¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

lunes, 27 de noviembre de 2017

Pedro Portocarrero, señor de la villa de Moguer

El señorío de Moguer se retrotrae al año 1333, cuando el monarca castellano Alfonso XI (1311-1350) concedió dicha villa, en concepto de mayorazgo, al almirante Alonso Jofre Tenorio. Como señor, fue el dueño absoluto del lugar, impartiendo justicia, obteniendo en su nombre las rentas y tributos, detentando la potestad militar del territorio, personificando en su figura la administración delegada del reino, etc. Su hija, doña María Tenorio, contrajo matrimonio con Martín Fernández Portocarrero (1326-1370), comenzando así el gobierno del linaje Portocarrero en Moguer desde el siglo XIV, donde fundarían los conventos de San Francisco y Santa Clara.

De tal modo, transcurridas ya varias generaciones, desde la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI, surgiría la figura de uno de los miembros de la nobleza más destacados del linaje que regía este señorío, don Pedro Portocarrero, VIII señor de Moguer desde 1471 hasta 1519; y quien ostentó asimismo los títulos de señor de Villanueva del Fresno, alcalde mayor de la ciudad de Sevilla y comendador de la villa de Segura de la Sierra.

Portocarrero contrajo matrimonio con Juana de Cárdenas, quien era hija del último Maestre de la Orden de Santiago, Alonso de Cárdenas, en el año de 1473, y siendo fruto de ese matrimonio el nacimiento de dieciséis hijos; destacando su primogénito Juan, el futuro IX señor de Moguer y I Marqués de Villanueva del Fresno; Pedro, quien fue arzobispo de Granada; Alonso, el I señor de Sinargas; Garci López, señor de Alcalá, así como sus hijas Catalina y Leonor, quienes profesaron como religiosas la Fe cristiana en el convento de Santa Clara de Moguer.


 Escudo de armas de la familia Portocarrero. Fuente: www.wikimedia.commons

Sin embargo, debe aclararse aquí que no se ha preservado demasiada información relativa a su vida, a excepción de un acuerdo tratado en el 1463, y nunca cumplido, entre su padre, Juan Pacheco, I marqués de Villena, y el rey de Francia Luis XI, para casarle años después con doña Juana, hija del monarca galo; al igual que el destacado hecho de tener al que fuera descubridor del océano Pacífico, Vasco Núñez de Balboa (1475-1519), como fiel paje y escudero a su servicio por varios años. No obstante, sí nos fue legada hasta nuestros días una fuente documental de primer orden, el testamento que redactó el 16 de mayo de 1518, siendo éste el documento que refleja una sucesión de hechos mandados realizar de manera póstuma por su persona en tanto que señor de una casa nobiliar destacada en Andalucía a fines del medievo e inicios de la Edad Moderna.

Comienza dicho texto, tras encomendar el noble su alma según los preceptos cristianos, y acatando para sí una total resignación y aceptación de su próximo destino de tal forma: “...conosciendo del necesario ser obligado morir e dar quenta mui estrecha delante de la Magestad de Nuestro Sr. Jesu Christo de todas mis obras, y pensamientos, y habla, e aver de dejar todas las cosas temporales, que agora poseo, queriendo proveer con tiempo, e me aparejar con gracia de Dios Nº Señor, y disponer de todos mis bienes para después de mi muerte, avíen lo que pertenece para en servicio de Dios, reparo y salvación de mi ánima y buena disposición, y piadosa honestidad de mi sepoltura”.

A este respecto, don Pedro elegirá para su descanso eterno las tierras onubenses y no otras de su propiedad, en concreto, solicita ser enterrado en su villa moguereña y construir un sepulcro con su efigie: “Atando otrosí mi cuerpo miserable a la tierra (…) y que quando plugiere a Dios llevarme desta presente vida, sea sepultado en el Monesterio de Sta. Clara de mi Villa de Moguer, en la Capilla maior del dicho Monesterio, donde están enterrados mis abuelos. Y que abran un arco en la pared de la dicha Capilla, a la mano derecha del Sagrario, donde quepan nuestros bultos de Dª Juana de Cárdenas mi muger y mio, e se hagan los dichos bultos, segunt qual acostumbran hacer a los semejantes, como nosotros”.


 Sepulcro de Pedro Portocarrero y Juana de Cárdenas. Fuente: www.rutacultural.com


El entierro del VIII señor de Moguer discurrió, según dispuso, con una misa de réquiem cantada y rezada por los frailes y clérigos de la villa, siendo incorporadas “hachas y velas de cera” delante del Sagrario del convento para la liturgia de los oficios; y repitiéndose éstos los nueve días posteriores, no sólo en el pueblo de Moguer, sino también en el monasterio de San Francisco de León, en las ciudades de Sevilla, Écija y Carmona, así como en el monasterio de La Rábida y en el convento de la villa de Uclés. Igualmente, dispuso que el día del entierro vistieran a doce pobres de solemnidad con ropajes de sayo, capuchas, camisas y zapatos; debiendo acudir éstos los nueve días siguientes al monasterio a rogar a Dios por su alma, al tiempo que ordenó se les alimentara convenientemente durante todos los días de la novena.

Su testamento lo conforman numerosas disposiciones de ayuda a los habitantes de sus villas y a la mejora de las infraestructuras o elaboración de nuevas obras. En este sentido, Pedro Portocarrero dejó dispuesto que se dispensase una fanega de pan cocido en concepto de limosna a los pobres de Villanueva del Fresno, hechos en sus propios molinos, y que en lo referente a Moguer, se llevasen a cabo gestiones para liberar a un número determinado de esclavos: “...y porque yo he mandado sacar ciertos cautivos, para lo qual se dieron 1500 maravedíes a Pedro Alonso, Clérigo, y vecino de la Villa de Moguer, los quales creo están ya sacados: mando que se tome quenta al dicho Pero Alonso, si ha sacado los otros captibos, y los que no hubiere sacado mando, que luego los saquen, e mando que den otros 200 maravedíes para sacar más captibos”.

Asimismo, atendió diversas necesidades edilicias de la villa moguereña de tal modo: “...he mandado hacer la Capilla de la Iglesia maior de la mi Villa de Moguer, y mandé por otro mi testamento 600 maravedíes para que se gasten en ella, los quales son ya gastados, mando que le sean dados otros 200 maravedíes, para la dicha Capilla, e se vea lo que está mandado, y gastado dello. Yten porque yo he mandado hacer un Hospital en la mi Villa de Moguer, y le tengo dotados cientos más de renta, ansi de pan como de dinero según parecerá por una carta...que el dicho Hospital tiene mía, que monta todo 80 maravedíes de renta, y 22 fanegas de pan, y otras cosas, mando que todos los bienes susodichos, quel dicho Hospital tiene, y yo y la dicha Dª Juana de Cárdenas mi muger le hicimos, sean perpetuamente del dicho Hospital, y no se puedan vender, ni enagenar por cabsa alguna, que sea, o ser pueda, ni se pueda prescrivir por persona alguna, más que siempre sean tenidos por bienes del dicho Hospital perpetuamente”.


 Grabado del siglo XVIII de la villa de Moguer. Fuente: www.bne.es

De igual forma, prosigue que en esta capilla hospitalaria se den misas a cargo de dos capellanes perpetuos, quienes las oficien de manera alternativa, siendo “...la otra mitad de las dichas misas por mi ánima, e por el ánima de Dª Juana de Cárdenas mi muger, e por las ánimas de nuestros difuntos, e personas de quien tenemos cargo”. Toda vez que los obligaba asimismo a “...enterrar los pobres, que fallecieren en el dicho Hospital, e los que fallecieren en la dicha villa que fueren miserables, e no tobieren con que se sepultar” y también que “...cada Domingo se den a 90 pobres de la dicha mi villa de Moguer de limosna 4 fanegas de pan amasado, repartido por todos igualmente, e 2 maravedís en dinero a cada uno dellos cada día de los que están en una copia firmada de mi nombre”.

Además, estableció que el hospital moguereño estuviera “...mejor administrado y gobernado, y los pobres mejor tratados (...), quel Vicario, y Alcaide, que fuere en la dicha mi Villa, e los Alcaldes, y Regidores en cada un año, por el día de año Nuevo, elijan un Mayordomo, que sea hombre abonado, y honesto, y de buena conciencia, que tenga cargo al cobrar las rentas del dicho Hospital, e gastar todo lo que fuere necesario, con tanto que los gastos que hiciere sea por presencia de uno de los dos Capellanes”; al tiempo que establecía el hecho de que “...el Señor de la Villa no pueda tomar las rentas del dicho Hospital, ni mandarlas gastar en otra cosa, salvo en lo que dicho es”.

De otro lado, se preocupó en que la heredad de su mayorazgo estuviera asegurada con la inclusión de nuevos bienes y rentas: “...E para satisfación de lo susodicho, por ser cosa perteneciente a la Casa, e maiorazgo de la dicha Villa de Moguer, mando, y es mi voluntad que el dicho Dº Juan, y sus herederos lleven, y ayan la mi heredad de cuentas, e viñas que yo mandé hacer en el Chorrillo término de la dicha Villa de Moguer, e los Corrales, que yo he comprado, e huertas, e salinas, e húmedos, que he hecho, e tengo comprados en la dicha Villa los quales meto, e incorporo en el dicho mi maiorazgo”.


 Claustro del monasterio de Santa Clara de Moguer. Fuente: www.cervantesvirtual.com

Su enorme religiosidad como hombre piadoso también quedó manifestada de esta forma: “E que las fiestas principales de Nuestro Señor, e de Nuestra Señora, y de los Apóstoles, y las otras fiestas solemnes sean obligados a ir a Maitines a la dicha Iglesia, y decirlos cantados”. Al igual que sucede en otras decisiones: “...mando que las monjas de Sta. Clara de la mi Villa de Moguer digan el viernes de cada una semana un responso cantado por mi ánima, e por el ánima de Dª Juana de Cárdenas mi muger...”

Y siendo de especial relevancia para el señor Portocarrero, finalmente, el otorgar la plena libertad de sus sirvientes: “...Y mando que Jorge, e Juan Péres, Cocinero, e Pero Corto, e Alonso de Toro, e Alonso de las Andas, e Baltasar, e Pero, Pastelero nuestros esclavos, que son Christianos, que sirven a mi, y a la dicha Dª Juana de Cárdenas mi muger, por nuestras vidas, e después de mi fallecimiento, e della sean libres”; haciendo lo propio con su servidor personal de tal modo “...es mi voluntad, por los buenos servicios que Juan de la Cámara mi esclavo me ha hecho en me aver curado mis pasiones, y enfermedades, y en otros servicios que me ha hecho, de lo ahorrar, y por la presente lo ahorro, e le dar por libre, y exento como si captivo no fuere, para después de mis días”.

En conclusión, hemos de decir que el linaje de don Pedro Portocarrero como señor de la villa de Moguer continuaría ininterrumpidamente los siglos posteriores, vinculándose sus herederos durante las siguientes centurias con miembros del condado de Montijo, otros pertenecientes al ducado de Escalona y al de Frías, y entroncando también con la casa de Alba; llegando a pervivir hasta el año 1901, cuando es finalmente abolido.


 
BIBLIOGRAFÍA:


-ORTIZ DE ZÚÑIGA, D. Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla. Vol. II. Impr. Real, Madrid, 1795.

-www.rah.es

sábado, 25 de noviembre de 2017

Comerciantes ayamontinos en América en el siglo XVIII

Es bien sabido que la Historia de la Humanidad se nutre de grandes acontecimientos, ejercidos de manera pacífica o violenta, que hicieron avanzar o retrotraer las sociedades, cambiaron fronteras, regímenes, economías, cultura y mentalidades; y no cabe duda alguna aquí al respecto sobre su importancia, pero la ciencia histórica también ha de basarse en lo que Miguel de Unamuno (1864-1936) denominó como intrahistoria, es decir, aquéllos hechos propios de la vida tradicional que estuvieron protagonizados por personas anónimas, conformando historias de vida de gentes que, precisamente por su carácter individualista y singular, no se profundiza demasiado en su estudio, pero que en ningún instante dejaron de erigirse como fuentes muy importantes para la investigación histórica, aportándonos múltiples informaciones concretas que, junto a los acontecimientos más destacados y conocidos, nos aproximan en su conjunto a un conocimiento histórico más certero.

En este mismo sentido, tratamos aquí una de tantas vidas que, desde tierras onubenses, se sintieron atraídas por las muchas oportunidades que ofrecía el nuevo continente, optando así por arriesgarse y aventurarse en los territorios de las posesiones españolas americanas en busca de fama y una mejor fortuna; pues, en efecto, será a partir de la segunda mitad del siglo XVIII cuando se constate un considerable aumento de los emigrantes onubenses al Nuevo Mundo, según el análisis efectuado de los numerosos registros conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla. No obstante, si bien la proporción de viajeros es inferior a la obtenida en los dos siglos precedentes, podemos afirmar que fue la villa onubense de Ayamonte la que vio viajar a un mayor número de vecinos a la América española.

Así pues, uno de estos protagonistas ayamontinos fue Melchor Díaz Domínguez, quien era hijo de Alonso Domínguez y María Vilar Pereli, de origen humilde y oriundos también de esta localidad costera onubense. La vinculación de Domínguez con América quedaría manifestada tempranamente a través de su propio oficio, ligado a la actividad marinera, pues ejerció como despensero de la fragata El Águila, la cual realizaría numerosos viajes comerciales atravesando no sólo el océano Atlántico, sino también las costas del pacífico de los actuales estados de Chile y Perú, durante los años en los que este navío estuvo en servicio.

Estamos refiriéndonos a un siglo en el que predominaron los viajes y expediciones con propósitos descubridores por latitudes americanas desconocidas hasta el momento; pero, para el caso que nos ocupa, Melchor Díaz fue enrolado siendo muy joven en una fragata mercante a fin de comerciar en los territorios españoles americanos, perteneciendo el buque a la flota de la sociedad Manuel Rivero e Hijos. Se trataba ésta de una compañía comercial de gran relevancia en Ayamonte y Cádiz, cuyo dueño, el célebre burgués ayamontino Manuel Rivero González “El Pintado” (1697-1780), llegaría a convertirse en un destacado comerciante y reconocido hombre de negocios, que hizo gran fortuna en su juventud en las Indias Occidentales, donde viajó hasta en seis ocasiones, siendo su primer periplo a la Puebla de los Ángeles, en México, en 1710 y la última travesía en el año de 1736.


 Plano de la villa de Ayamonte en 1756. Fuente: www.juntadeandalucia.es

Rivero se casó con Juana Inocencio Díaz Cordero en el 1719 y fruto del matrimonio nacieron seis hijos, cuatro varones y dos mujeres, a quienes pronto iniciaría en las artes del comercio. Un año después, en 1720, obtuvo el título de Cargador de Indias, iniciando así una destacada y próspera carrera como tratante de comercio. De tal modo, y a lo largo de su dilatada carrera, Manuel Rivero fundó diversas compañías comerciales, siendo algunos ejemplos la creada en el 1740 junto a dos comerciantes británicos, otra en 1742 con su hermano, en 1749 asociado ya con sus propios hijos o en 1753, cuando crea una sociedad comercial con su primogénito Manuel Rivero Cordero y su yerno Antonio Agustín Trianes. En este mismo sentido, su renombre como hombre ilustrado y mecenas en la localidad conllevaría su nombramiento como Teniente Corregidor y Justicia Mayor de Ayamonte y, sólo cuatro años más tarde, ostentaría el cargo de Alcaide del Castillo.

Su adscripción a lo que podríamos denominar alta burguesía comercial propició que poseyera en esta localidad, entre otros, los siguientes bienes: una casa sede de la compañía en la calle Lepe, bodegas de vino, almacenes de aceite, oficinas menores, diversas viviendas arrendadas a particulares, una vivienda destinada al almacenaje del grano recogido por las cosechas, lonjas a orillas del estero, numerosos almacenes para el grano, grandes extensiones de tierra con olivares y frutales, molinos de pan, ganaderías caballares, destiladoras de aguardiente, embarcaciones, etc.

En efecto, las gentes del territorio señorial onubense del siglo XVIII eran eminentemente urbanas y marineras, y gran parte de su economía se basaba en la producción agrícola y ganadera; por lo que, al sobrevenir las épocas de escasez, muchas personas decidieron emigrar o alistarse en las armadas militares o comerciales. Y ésa fue la opción elegida por Melchor Díaz, al igual que otros tantos, como forma para progresar, uniéndose a una empresa que obtenía grandes beneficios estableciendo rutas comerciales con productos que unían lejanas tierras, algo que además pudo hacer gracias al propio carácter altruista de la compañía Rivera, que no dudó en dar trabajo en sus navíos a numerosos ayamontinos para que, igual que le sucedió a su fundador años atrás, tuvieran una oportunidad de prosperar con el comercio de América.


 Navíos comerciales en Huelva a finales del siglo XVIII. Fuente: www.commons.wikimedia.org


Sin embargo, como miembro contratado por esta poderosa compañía comercial, y durante uno de sus trayectos, la desdicha se apoderó del joven ayamontino, pues enfermó a bordo y hubo de ser llevado a puerto. Así, y al no poder recuperarse, Melchor Díaz murió abintestato en el Hospital del Espíritu Santo de Lima en el año 1785, y su madre ya viuda, siendo la legítima heredera, tuvo que personarse en la ciudad de Cádiz ante el funcionario Juan Antonio Enríquez, Comisario Real de Guerra de Marina, a fin de solicitar formalmente la soldada de su hijo, que ascendía a unos 2.178 reales y 21 maravedíes de vellón, siéndole entregada esa suma por el Depositario de Marina, Nicolás Lozano, una vez que se confirmó la veracidad de los datos e informaciones dadas y se restaron los gastos pertinentes derivados de la tramitación de la defunción.

Entre la documentación requerida por la justicia para constatar la verdad de las informaciones aportadas por los herederos, tenemos noticias referidas el 5 de abril de 1785 por Manuel Rivero hijo, quien era el propietario en ese momento de la fragata donde ejercía su trabajo Díaz, ratificando que efectivamente fue contratado como despensero a sus órdenes en dicho buque durante una travesía en El Callao; y que, tras enfermar y fallecer en Lima, se remitieron por parte de la compañía sus bienes y remuneraciones obtenidos en esa travesía, unos 482 pesos y 7 reales, a la península por medio del navío El Peruano para ser entregados a sus familiares.

Igualmente, el infortunio para su madre también llegó en forma de poder recibir una indemnización por su pérdida, pues habiendo muerto en tierra, no se pudo aplicar en su caso la ordenanza emitida por el fiscal Julián de Arriaga, de fecha 7 de noviembre de 1764; que establecía desde ese año el compensar económicamente a los miembros de la Real Armada que muriesen durante los trayectos marítimos hacia las Indias o de regreso a tierras peninsulares españolas.


 
BIBLIOGRAFÍA:


-CANTERLA Y MARTÍN DE TOVAR, F. Hombres de Huelva en la América del siglo XVIII. Andalucía y América en el siglo XVIII: actas de las IV Jornadas de Andalucía y América : Universidad de Santa María de la Rábida, marzo 1984 / coord. por Bibiano Torres Ramírez, José J. Hernández Palomo, Vol. 1, 1985, ISBN: 84-00-06090-3, págs. 307-328.

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martes, 21 de noviembre de 2017

La propuesta de defensa fronteriza de Huelva en el siglo XVIII

Los inicios del siglo XVIII en la Monarquía Hispánica coinciden con la implantación de una amplia batería de reformas, de diversa índole, impulsadas por Felipe V (1683-1746), primer monarca de la dinastía borbónica, tratando de modernizar e impulsar las muy deterioradas estructuras económicas, sociales y políticas que poseía el reino a su llegada al poder.

En este sentido, una de las numerosas reformas que fueron acometidas durante los primeros años de su reinado se encaminaron a la modernización de las estructuras militares, del todo inoperantes ya para un nuevo siglo que albergaba nuevas amenazas militares en función de los pactos de familia y alianzas que fuesen establecidas; apareciendo ahora distintas formas de combatir en los campos de batalla a otros ejércitos modernizados que actuaban según nuevos reglamentos, organización, orden de combate, tácticas y estrategias.

Pero, a efectos prácticos, se trató de incrementar y organizar de un mejor modo el número de los efectivos militares del reino, los cuales eran irrisorios en comparación con otros estados europeos, mostrando además una manifiesta inoperatividad. Para ello, se adoptaron medidas contempladas en las Ordenanzas de Flandes del 18 de diciembre de 1701 y en otras reglamentaciones posteriores, que contemplaban el reclutar un soldado por cada cien vecinos de una villa o establecer regimientos de quinientos o mil hombres en sustitución de los tercios


 Tropas españolas del reinado de Felipe V. Fuente: www.miniaturasmilitaresalfonscanovas.blogspot.com

De igual modo, y en los años siguientes, se tomaron importantes decisiones, entre las que destacan la unificación del mando militar con la figura del Secretario de Despacho de Guerra; la dotación a los soldados de fusiles con sus bayonetas como armas reglamentarias en sustitución de los anticuados mosquetes, picas y arcabuces; la subdivisión operativa de los ejércitos en batallones, escuadrones y compañías y una nueva nomenclatura para las graduaciones de los mandos y oficiales de las tropas.

No obstante, y en lo que nos ocupa, una de las más destacadas reformas ideadas fue la creación de un Cuerpo de Ingenieros en 1711, entendido como una unidad de élite capaz de solventar cualquier obra relacionada con la ingeniera militar y civil. Además, este mismo cuerpo consiguió una especial importancia en el territorio que actualmente conforma la provincia de Huelva, pues se trataba de un extenso área fronterizo que debía ser protegido mediante una compleja red de fortificaciones defensivas que protegieran a los súbditos ante posibles incursiones enemigas procedentes del reino de Portugal.

Se encargarían, también, de funciones como la identificación exacta del terreno y la elaboración de planos topográficos, el establecimiento de nuevas vías de comunicación, la restauración de viejas fortificaciones y, para la creación de las nuevas edificaciones, emplearían ya elementos funcionales y racionales propios del emergente estilo neoclásico. Y todo ello quedó plasmado en los proyectos de acuartelamientos para el Regimiento de Caballería de la Costa de Andalucía, ideados por el ingeniero militar Jerónimo Amici tras su visita, entre 1739 y 1740, como comisionado del rey para evaluar las posibles localizaciones para la implantación de los cuarteles en diversas villas y ciudades onubenses.

Así, en el año 1734, el rey sancionaría establecer tal regimiento de caballería en una gran extensión de nuestro territorio en los siguientes términos “...se agreguen, para más dotación del Regimiento, las ciudades de Ayamonte, y San Lúcar de Guadiana, y las demás Villas, y Lugares del Condado de Niebla, como también, que el reparto se haga distributivamente en ellas, y en todo el Reynado de Sevilla, comprehendido el campo de Gibraltar, la plaza de Tarifa y la Villa de Puerto Real”.

Esta planificación de cuarteles en un vasto territorio de Huelva obedecía a la necesidad de alojar a las tropas en emplazamientos fijos estratégicos, tratando a su vez de no causar molestos perjuicios a la población civil en sus continuos desplazamientos y pernoctaciones en viviendas de particulares o en los campamentos provisionales extramuros. Para el caso de la defensa de la frontera onubense del reino, los cuarteles se idearon para albergar compañías; esto es, unos cincuenta jinetes como máximo, con sus respectivos caballos, y debían situarse en el núcleo urbano, reutilizando en ocasiones antiguas edificaciones o estableciéndose otras nuevas en los anexos de las zonas amuralladas.


Plano del cuartel militar ideado por Amici para la ciudad de Huelva en 1740. Fuente: www.mcu.es

En efecto, en el siglo XVIII surgieron nuevas concepciones para dominar el arte de la poliorcética, lo que supuso un cambio radical no sólo en el empleo de los materiales de construcción de los fuertes, sino en la instalación de nuevos elementos arquitectónicos defensivos, diferentes a los que de manera tradicional se habían empleado hasta entonces. De tal forma, en esta centuria predominaron las tesis constructivas de los ingenieros militares franceses y flamencos traídos por el monarca borbón, destacando el neerlandés Joris Prosper Verboom (1665-1774); quien, basándose en las enseñanzas aprendidas en la Academia de Bruselas, establece los criterios para introducir elementos defensivos con la misión de repeler y adaptarse a poderosos proyectiles, ordenar geométricamente el espacio castrense o emplear racionalmente los materiales constructivos locales.

De otro lado, los cuarteles proyectados por Amici debían establecerse en villas que ostentasen una posición estratégica y, por ello mismo, se eligieron los pueblos de San Silvestre de Guzmán, La Redondela, Puebla de Guzmán, Paymogo, Villablanca, Cortegana, El Cerro del Andévalo, Villanueva de los Castillejos, Ayamonte, Sanlúcar de Guadiana, Lepe, Almonaster, Aroche, Trigueros, Santa Bárbara de Casa, Huelva, Cartaya, Encinasola y Moguer.

Es de suponer, igualmente, que este proyecto defensivo para numerosos pueblos onubenses estuviese auspiciado por el reglamento para la instauración de cuarteles propuesto por el ministro de guerra, Miguel Fernández Durán, en 1718; donde quedaba aclarado que esta política de nuevas edificaciones militares suponían un alivio a los onerosos gastos que producían el alojamiento forzoso de soldados en las villas, como queda dicho en uno de sus párrafos: "...Siendo mi ánimo que se establezcan estos cuarteles no sólo para el alivio y disciplina de las tropas, sino para redimir a los pueblos el gran peso y las molestias que les cause el alojamiento de ellas en sus propias casas, y siendo en todas partes cargas de los mismos Pueblos este gasto, es mi ánimo que el dinero que se necesita para la fábrica de los mencionados cuarteles se supla por las provincias repartiéndolo a los vecinos y cargándolo más a los de las fronteras".


 Plano del cuartel militar ideado para la villa de Moguer en 1740. Fuente: www.mcu.es


Además, cada acuartelamiento militar poseería distintas estancias específicas para un uso concreto que, lógicamente, sobrepasa con mucho el detallar aquí cada uno de ellos. No obstante, sí es posible el centrarnos en el de Huelva, uno de los más significativos por su localización estratégica y volumen de tropa albergada. Así, vemos que poseía una habitación destinada a vivienda del sargento, una cocina, salas comunes, patio, cuadras, cuarto accesible por escalera con doce camas para la tropa, zona para el cuerpo de guardia, vivienda del capitán, la vivienda de los subalternos, la vivienda del agregado, depósito de armas, vestuario y cuarto del trompeta.

En definitiva, el propósito de este novedoso proyecto para erigir fortificaciones militares en diversas villas de Huelva, y nunca efectuado, respondió a la intención de establecer diversas líneas de defensa en la frontera suroeste del reino. Imaginemos aquí una primera línea que controlase los posibles accesos enemigos por la frontera natural que era el río Guadiana, y en dirección Sur-Norte, esto es, desde Ayamonte hasta la villa de Santa Bárbara de Casa; un segundo establecimiento de gruesos de fuerzas acantonadas dispuestas en orden perpendicular desde las villas de Encinasola hasta Trigueros y, finalmente, la disposición de varios acuartelamientos que incrementaren una completa vigilancia marítima por el sur, desde la desembocadura del río Guadiana hasta la localidad de Moguer.


 
BIBLIOGRAFÍA:


-HERNÁNDEZ NÚÑEZ, J.C. Gerónimo Amici y los proyectos de cuarteles para el regimiento de caballería de Andalucía, en la provincia de Huelva. Espacio, tiempo y forma. Serie VII, Historia del arte, ISSN 1130-4715, Nº 4, 1991, págs. 239-264.

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domingo, 19 de noviembre de 2017

El último cargamento del navío noruego "S.S. Carolvore" en Huelva

La Gran Guerra, acontecida entre 1914 y 1918, fue el ejemplo claro de que en tiempos bélicos no existe la neutralidad plena ni las acciones militares desarrolladas sólo entre los países y estados beligerantes, sino que éstas se superponen de facto y trasgreden con mucho las fronteras, la diplomacia establecida o los acuerdos formalizados en los múltiples tratados de no agresión. Tal fue el caso de lo sucedido a un buque mercante noruego que, por realizar una acción de carga de material en territorio onubense en favor del comercio británico, le devino en consecuencia un triste final en tiempos de guerra; a buen seguro por la previa obtención de información llevada a cabo por el espionaje alemán que se hallaba operando en Huelva.

Esos hechos fueron relatados el 3 de agosto de 1917 en el Consulado de Noruega en Cádiz, donde tuvo lugar el proceso a la oficialidad del buque noruego S.S. Carolvore para aclarar ante las autoridades pertinentes los graves acontecimientos que fueron descritos por su capitán en la “Declaración Marítima”, donde relató con gran detalle el último trayecto del navío a su mando que debía efectuar una ruta desde Valencia hasta la ciudad británica de Liverpool.

Dicho proceso fue presidido por el segundo cónsul de Noruega, Daniel Mc Pherson, quien estuvo asimismo ayudado por dos expertos navegantes en calidad de asesores para la instrucción, Nicholas Thorsen, capitán del S.S. San Lucar, cuya base se hallaba en Christiania (la actual ciudad de Oslo) y Jan Henrik Jansen, dueño del buque danés S.S. Nordhavet.

El capitán del Carolvore, Helvig Enok Pedersen, compareció en la sala declarando que en efecto ése era el navío que capitaneaba, con base en Farsund (Noruega), de unas 998 toneladas netas y cuyas señales distintivas eran las iniciales M.K.C.F., aclarando también que, al haber desaparecido los libros que componían el cuaderno de bitácora en el hundimiento, procedería a relatar los hechos en una declaración escrita de lo acontecido a su barco.

De tal forma, narró que el Carolvore abandonó el puerto de Valencia el día 27 de julio de 1917 a las 16:00 horas con un gran cargamento compuesto por cebollas y diversos tipos de fruta con dirección a Liverpool. Según dijo el capitán nórdico, al dejar la capital valenciana el navío estaba en perfectas condiciones para navegar y la tripulación la componían diecinueve hombres incluyéndose él mismo. Se trataba de un buque de carga de propulsión a vapor construido en 1883 en los astilleros ingleses de Newcastle-Upon-Tyne por la compañía Armstrong & Mitchell Co. Ltd, pero ostentando el pabellón noruego desde 1910. Asimismo, tenía un peso de 1659 Tn. y unas dimensiones de 79,3 x 10,7 x 5,5 m.

El viaje procedió sin novedad destacable alguna hasta el 29 de julio a las tres de la mañana, cuando Pedersen recibió órdenes desde el Europa Point Signal Station, el faro de señalización marítima sito en territorio de Gibraltar; desde donde se le ordena acudir y tomar puerto en la colonia británica. Allí, mantuvo conversaciones con varias autoridades británicas a fin de recibir instrucciones para un viaje a Huelva, donde debía reunirse con el cónsul británico en esta ciudad. En efecto, le fue ordenado ir a la capital onubense a cargar suministros y numerosos tanques de combustible que eran del todo necesarios en Gibraltar, pues los submarinos alemanes operaban constantemente con gran eficacia por todo el golfo de Cádiz y el Mediterráneo para intentar bloquear a la colonia británica y lograr su desabastecimiento absoluto hundiendo a los buques mercantes de aprovisionamiento ingleses. 


 El buque noruego S.S. Carolvore. Fuente: www.sjohistorie.no

De este modo, a las 17:00 horas, el navío noruego abandonó Gibraltar y se dirigió hacia el puerto de Huelva, donde llegaría el lunes 30 de julio en torno a las diez de la mañana. Tras descansar unas horas en la capital onubense, la tripulación comenzó sobre la una de la tarde a cargar los suministros y tanques de combustible (bunkers) previstos; reportando sobre ello, asimismo, al propio cónsul británico, quien le autorizó para que regresara nuevamente a Gibraltar con ese cargamento.

Cuando cayó la noche y, aproximadamente a las 22:45 horas, se hubo completado la carga de carbón para las calderas del buque, abandonó éste inmediatamente el puerto, navegando por la ría con un práctico a bordo, quien dejó el barco a las 0.00 horas, prosiguiendo así el buque noruego su travesía muy próxima a la costa onubense.

Igualmente, y sabedores quizás del gran riesgo que suponía transportar material bélico en buques mercantes en tiempos de guerra, desertaron en Huelva dos marinos noruegos del Carolvore, el cocinero Alfred Kvamme y el carbonero Lars Sjursen, quedando ahora la tripulación formada por sólo diecisiete hombres.

En efecto, la intuición de los desertores no tardó en corroborarse, pues un día después, el 31 de julio, por mor de esta misión de regreso a Gibraltar, y ya en aguas gaditanas próximas al cabo Roche, en Conil, el segundo oficial, Leif Tellefsen, avistó a las 7:00 horas un submarino alemán a estribor, el cual emergió a la superficie a sólo una distancia de tres cuartos de milla del buque noruego. El submarino atacante, el U-39, había sido construido en los astilleros de Germaniawerft, en Kiel, y botado el día 26 de septiembre del año 1914, siendo su comandante el Kapitänleutnant Walter Forstmann (1883-1973), nacido en Essen y condecorado nueve veces, ostentando la Cruz de Hierro de 1ª Clase, entre otras.

Tras efectuar cuatro disparos el sumergible germano, y serle imposible escapar o siquiera maniobrar al barco de Pedersen por la cercanía, unas seis millas, a las rocosas y escarpadas costas, ordenó parar máquinas y que la tripulación montase en los botes salvavidas. Mientras los marinos nórdicos se alejaban del Carolvore, el submarino germano continuó disparando unos quince proyectiles para lograr su hundimiento, mientras que la metralla resultante de los impactos sobrevolaban los botes, aunque sin producirse heridos entre los noruegos.

Finalmente, el navío comenzó a hundirse en torno a las 7:20 horas, mientras que el submarino atacante se alejaba en dirección Noroeste y la tripulación del Carolvore llegaba en diversos botes y sin bajas entre sus miembros a las playas de Conil en torno a las 11:15 horas, donde fueron asistidos por varios pescadores locales y puestos a salvo. Y casualmente, como sabemos por haberlo tratado en otro artículo, el mismo día que se celebraba este proceso en Cádiz para dirimir lo sucedido al Carolvore, a la misma hora en las aguas onubenses, el U-39 de Forstmann atacaba y hundía otro buque noruego, el S.S. Halldor, quedando su pecio y su recuerdo para siempre no sólo en el mar sino también en la historia de Huelva.


 
BIBLIOGRAFÍA:

-Sjøforklaringer over Norske Skibes Krigsforlis. Bind III. Utgit ved Sjøfartskontoret. 2Det. Halvaar, 1917.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El diputado onubense Francisco Díaz Quintero, amigo del líder cubano José Martí.

En 1868, tras la revolución de septiembre, surge en España el Partido Republicano Democrático Federal, de tintes federalista y republicano, liderado por Francisco Pi i Margall (1824-1901), como continuador del antiguo Partido Democrático, que fue fundado en 1849.

Este partido fue la segunda fuerza política más votada, tras la victoria de la Coalición Progresista Radical, en las elecciones a Cortes por sufragio universal masculino efectuadas el 15 de enero de 1869, obteniendo un total de 85 diputados en el Congreso; enmarcándose tales comicios en la hoja de ruta estipulada por el ejecutivo transitorio o Gobierno Provisional de 1868-1871.

Uno de los diputados de este partido republicanista que ocuparon los asientos de la Cámara baja fue Francisco Díaz Quintero, nacido en Huelva el 22 de octubre del año 1819; y quien, tras concluir los estudios de Periodismo y Derecho en la ciudad de Sevilla y fundar allí una sociedad literaria, comenzaría a colaborar en el diario La Discusión, donde quedaron plasmados muchos de sus ideales políticos de corte federalista.


Apertura de las Cortes Constituyentes de 1869. Fuente: www.cursa.ihmc.us


Iniciada la Revolución Gloriosa, que supuso el derrocamiento y exilio de la reina Isabel II (1830-1904) y el inicio del llamado Sexenio Democrático, Díaz Quintero fue designado vocal de la Junta Revolucionaria de la capital hispalense, siendo asimismo el artífice de la redacción de un manifiesto cargado de pensamientos orientados hacia un orden político y social plenamente democráticos. Asimismo, todo ello le supondría, en el año 1873, el ser miembro de la treintena de diputados redactores de un proyecto de “constitución federal republicana” que finalmente nunca llegaría a promulgarse.

Como diputado a Cortes en la legislatura de 1869 a 1871, representó a la circunscripción de Huelva tras las elecciones ya mencionadas, obteniendo un total de 14.859 votos de 35.228 posibles, sobre un censo formado por unos 44.832 electores; constituyéndose, pues, su acta de diputado el día 16 de febrero de ese mismo año, y causando baja como tal el 2 de enero del 1871. En esos años fue comisionado también para dictaminar el proyecto de ley sobre la adjudicación de la venta de las minas de Riotinto, junto a los señores Monasterio, Ulloa, Mosquera, el Marqués de Perales, Rivera y Torres Mena.

De igual forma, los años posteriores continuaría su actividad parlamentaria una vez fue elegido por la circunscripción de Sevilla, desde el 26 de abril de 1871 hasta el 24 de enero de 1872; por la de Badajoz y el distrito de Jerez de los Caballeros, desde el 5 hasta el 26 de junio de 1873; continuando nuevamente por la pacense y el distrito de Llerena, desde el 19 de junio de 1873 hasta el 8 de enero de 1874 para, finalmente, retomar su acta de diputado por Huelva y, ya al fin de su carrera política, hacerlo de nuevo representando a la provincia de Sevilla. Asimismo, también llegaría a ser senador por la provincia de Gerona entre los años 1872 y 1873.

Díaz Quintero fue además un reconocido masón, perteneciendo a la logia Gran Oriente Nacional de España y donde llegó a alcanzar altos cargos representativos de dicha institución. Sin embargo, su mayor reconocimiento como figura política llegó desde Cuba, donde el diputado onubense llegó tener una gran consideración y prestigio por algunos sectores políticos de la isla caribeña, y siendo públicamente admirado por el líder independentista cubano José Martí (1853-1895), con quien no sólo compartió ideales republicanos, sino que mantuvo una gran amistad.


 El diputado onubense Díaz Quintero. Fuente: www.bne.es


En este sentido, fue de especial admiración por Martí la defensa de las libertades proclamadas e ideadas para España y sus territorios por Díaz Quintero durante el Sexenio Democrático, quedando este afecto reflejado en las Obras Completas del líder insurrecto cubano:

...como aquel hombre manso y puro, Francisco Díaz Quintero, todo seda y perfil cuando conversaba, entre tierno y doloroso, junto a su Pepa de refajo y pañolón y su hijo benévolo, y desborde y mandoble cuando, con los puños en un nudo, como para no repartirlo por la cara de los diputados comodines, defendía, quemada la cara de la vergüenza de la humanidad, la justicia amarga o cómoda, en España y en Cuba. Pero a Salvoechea, como a F. Díaz Quintero, le daban asco esos ambiciosos de alquiler, rebeldes en el hambre y señorones en la autoridad, que se reparten, con nombre de república y constitución, la tiranía que derribó a sus voces a pujanza de sangre, la crédula muchedumbre..."

En efecto, el ideario político de Díaz Quintero estuvo colmado, entre otras, por propuestas como la separación absoluta entre Iglesia y Estado, una enseñanza académica obligatoria, gratuita y laica, una completa reorganización territorial de los territorios ultramarinos, considerándose provincia a algunos y estados a otros (sin posibilidad de realizarse secesión alguna, pues la unidad de una posible República Federal española estaba garantizada ante cualquier decisión independentista unilateral sin un consenso pleno entre las partes), así como la abolición de la esclavitud. Todo ello, nos hace pensar, en fin, que su amistad con Martí respondía mucho más al hecho de compartir un ideario manifiesta y fervientemente republicano y de marcado corte anticlerical que a las propias y expresas motivaciones revolucionarias e independentistas del líder cubano. 


 
BIBLIOGRAFÍA:

-DE PAZ SÁNCHEZ, M. La gran decepción de José Martí. IBERO-AMERICANA PRAGENSIA-SUPPLEMENTUM 19/2007. Universidad Carolina de Praga, Praga, pp. 275-284. ISSN: 1210-6690.

-www.congreso.es

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El naufragio de un navío corsario en Punta Umbría

Desde el siglo XVII, y hasta mediados del siglo XVIII, una gran parte de las costas andaluzas, y en especial las onubenses, sufrieron constantes ataques y saqueos por parte de corsarios y piratas berberiscos. Sin embargo, fueron especialmente virulentos y reiterados los protagonizados por el temible corso de la República de Salé.

Esta ciudad-estado norteafricana, también llamada del Bu Regreg, tuvo su mayor apogeo entre los años 1626 y 1668, localizándose geográficamente en el territorio próximo a la actual ciudad marroquí de Rabat. El surgimiento de este novedoso estado se produjo tras la venida e instalación en ese territorio de un gran número de moriscos expulsados, unos trescientos mil, por la Monarquía Católica de Felipe III (1578-1621), quien decretó la expulsión paulatina de la población morisca residente en el reino hispánico.

De tal forma, los moriscos exiliados, ahora saletinos, tuvieron la necesidad de construir un país autónomo debido, por un lado, a la conflictiva situación que aconteció a su llegada en una gran extensión del actual territorio de Marruecos tras la muerte del sultán Ahmed al Manssur; cuyos hijos se disputaron el liderazgo del sultanato mediante una cruenta guerra santa entre diversas regiones y, por otro, al mantener entre ellos férreos lazos familiares, culturales y un arraigo inquebrantable de pertenencia a una misma comunidad que les hacía mantener viva su herencia hispánica.

Así, la república saletina se conformó como un nuevo país instaurado por musulmanes andalusíes, cuya cultura, tradiciones, ritos y la propia organización social establecida difirieron mucho del otro islamismo practicado por los autóctonos norteafricanos; aunque estaría gobernado en un principio por un renegado corsario holandés, Jan Janszoon van Haarlem (1570-1641), quien sería considerado el primer presidente de esta república de piratas. Por todo ello, y hasta que consiguen su completa integración secular con los nativos, tuvieron que buscar un modo de vida que les resultase propicio para su subsistencia, algo que consiguieron con el ejercicio del corso contra los que consideraron ahora sus grandes enemigos, los cristianos peninsulares, entre otros.


El corsario Jan Janszoon van Haarlem, primer presidente de Salé. Fuente: www.historiek.net

En este sentido, la actividad corsaria, que comienza como una actividad de represalia contra el “país infiel” que los expulsó de su tierra, se va tornando con el transcurso de los años como una rentable y enriquecedora práctica económica para sufragar los gastos de la comunidad islámica y el óptimo mantenimiento de las estructuras republicanas de Salé y, si bien este pequeño país corsario tuvo su mayor apogeo en el siglo XVII, estableciendo relaciones con países enemigos del Imperio español como Inglaterra u Holanda, aun subsistiría su actividad pirática durante el siglo posterior, aunque en mucha menor medida, realizando ataques selectivos a navíos y ciudades costeras hispanas.

Uno de estos tardíos intentos de ataque fue el protagonizado por una fragata corsaria de Salé que trataba de aproximarse a las costas onubenses con la pretensión de saquear la ciudad de Huelva y otras poblaciones próximas del litoral. En efecto, el día 10 de octubre del año 1766, y según la documentación de la época, se avistó una fragata pirata aproximarse en medio de una gran tormenta marina y, precisamente por la gran destrucción que ésta produjo, naufragó en las proximidades de Punta Umbría.

Los testigos del naufragio narraron que se trataba de un imponente navío, algo que también fue ratificado por la documentación de la época; la cual también nos narra que lo acompañaba, desde su salida en Salé, otro navío similar en dimensiones que, por causa del temporal, tuvo que derivarse hacia Cádiz. Ambos buques piratas contaban con una dotación de unos ciento cincuenta hombres y estaban armados con veinticuatro cañones cada uno. 


 Tripulación berberisca combatiendo desde un navío corsario. Fuente: www.abc.es

La documentación dice así en lo referente al naufragio onubense: "Des lettres de Huelva, Bourg d'un Département situé sur cette côte, portent qu'une autre Frégate de Salé, qui paroît en avoir déradé en même temps et, ainsi que la Saletine, avant d'avoir son armement complet, avoit fait naufrage, le 10 de ce mois, sur la pointe d'Umbria, entre Huelva et Gibraleon; qu'on en a fauvé près de soixante personnes et que le reste, dont le nombre étoit peu considérable, avoit été noyé avec le Capitaine. On n'a point jusqu´a présent de détails plus circonstanciés du naufrage de cette Frégate.."

Estos barcos corsarios de la república de Salé eran navíos portentosos, pues fueron construidos por técnicos holandeses especializados en construcción naval o bien por saletinos asesorados por éstos. Sin embargo, esta pareja de buquess piratas corrió una desfavorable suerte en su intento de razia de la costa onubense, pues el derivado a Cádiz encalló en la costa, entrándole diversas corrientes de agua por su casco, perdiendo cinco cañones y muriendo setenta y siete corsarios; mientras que, como sabemos, el otro navío corsario naufragó completamente frente a la costa puntaumbrieña, salvándose sesenta piratas y pereciendo el resto junto con el capitán.


 
BIBLIOGRAFÍA:

-Gazette de France (7/11/1766). Gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France.

-Gazette de France (19/12/1766). Gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France.

-Revue Hespéris Tamuda, Vol. XIII. Université Mohammed. Editions Techniques Nord-Africaines, Rabat, 1972.