En
el año 409 penetraron de forma masiva en la península Ibérica los
pueblos vándalos (con ambas ramas de asdingos y
silingos), suebos y alanos, provocando en la
Hispania romana bajoimperial numerosos actos de saqueo y
destrucción por una gran parte de su territorio; pues Roma era ya
incapaz de enviar fuerzas militares organizadas que pudieran contener
a los invasores bárbaros, quienes se contabilizaron en unos
doscientos mil efectivos, incluyendo no sólo a los guerreros sino
también a las mujeres y los niños.
Sin
embargo, y transcurridos dos años de la invasión de Hispania, en el
411, empieza ya a constatarse en estos pueblos una voluntad de cesar
los saqueos y asentarse en áreas propicias para la subsistencia,
repartiéndose entre ellos el anárquico territorio hispano a fin de
establecerse de manera indefinida. Así, vemos cómo los asdingos
se asentaron en Callaecia (áreas de Lugo y Astorga), próximos a los
suebos, quienes se establecen más hacia el norte; los alanos,
en las provincias Lusitania y Cartaginense y, finalmente, los
silingos en la Bética.
No
obstante, y a pesar de que los invasores optaron por una vida
campesina, siendo absorbidos por el sustrato poblacional
hispanorromano, el poder imperial remanente decidió realizar un
último esfuerzo por expulsar a estos grupos de invasores. Pero para
que ello aconteciese, debido a su manifiesta debilidad militar, era
necesario contar con la presencia y apoyo de un mayor número de
aliados que sirvieran de fuerzas auxiliares.
De
tal modo, un pacto firmado por el general Constancio (360-421) y el
nuevo rey visigodo Walia (reinó entre el 415 y el 418), permitió la
entrada de las tropas godas en el suelo hispano, dirigiéndose a
aquéllas provincias más romanizadas y atacando con virulencia
especialmente a los vándalos silingos y los alanos.
Una vez sometidos estos primigenios grupos de invasores que
penetraron y se habían establecido en la península Ibérica, los
visigodos deciden colaborar activamente con las autoridades
imperiales romanas, regularizándose ello mediante instituciones como
el foedus y la hospitalitas, permitiéndose incluso su
asentamiento por parte de Roma en un amplio área del suroeste galo,
siendo la urbe de Tolosa desde ese momento la sede principal de
residencia para los monarcas visigodos.
Pintura de Ulpiano Checa (1860-1916) que representa las invasiones bárbaras en el Imperio Romano. Fuente: www.wikipedia.org
Pero
los años de colaboracionismo entre el Imperio y los visigodos
acabarían cuando el rey Eurico (440-484) rompe de manera unilateral
el antiguo pacto o foedus que firmó Walia décadas atrás y
que convirtió a los germanos en aliados de Roma. Así, desde esos
años, y debido a la acuciante debilidad imperial, la península
Ibérica pasaría a estar bajo el dominio directo del reino visigodo
de Tolosa; haciéndose del todo efectivo tras la batalla de Vouillé
en el año 507, cuando los visigodos son derrotados por los ejércitos
francos, haciéndoles perder extensos territorios galos y
relegándolos a centrarse solamente ahora en sus dominios
peninsulares, sobre los que ejercerían su dominio, poder e
influencia hasta los primeros años del siglo VIII.
Así,
bajo el reinado de Atanagildo (555-567) los visigodos trasladarían
la nueva capital del reino a la ciudad de Toledo y, para lo que aquí
nos ocupa y sin entrar a valorar los aspectos sociales, económicos o
políticos generales del incipiente estado godo, sí resulta
necesario destacar que el nuevo reino visigodo que se superpuso a la
Hispania romana se caracterizaría por la convivencia de elementos
romanos, germánicos y canónicos; y ello fue así, muy
especialmente, por el establecimiento de la institución conciliar
como un novedoso elemento político-religioso que asesoraría en las
decisiones más complejas que hubieran de tomarse por los dirigentes
del reino, quedando esto perfectamente aclarado en la aseveración de
San Isidoro de Sevilla (556-636): “Rex eris si recte facies, si
non facies recte non eris rex” (Rey eres si obras rectamente,
si no obras rectamente no eres Rey).
En
efecto, los concilios realizados en la ciudad de Toledo (celebrados
desde el 397 hasta el 702) fueron asambleas de carácter religioso a
las que el monarca remitía diversos asuntos de gran interés para el
buen gobierno del reino, independientemente de otros asuntos propios
que los concilios tratasen por sí mismos. De tal forma, las
decisiones adoptadas por dichas reuniones conciliares obligaban en el
ámbito espiritual solamente, aunque podían convertirse en leyes
civiles una vez que el monarca las promulgaba mediante leges in
confirmatione Concilii.
Representación de un concilio visigodo en el Códice Albeldense, conservado en el Monasterio de El Escorial. Fuente: www.mentesanova.blogspot.com
Obviamente,
y siendo estos concilios de índole eclesiástica, reunían a los
obispos electos del reino visigodo y, a este mismo respecto, poseemos
informaciones arqueológicas muy relevantes, por su exclusividad,
relativas a un destacado prelado hispanogodo que estuvo ligado al
territorio onubense de este período. En este mismo sentido, un
hallazgo casual en las proximidades de la localidad de Bonares,
consistente en varios fragmentos de una placa de mármol con una
inscripción funeraria relativa a un obispo de Illipula (la
actual Niebla) llamado Vincomalos y contextualizado con otros
restos edilicios, nos hacen pensar en la existencia de un
desaparecido lugar de culto o templo, o bien se tratase de una
residencia destruida que tuviera alguna relación con el religioso.
Las
dimensiones de la placa funeraria, conservada en el Museo Provincial
de Huelva, son las siguientes: 1´89 metros de alto, 0´67 m. de
ancho y 0´055 m. de grosor; consistiendo su inscripción epigráfica
en el siguiente texto:
VINCOMALOS
EP(iscopu)S CHR(ist) SERVUS VIXIT ANNOS LXXXV EX QVIB(us) IN
SACERDOTIO VIXIT AN(nos) XLIII RECESSIT IN PACE
D(ie)
IIII NONAS FEBRVARIAS ERA DXLVII
Y
que puede traducirse como: “Vincomalo, obispo,
siervo de Cristo, vivió 85 años, de los que vivió como obispo 43,
descansó en paz el día 4 de febrero del año 509 (era 547)”.
De otro lado, y atendiendo aquí a la importancia histórica de esta
inscripción, se colige que ya existía una diócesis en Niebla en el
siglo V si se acepta la tesis de que Vincomalos fuera obispo
de la misma, nacido en el 424 y elegido en el cargo en el año 466.
Además, su nombre se sumaría al de otros prelados iliplenses
posteriores como Basilius, Juan, Geta y
Pappulus, referidos por las fuentes documentales que
atestiguan su presencia en diversos concilios toledanos realizados en
el reino visigodo entre los años 589 y 693.
Inscripción funeraria del obispo hispanogodo Vincomalos hallada en Bonares. Fuente: www.bonaresdigital.es
No
resulta, empero, demasiado claro cuál puede ser el origen
etimológico del nombre del obispo iliplense, pues la acepción
latina Vincomalos
(venzo a los pecadores), puede ser referida a un sobrenombre de
índole religiosa. Sea como fuere, y en función de este hallazgo,
queda claro que el territorio onubense del convulso siglo V se erige
ya como un núcleo que albergaba una diócesis eclesiástica que
servía como eje articulador para una sociedad profundamente
desintegrada y sin cohesión alguna una vez que las estructuras
romanas imperiales, tanto sociales como económicas, sucumbieron ante
las invasiones bárbaras.
En
este sentido, el estado romano no pudo ya aportar respuestas para
esta crisis generalizada que acabaría finalmente con la Hispania
romana para dar paso al nacimiento de un estado visigodo peninsular
autónomo que, si bien adopta ciertas reminiscencias imperiales, se
vislumbra desde ese momento ya como un nuevo poder político,
jurídico, social, económico y cultural que se caracterizaría,
entre otros hitos, por afianzar más aun el Cristianismo en todo el
país, una vez que el rey Recaredo (559-601) decide abrazar el
catolicismo durante el III Concilio de Toledo, cuando decide
abandonar las tradicionales creencias arrianas que había adoptado
desde un inicio el pueblo visigodo, asimilándose así la totalidad
de la población hispanorromana y visigoda bajo una misma creencia.
BIBLIOGRAFÍA:
-GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J. Inscripciones cristianas de Bonares: Un obispo de Ilipla del siglo V. Revista Habis, nº 32, 2001. pp. 541-552. ISSN 0210-7694
-DE
AZCÁRRAGA, J., PÉREZ-PRENDES, J.M. Lecciones
de Historia del Derecho Español. Ed. Centro
de Estudios Ramón Areces, 1993. ISBN: 8480040882
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