dio rociada con la artillería y mosquetería. Los enemigos tiraron algunos balazos, pero viéndose embestidos, se rindieron, echándose algunos a la mar, particularmente un renegado portugués, y otros que al embestirlos claramente hablaban Españolado».

El otro buque pirata, más rezagado, se dio finalmente a la fuga sin presentar lucha; y siendo las once de la noche del día 25 de junio de 1624, concluyó el combate naval frente a las costas ayamontinas. Solo quedaba pues a las autoridades hacer balance de la contienda que previno un asalto y saqueo de la villa de Ayamonte: «...traía esta saetía Turcos, Moros y renegados, y tres pieças de artillería, diez mosquetes, algunos alfanjes, pólvora y balas, bastones, armas para las pressas que cada día hazen de barcos de pescadores y otros a quien se atreven».

Por último, esta batalla liderada por el marqués de Ayamonte, con victoria para las armas hispanas, propició como era de esperar una gran alegría en la villa onubense, que realizó las obligadas celebraciones: «...entró el Marqués en la villa de Ayamonte, y fue muy bien recibido con la toma desta pressa, por el daño que hazen tales baxeles en esta costa».

 

 

Bibliografía:

 

-Presa que el Señor D. Francisco de Guzmán y Zúñiga, Marqués de Ayamonte, hizo en veynte y cinco de Junio deste presente año de 1624. Impr. Francisco de Lyra, Sevilla, 1624.

-www.rah.es







domingo, 16 de mayo de 2021

El combate de Huelva de octubre de 1810

           Concluidas las primeras fases de la invasión francesa en la provincia de Huelva en el año 1810, que consistió no tanto en controlar militarmente las poblaciones como en efectuar acciones de saqueo en las mismas, el ejército invasor galo decidió establecer su cuartel general en Niebla, lugar estratégico que ofrecía a las tropas imperiales una espléndida defensa por las murallas medievales y, asimismo, por ser un núcleo con unas magníficas comunicaciones hacia las zonas del Condado, el Andévalo, Sevilla y, muy especialmente, para realizar incursiones cuando fuesen necesarias hacia el margen izquierdo del río Tinto; que estarían lideradas por Próspero Luis (1785-1861), duque de Arenberg, quien estaba al mando del “27 Regimiento de Cazadores” hasta su relevo por el coronel Victor Urbain Remond (1779-1859) en los últimos meses de 1810.


De otro lado, y estando localizado el grueso del ejército español del mariscal de campo Francisco Copons y Navia (1764-1842) en el Andévalo occidental onubense, la propia ciudad de Huelva, en los momentos iniciales de la Guerra de Independencia, fue un lugar donde las tropas españolas pudieron actuar con cierta libertad, ya que su localización estratégica la convirtió en una suerte de frontera entre ambos ejércitos contendientes, estando dicha ciudad bajo la influencia de franceses o españoles de manera alterna según cómo acontecieran las incursiones o desembarcos victoriosos de uno u otro bando.


No obstante, sucesivas victorias galas en Huelva harían permanecer a la ciudad bajo el poder e influencia imperial durante varios meses del año 1810, aumentando así el número de ciudadanos onubenses afrancesados, conscientes de la preeminencia francesa en la urbe y con la creencia cada vez más extendida entre la población de una total incapacidad militar española que pudiera revertir la situación de dominio galo sobre la ciudad y los pueblos circundantes.
 
 
Grabado de tropas españolas desembarcadas en Huelva en 1810. Fuente: Historia de la Guerra de la Independencia. Príncipe, M. (1847).
 

Así, y fruto de lo voluble que eran las conquistas y la posesión de las villas y ciudades en este área concreto onubense por parte de uno y otro bando, se adoptó como modo de hacer la guerra la erección de «fortificaciones de campaña», consistentes en proteger una posición por un tiempo determinado a fin de ofrecer a las tropas una cierta seguridad frente al enemigo en espera de recibir refuerzos, resistir hasta el final o conseguir así mas tiempo para abandonarla tras efectuar una retirada.

Precisamente, en este contexto de ataques y defensas continuados entre ambos ejércitos en suelo de Huelva a fin de tomar posiciones estratégicas al enemigo, el mariscal malagueño Copons refiere en su Diario de Operaciones los preparativos para fortificar una posición concreta el día 6 de octubre de 1810 que pudiera albergar tropas y favorecer la defensa de la ciudad: «En la tarde de este día se empezó la obra de una casa fuerte en Huelva, que el general había ordenado fortificar para situar en aquél punto un destacamento de 100 hombres con objeto de mantener en aquella villa la comunicación con Cádiz, y proteger aquel vecindario».

Debe aclararse aquí que las fuentes documentales no dicen el lugar exacto donde se situó este puesto defensivo de Huelva, ya que se refieren a esta posición en concreto bien como un edificio civil, bien como otro de índole religiosa, porque también hay documentos que mencionan al mismo como una ermita. En este último sentido, y entrando en un marco puramente especulativo a falta de documentación certera que lo corrobore, bien pudiera haberse tratado dicha posición defensiva del eremitorio de La Cinta, localizado en lo alto de un cabezo y claramente favorable para ejercer una defensa de la ciudad; aunque, debe reiterarse, las fuentes no aportan la localización exacta del fuerte y por tanto se desconoce aun cuál fue su localización exacta.

Sea como fuere, y una vez concluida la inserción de importantes elementos defensivos en el puesto español, aparecen noticias el día 9 de octubre acerca de la guarnición que habría de defenderlo: «Un destacamento de 100 hombres del regimiento de Guadix pasó a Huelva a ocupar la casa fuerte que se había fortificado en aquella villa».

 

El mariscal de campo Copons y Navia, oficial al mando de las tropas españolas en Huelva en 1810. Fuente: www.wikimedia.org

 

Tras conocer los franceses la venida de un nuevo destacamento español y hacerse fuerte en dicho edificio, no tardarían en iniciarse las hostilidades y, en efecto, solo cuatro días mas tarde, el 13 de octubre de 1810, tuvo lugar el asedio galo de la posición fortificada del ejército español en Huelva. El propio mariscal Copons así lo refiere en su Diario: «Los enemigos con quatro piezas de artillería y 700 a 800 hombres entre caballería e infantería atacaron la casa fuerte de Huelva, y después de una obstinada resistencia de cinco horas, teniendo brecha abierta, tuvo que retirarse y embarcarse la tropa que la guarnecía, con alguna pérdida de una parte y otra».

No obstante, la Gazeta de la Regencia de España e Indias aporta una mayor información sobre el combate librado en esa posición defensiva onubense toda vez que reprodujo la carta remitida por Copons al ministro de Guerra acerca del desarrollo del ataque: «El destacamento de 100 hombres que tenía en la villa de Huelva alojados en una casa con algunas defensas que de mi orden hizo el quartelmaestre, fue atacado a las 5 de la mañana de ayer por 600 hombres entre infantería y caballería y 4 piezas, que situadas batían el edificio. No siendo posible al comandante, el teniente coronel de Guadix D. Pedro de Reyes, después de 5 horas sostener mas la defensa, porque al edificio le habían abierto brecha, se embarcó baxo la protección de las fuerzas sutiles con alguna corta pérdida, siendo la del enemigo tan considerable que me asegura no baxa de 200 hombres».

De igual forma, y tras la retirada española, el mariscal Copons ordenó asimismo un contraataque inmediato a las tropas francesas que tuvo lugar en las inmediaciones de la población onubense: «El comandante de mi vanguardia el coronel D. Pedro Medrano, conforme a mis instrucciones, así que le indicó el ataque el fuego de cañón, se dirigió a flanquear al enemigo por su derecha o espalda; pero al llegar a Gibraleón, el enemigo se hallaba en aquel pueblo en número de 80 caballos y progresivamente se iba reforzando con caballería e infantería; intentó pasar la Zua, pero fue rechazado por las guerrillas de Medrano, y sostuvieron el paso por mas de 3 horas; pero viendo este gefe que el enemigo aumentaba sus fuerzas, se retiró de aquel punto y tomó otra posición en donde lo aguardó, y cargando a la caballería enemiga la hizo repasar la Zua con bastante pérdida».

La contraofensiva española de ese día debía concluir con la persecución final de los franceses en Gibraleón con un cuerpo de caballería al mando de Manuel Sisternes, pero la subida del nivel del agua del río Odiel impidió ejecutar esta orden de Copons, por lo que las tropas del ejército imperial francés pudieron retirarse a sus posiciones. De tal forma, fue notorio el reconocimiento que hicieron los mandos españoles a ese destacamento de Guadix que defendió Huelva el 13 de octubre de 1810 frente al invasor francés, y así lo refiere el propio mariscal:

«Medrano me recomienda la bizarría y serenidad de oficiales y tropa, como también Reyes, haciéndolo particularmente del capitán del regimiento de Guadix, D. José de la Peña que salió herido, y también de que por el acertado fuego de las lanchas se le desmontó al enemigo un cañón».

 

El duque de Arenberg, oficial al mando de las tropas francesas en Huelva hasta finales del año 1810. Fuente: www.wikimedia.org

 

Igualmente, no acabarían ahí los reconocimientos a las tropas hispanas de Huelva aquella jornada, pues también fue recogida, a modo de hazaña, en el Diario Mercantil de Cádiz del 21 de octubre de 1810 una proclama efectuada por el brigadier del Regimiento de infantería de Guadix Carlos Carabantes, que fue dirigida a sus soldados por la defensa que hicieron en la ermita de Huelva (así aparece citada literalmente) el día 13:

«Soldados: Nuestros valientes hermanos y gefes llegan oi a nuestros brazos cubiertos de gloria. En Huelva han dado una prueba de su entusiasmo, de su valor y del desprecio con que miran la vida en toda acción de guerra; siempre este regimiento que tengo la honra de mandar, ha conservado en sus armas el honor militar; y no dudo que todos vosotros sabréis imitar a estos campeones, que aunque pocos y en número de noventa y cinco han resistido cinco horas de fuego obstinado, que 800 enemigos de todas armas les hacían con artillería. De este modo se cumple con nuestro deber y con nuestra madre a patria, que ha puesto estas banderas a nuestro cuidado».

Esta acción, en fin, fue una más de las numerosas que tuvieron lugar en territorio onubense durante la Guerra de la Independencia durante los años en que dicha contienda perduró y, si bien pudiera parecer en comparación con otras batallas napoleónicas de la época que su resultado no fue decisivo por el escaso número de fuerzas en combate, sí se trató en cambio de un hecho de armas local muy destacado para hacer cambiar la mentalidad predominante hasta entonces en la ciudad, la cual vio cómo las tropas españolas fueron capaces de mantener una férrea resistencia contra el invasor galo y abrir una puerta a la esperanza de revertir la situación de sometimiento a las fuerzas imperiales.



Bibliografía:

-Copons y Navia, F. Diario de las Operaciones de la División del Condado de Niebla. Faro, s.d.

-Diario Mercantil de Cádiz (21/10/1810).

-Gazeta de la Regencia de España e Indias (6/11/1810).

-Mira Toscano, A., Villegas Martín, J. “El estuario del Tinto-Odiel y la isla de Saltés, escenario bélico en el primer cuarto del siglo XIX”, en Campos Carrasco, J.M. (Dir.) El patrimonio histórico y cultural en el paraje natural Marismas del Odiel. UHU Publicaciones, Huelva, 2016.

sábado, 1 de mayo de 2021

El defensor almonteño de Baler en 1898

El sitio de Baler, acontecido durante la Guerra Hispanoamericana, tuvo lugar desde el 1 de julio de 1898 hasta el 2 de junio del año 1899 y consistió en un asedio militar por parte de los insurrectos filipinos a la iglesia de Baler. Esta villa era la capital del distrito del Príncipe, en la isla de Luzón, al norte de las Filipinas y allí fue donde se guareció un destacamento español que, ante la dureza del cerco continuado de los rebeldes tagalos, decidió replegarse y convertir la fábrica en una posición defensiva fortificada.

Para contextualizar este hecho, debe saberse que en 1896 una sociedad secreta filipina, llamada el Katipunan, fundada por Andrés Bonifacio, instigó y lideró una insurrección generalizada contra la presencia española en todo el archipiélago asiático, provocando innumerables luchas, refriegas y batallas que provocaron grandes pérdidas a las tropas españolas. Por ello, tanto las autoridades coloniales hispanas como los líderes insurrectos acordarían firmar una paz mediante el Pacto de Biak-na-Bató el día 14 de diciembre de 1897, concluyendo así las hostilidades entre los bandos y con unas condiciones que propiciarían el exilio a Hong Kong de algunos líderes insurrectos filipinos como Emilio Aguinaldo o el general Mariano Llanera, el pago de una indemnización por parte de España a los mismos a cambio de la rendición y entrega de todas las armas de los revolucionarios y, también, el compromiso hispano de otorgar pronto una mayor autonomía política y administrativa a las Filipinas.

Esta pacificación fue acompañada posteriormente de un gran acto institucional en Manila entre las autoridades españolas y las rebeldes tagalas, al que acudieron, por la parte filipina, Aguinaldo y demás oficiales del ejército insurrecto y, de otra, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera en representación del reino de España. Tras saludarse efusivamente, los filipinos lanzaron loas a España, los reyes y al Ejército para, acto seguido, acudir conjuntamente a un espléndido banquete que los propios tagalos habían organizado a todos los asistentes de la firma de la paz, incluido el mediador entre las partes contendientes, Pedro Alejandro Paterno. El armisticio concluiría asimismo con la liberación de unos catorce prisioneros españoles, entre los que se encontraba el propio párroco de Baler, fray Leoncio Gómez Platero.

Sin embargo, esta aparente paz no duraría mucho tiempo, puesto que durante los primeros meses de 1898, con la precipitación de los acontecimientos bélicos iniciados por los Estados Unidos contra España tras la voladura del USS Maine en La Habana y, asimismo, la derrota de la escuadra española del contraalmirante Montojo en Cavite (Filipinas) el día 1 de mayo de 1898 frente a la estadounidense del comodoro Dewey, facilitó que los rebeldes filipinos reanudaran nuevamente la guerra de guerrillas y los ataques contra las tropas españolas, considerando que España ya había perdido todo su poderío militar y sintiéndose protegidos ahora por el gobierno americano en su lucha contra los españoles, especialmente en Luzón.

 

Pintura de la iglesia de Baler, lugar donde se guarecieron las tropas españolas. Fuente: www.eldesastredel98.com 

 

Pero sería esta derrota naval hispana la que propició que, finalmente, el día 12 de junio de 1898 los revolucionarios tagalos declararan la independencia formal de las Filipinas con respecto al reino de España, algo que no fue reconocido por la metrópoli ni por los Estados Unidos. Por su parte, avanzados los meses y continuándose las derrotas hispanas frente a los estadounidenses en los campos de batalla coloniales, se llegó a la firma del Tratado de París entre ambas potencias el día 10 de diciembre del año 1898, declarándose así el fin de las hostilidades y la pérdida para el Imperio español de la soberanía de la isla de Cuba, Puerto Rico, las islas Carolinas, Marianas y las Filipinas.

No obstante, en una remota localidad del norte de las Filipinas y ajeno al cese formal de las hostilidades, acontecería un suceso que pasaría a los anales de la historia militar española, como fue la defensa de una posición durante 337 días por parte de una guarnición de soldados españoles que se hallaba en inferioridad numérica frente al enemigo y, lo que fue del todo extraordinario, sin llegar a rendirla a los sitiadores cuando finalmente deciden abandonarla. En este mismo sentido, en el mes de febrero de 1898, las autoridades militares españolas decidieron relevar al contingente de unos 400 soldados destinado en Baler; sustituyéndole ahora un destacamento de solo 60 hombres venidos en el buque Compañía de Filipinas y al mando del capitán de infantería y gobernador político-militar del Príncipe, Enrique de Las Morenas y Fossi, nacido en Chiclana de la Frontera (Cádiz) en 1855, y a quien le ayudaban los segundos tenientes Juan Alonso Zayas, nacido en Puerto Rico en 1868 y Saturnino Martín Cerezo, natural de Miajadas (Cáceres) y nacido en 1866.

Los mandos españoles siempre habían adoptado decisiones de reforzar con nuevos reemplazos de soldados aquel pueblo, por su posición estratégica y debido también a la matanza que aconteció en esta localidad filipina en 1897, cuando los insurgentes tagalos, disfrazados de mujeres, penetraron en la villa mientras se celebraba una misa y, por sorpresa, mataron a la práctica totalidad de la guarnición española que estaba allí establecida, el destacamento de 40 hombres del batallón n.º 2 de cazadores, arrebatándoles después los fusiles mauser, cartuchos de munición e incluso el sable del segundo teniente Mota, el oficial que estaba al mando de la posición.                       

Este nuevo destacamento llegado a Baler en 1898 tendría pronto su bautismo de fuego, una vez que Las Morenas no aceptó obedecer las exigencias escritas en las notas que los oficiales tagalos le hacían llegar a fin de que se rindiera. A su vez, los acontecimientos bélicos que propiciaron la destrucción de la escuadra y la propia localización de la villa de Baler, sita en el alejado extremo oriental de la isla de Luzón, hizo complicado a las autoridades españolas el acudir hasta allí y comunicar por cualquier medio a los sitiados tanto las derrotas militares de España como la firma de la paz y la propia finalización de la guerra; por lo que serían los combatientes filipinos quienes se acercaran a la posición española a pedir su rendición una y otra vez, pues efectivamente la guerra había concluido y, por tanto, debían entregarles las armas, la bandera y la soberanía de Baler. 

 

El capitán Las Morenas, oficial al mando del destacamento de Baler. Fuente: www.wikimedia.org 

 

Sin embargo, y aislados de todo contacto con otras fuerzas y autoridades españolas, el oficial al mando del destacamento de cazadores expedicionarios n.º 2 de Baler, el capitán Las Morenas, no quería creer noticia alguna de victoria filipina sobre el ejército español y, mucho menos, aceptar la rendición de la posición que él comandaba. Así, mandó decir a las fuerzas insurrectas que «el destacamento de Baler no se rendía y que fusilaría a cualquier emisario que se presentase proponiendo la capitulación». De tal forma, los apenas 60 soldados españoles continuarían día tras día repeliendo los ataques de millares de tagalos filipinos que trataban sin éxito de tomar la posición que defendían. Esta orden de resistir fue secundada por todos los soldados, quienes sufrieron todo tipo de penurias fruto de las heridas en combate, la enfermedad y el hambre, motivando que incluso el médico militar Rogelio Vigil de Quiñones tuviera que repeler con su fusil los continuados ataques de los insurrectos filipinos mandados por Calixto Villacorta.

Asimismo, pasados los meses, y ante las reiteradas negativas a rendirse del destacamento español, sería este mismo oficial tagalo quien se personase en la iglesia de Baler tras partir de Nueva Écija con el capitán de la Guardia Civil Carlos Belloto, para tratar de hacer ver a los sitiados que efectivamente el reino de España había perdido la guerra y, por tanto, debían abandonar de forma inmediata su resistencia. Tras la muerte por beriberi del capitán Las Morenas el 22 de noviembre de 1898, y habiendo fallecido también un mes antes el segundo teniente Alonso, la guarnición española quedaría ahora al mando de Martín Cerezo hasta el final del sitio; pero nuevamente los mandos filipinos vieron cómo eran rechazadas cada petición de rendición con el nuevo oficial extremeño al mando, cuando constataron que el día 25 de diciembre de 1898 los sitiados estaban celebrando la Navidad bebiendo algo de vino y comiendo naranjas en su iglesia de Baler, convertida ya en una sólida fortificación española.

Por su lado, hay constancia de que el día 12 de abril del año 1899, y estando ahora en guerra los revolucionarios filipinos con los EE.UU., zarpó desde Manila el crucero estadounidense USS Bennington para socorrer a los soldados españoles sitiados de Baler, que por esa fecha ya eran únicamente 47 efectivos. Sin embargo, y según la prensa de la época, el auxilio del buque fue del todo infructuoso, ya que: «las fuerzas americanas que desembarcaron al mando del teniente Gilmore cayeron en poder de los insurrectos, sin que ni un soldado americano se librase de la emboscada». Ante esto, y siendo infructuosos todos los intentos de rendición ordenados por el gobernador-general de Filipinas en funciones, Diego de los Ríos, que llegó incluso a enviar en enero de 1899 a su subordinado el capitán Miguel Olmedo como emisario para hacer saber a los sitiados del fin de la guerra y de la innecesaria resistencia que ofrecían, decidió, como encargado de repatriar a los civiles y militares residentes en el archipiélago asiático, solicitar formalmente al general estadounidense Elwell Ottis el que se permitiera enviar tropas españolas para rescatar al destacamento asediado, algo que fue denegado en primer lugar, accediendo solo a enviar tropas americanas bajo mando de un oficial español.

El asedio continuaba y, asimismo, la resistencia hispana. Y la prensa española, conocedora de este hecho desde el inicio del sitio, al compararlo con la rendición de ciudades enteras en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, afirmaba: «¿Cómo sigue luchando España en Baler? Porque hasta allí no ha llegado la voz del gobierno; porque aquella España de 50 hombres no recibe órdenes oficiales; porque allí pelea el soldado español, no el soldado del gobierno español...»

Uno de los valerosos soldados que componían este destacamento español y cuyos nombres estarían llamados a formar parte de las más grandes hazañas de la historia militar contemporánea fue José Jiménez Berro, nacido en Almonte (Huelva) el 7 de febrero de 1876. Era de origen campesino y su sorteo de quintas aconteció en 1895 y, según el diario del teniente Martín Cerezo, Jiménez Berro, destacó como tirador de precisión durante el tiempo que duró el asedio, pues cada vez que un emisario acudía con una carta que exigía a los sitiados la rendición del puesto, un tirador hacía blanco en la misiva, haciendo huir al emisario y siendo ello celebrado con gran alegría entre la tropa española. 

 

Los héroes de Baler a su llegada a España. Jiménez Berro es el primero por la derecha, de pié. Fuente: www.wikimedia.org
 

A Jiménez Berro y al resto de compañeros les fue otorgada a su vuelta a España la Cruz de Plata al Mérito Militar con distintivo rojo, concedida por una Real Orden en 1899 como muestra del deber cumplido en el puesto de Baler, así como también le fue concedida una pensión de unas 60 pesetas mensuales que tendría carácter vitalicio.

A finales de mayo de 1899 el general Ríos mandó el vapor Uranus a la costa de Baler para efectuar el rescate de la guarnición. Sin embargo, la ayuda fue rechazada de nuevo por los sitiados una vez que el teniente coronel Aguilar desembarcó y parlamentó con Martín Cerezo, tras dejarse algunos periódicos de la península. Ante esto, el general Polavieja afirmó que «es incomprensible la actitud del destacamento de Baler, a menos que se hayan vuelto locos. En vista de lo inútiles que resultan todas las gestiones hechas para libertarlos, se les abandonará a su suerte».

El hecho que finalmente conllevó la capitulación española de la posición de Baler que defendieron durante meses fue la lectura, por parte de Martín Cerezo, de uno de los periódicos dejados por Aguilar; cuando vio en una noticia que un oficial amigo suyo obtuvo destino en Málaga, algo que solo el sitiado sabía tras haberle contado personalmente antes de la guerra que tenía intención de pedir destino en esta ciudad andaluza. 

 

El teniente coronel Aguilar acude a parlamentar con el destacamento español sitiado. Fuente: www.wikimedia.org

 
Ante esto, Martín Cerezo comprobó que ningún periódico, por buena falsificación filipina que fuera, podría saber tal hecho y, reuniéndose de inmediato con Vigil, prepararon la capitulación de la plaza. Ésta se produjo el día 2 de junio de 1899, cesando las hostilidades una vez que los 33 defensores restantes izaron bandera blanca y depusieron las armas, pero el hecho que fue mas meritorio es que, como condición, no quedaron como prisioneros de guerra, sino que los soldados filipinos los tratarían como amigos y los escoltarían hasta el resto de fuerzas españolas para reincorporarse a las mismas.

Finalmente, cabe añadir aquí que la gesta de Baler siempre perdurará en la mentalidad e imaginario hispano, siendo numerosos los actos, libros, películas y conmemoraciones de la misma. En este sentido, destaca la provincia de Huelva, pues los lazos de amistad existentes entre la localidad onubense de Almonte y Baler (por el nexo de unión que supone la figura del citado combatiente Jiménez Berro), perduran con el hermanamiento con la villa filipina. Y asimismo fue edificado un centro cultural que emulaba la construcción de la iglesia de Baler y que sirve de sede de la Fundación Amistad Hispano-Filipina, inaugurada el día 7 del mes de diciembre del 2007 por la propia presidenta de la República de Filipinas Gloria Macapagal y, también, se erigió en la localidad una escultura con la efigie del soldado almonteño que rinde homenaje a tan destacado héroe onubense que luchó en el último territorio español en Asia.



Bibliografía:

 

-Diario El Guadalete (1898)

-Diario El Liberal (1898)

-Diario La Correspondencia de España (1899)

-Diario La Lucha (1899)

-www.almonte.es