¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

sábado, 25 de noviembre de 2017

Comerciantes ayamontinos en América en el siglo XVIII

Es bien sabido que la Historia de la Humanidad se nutre de grandes acontecimientos, ejercidos de manera pacífica o violenta, que hicieron avanzar o retrotraer las sociedades, cambiaron fronteras, regímenes, economías, cultura y mentalidades; y no cabe duda alguna aquí al respecto sobre su importancia, pero la ciencia histórica también ha de basarse en lo que Miguel de Unamuno (1864-1936) denominó como intrahistoria, es decir, aquéllos hechos propios de la vida tradicional que estuvieron protagonizados por personas anónimas, conformando historias de vida de gentes que, precisamente por su carácter individualista y singular, no se profundiza demasiado en su estudio, pero que en ningún instante dejaron de erigirse como fuentes muy importantes para la investigación histórica, aportándonos múltiples informaciones concretas que, junto a los acontecimientos más destacados y conocidos, nos aproximan en su conjunto a un conocimiento histórico más certero.

En este mismo sentido, tratamos aquí una de tantas vidas que, desde tierras onubenses, se sintieron atraídas por las muchas oportunidades que ofrecía el nuevo continente, optando así por arriesgarse y aventurarse en los territorios de las posesiones españolas americanas en busca de fama y una mejor fortuna; pues, en efecto, será a partir de la segunda mitad del siglo XVIII cuando se constate un considerable aumento de los emigrantes onubenses al Nuevo Mundo, según el análisis efectuado de los numerosos registros conservados en el Archivo General de Indias de Sevilla. No obstante, si bien la proporción de viajeros es inferior a la obtenida en los dos siglos precedentes, podemos afirmar que fue la villa onubense de Ayamonte la que vio viajar a un mayor número de vecinos a la América española.

Así pues, uno de estos protagonistas ayamontinos fue Melchor Díaz Domínguez, quien era hijo de Alonso Domínguez y María Vilar Pereli, de origen humilde y oriundos también de esta localidad costera onubense. La vinculación de Domínguez con América quedaría manifestada tempranamente a través de su propio oficio, ligado a la actividad marinera, pues ejerció como despensero de la fragata El Águila, la cual realizaría numerosos viajes comerciales atravesando no sólo el océano Atlántico, sino también las costas del pacífico de los actuales estados de Chile y Perú, durante los años en los que este navío estuvo en servicio.

Estamos refiriéndonos a un siglo en el que predominaron los viajes y expediciones con propósitos descubridores por latitudes americanas desconocidas hasta el momento; pero, para el caso que nos ocupa, Melchor Díaz fue enrolado siendo muy joven en una fragata mercante a fin de comerciar en los territorios españoles americanos, perteneciendo el buque a la flota de la sociedad Manuel Rivero e Hijos. Se trataba ésta de una compañía comercial de gran relevancia en Ayamonte y Cádiz, cuyo dueño, el célebre burgués ayamontino Manuel Rivero González “El Pintado” (1697-1780), llegaría a convertirse en un destacado comerciante y reconocido hombre de negocios, que hizo gran fortuna en su juventud en las Indias Occidentales, donde viajó hasta en seis ocasiones, siendo su primer periplo a la Puebla de los Ángeles, en México, en 1710 y la última travesía en el año de 1736.


 Plano de la villa de Ayamonte en 1756. Fuente: www.juntadeandalucia.es

Rivero se casó con Juana Inocencio Díaz Cordero en el 1719 y fruto del matrimonio nacieron seis hijos, cuatro varones y dos mujeres, a quienes pronto iniciaría en las artes del comercio. Un año después, en 1720, obtuvo el título de Cargador de Indias, iniciando así una destacada y próspera carrera como tratante de comercio. De tal modo, y a lo largo de su dilatada carrera, Manuel Rivero fundó diversas compañías comerciales, siendo algunos ejemplos la creada en el 1740 junto a dos comerciantes británicos, otra en 1742 con su hermano, en 1749 asociado ya con sus propios hijos o en 1753, cuando crea una sociedad comercial con su primogénito Manuel Rivero Cordero y su yerno Antonio Agustín Trianes. En este mismo sentido, su renombre como hombre ilustrado y mecenas en la localidad conllevaría su nombramiento como Teniente Corregidor y Justicia Mayor de Ayamonte y, sólo cuatro años más tarde, ostentaría el cargo de Alcaide del Castillo.

Su adscripción a lo que podríamos denominar alta burguesía comercial propició que poseyera en esta localidad, entre otros, los siguientes bienes: una casa sede de la compañía en la calle Lepe, bodegas de vino, almacenes de aceite, oficinas menores, diversas viviendas arrendadas a particulares, una vivienda destinada al almacenaje del grano recogido por las cosechas, lonjas a orillas del estero, numerosos almacenes para el grano, grandes extensiones de tierra con olivares y frutales, molinos de pan, ganaderías caballares, destiladoras de aguardiente, embarcaciones, etc.

En efecto, las gentes del territorio señorial onubense del siglo XVIII eran eminentemente urbanas y marineras, y gran parte de su economía se basaba en la producción agrícola y ganadera; por lo que, al sobrevenir las épocas de escasez, muchas personas decidieron emigrar o alistarse en las armadas militares o comerciales. Y ésa fue la opción elegida por Melchor Díaz, al igual que otros tantos, como forma para progresar, uniéndose a una empresa que obtenía grandes beneficios estableciendo rutas comerciales con productos que unían lejanas tierras, algo que además pudo hacer gracias al propio carácter altruista de la compañía Rivera, que no dudó en dar trabajo en sus navíos a numerosos ayamontinos para que, igual que le sucedió a su fundador años atrás, tuvieran una oportunidad de prosperar con el comercio de América.


 Navíos comerciales en Huelva a finales del siglo XVIII. Fuente: www.commons.wikimedia.org


Sin embargo, como miembro contratado por esta poderosa compañía comercial, y durante uno de sus trayectos, la desdicha se apoderó del joven ayamontino, pues enfermó a bordo y hubo de ser llevado a puerto. Así, y al no poder recuperarse, Melchor Díaz murió abintestato en el Hospital del Espíritu Santo de Lima en el año 1785, y su madre ya viuda, siendo la legítima heredera, tuvo que personarse en la ciudad de Cádiz ante el funcionario Juan Antonio Enríquez, Comisario Real de Guerra de Marina, a fin de solicitar formalmente la soldada de su hijo, que ascendía a unos 2.178 reales y 21 maravedíes de vellón, siéndole entregada esa suma por el Depositario de Marina, Nicolás Lozano, una vez que se confirmó la veracidad de los datos e informaciones dadas y se restaron los gastos pertinentes derivados de la tramitación de la defunción.

Entre la documentación requerida por la justicia para constatar la verdad de las informaciones aportadas por los herederos, tenemos noticias referidas el 5 de abril de 1785 por Manuel Rivero hijo, quien era el propietario en ese momento de la fragata donde ejercía su trabajo Díaz, ratificando que efectivamente fue contratado como despensero a sus órdenes en dicho buque durante una travesía en El Callao; y que, tras enfermar y fallecer en Lima, se remitieron por parte de la compañía sus bienes y remuneraciones obtenidos en esa travesía, unos 482 pesos y 7 reales, a la península por medio del navío El Peruano para ser entregados a sus familiares.

Igualmente, el infortunio para su madre también llegó en forma de poder recibir una indemnización por su pérdida, pues habiendo muerto en tierra, no se pudo aplicar en su caso la ordenanza emitida por el fiscal Julián de Arriaga, de fecha 7 de noviembre de 1764; que establecía desde ese año el compensar económicamente a los miembros de la Real Armada que muriesen durante los trayectos marítimos hacia las Indias o de regreso a tierras peninsulares españolas.


 
BIBLIOGRAFÍA:


-CANTERLA Y MARTÍN DE TOVAR, F. Hombres de Huelva en la América del siglo XVIII. Andalucía y América en el siglo XVIII: actas de las IV Jornadas de Andalucía y América : Universidad de Santa María de la Rábida, marzo 1984 / coord. por Bibiano Torres Ramírez, José J. Hernández Palomo, Vol. 1, 1985, ISBN: 84-00-06090-3, págs. 307-328.

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