¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

domingo, 2 de diciembre de 2018

El obispo hispanogodo de Niebla

En el año 409 penetraron de forma masiva en la península Ibérica los pueblos vándalos (con ambas ramas de asdingos y silingos), suebos y alanos, provocando en la Hispania romana bajoimperial numerosos actos de saqueo y destrucción por una gran parte de su territorio; pues Roma era ya incapaz de enviar fuerzas militares organizadas que pudieran contener a los invasores bárbaros, quienes se contabilizaron en unos doscientos mil efectivos, incluyendo no sólo a los guerreros sino también a las mujeres y los niños.

Sin embargo, y transcurridos dos años de la invasión de Hispania, en el 411, empieza ya a constatarse en estos pueblos una voluntad de cesar los saqueos y asentarse en áreas propicias para la subsistencia, repartiéndose entre ellos el anárquico territorio hispano a fin de establecerse de manera indefinida. Así, vemos cómo los asdingos se asentaron en Callaecia (áreas de Lugo y Astorga), próximos a los suebos, quienes se establecen más hacia el norte; los alanos, en las provincias Lusitania y Cartaginense y, finalmente, los silingos en la Bética.

No obstante, y a pesar de que los invasores optaron por una vida campesina, siendo absorbidos por el sustrato poblacional hispanorromano, el poder imperial remanente decidió realizar un último esfuerzo por expulsar a estos grupos de invasores. Pero para que ello aconteciese, debido a su manifiesta debilidad militar, era necesario contar con la presencia y apoyo de un mayor número de aliados que sirvieran de fuerzas auxiliares.

De tal modo, un pacto firmado por el general Constancio (360-421) y el nuevo rey visigodo Walia (reinó entre el 415 y el 418), permitió la entrada de las tropas godas en el suelo hispano, dirigiéndose a aquéllas provincias más romanizadas y atacando con virulencia especialmente a los vándalos silingos y los alanos. Una vez sometidos estos primigenios grupos de invasores que penetraron y se habían establecido en la península Ibérica, los visigodos deciden colaborar activamente con las autoridades imperiales romanas, regularizándose ello mediante instituciones como el foedus y la hospitalitas, permitiéndose incluso su asentamiento por parte de Roma en un amplio área del suroeste galo, siendo la urbe de Tolosa desde ese momento la sede principal de residencia para los monarcas visigodos.


Pintura de Ulpiano Checa (1860-1916) que representa las invasiones bárbaras en el Imperio Romano. Fuente: www.wikipedia.org

Pero los años de colaboracionismo entre el Imperio y los visigodos acabarían cuando el rey Eurico (440-484) rompe de manera unilateral el antiguo pacto o foedus que firmó Walia décadas atrás y que convirtió a los germanos en aliados de Roma. Así, desde esos años, y debido a la acuciante debilidad imperial, la península Ibérica pasaría a estar bajo el dominio directo del reino visigodo de Tolosa; haciéndose del todo efectivo tras la batalla de Vouillé en el año 507, cuando los visigodos son derrotados por los ejércitos francos, haciéndoles perder extensos territorios galos y relegándolos a centrarse solamente ahora en sus dominios peninsulares, sobre los que ejercerían su dominio, poder e influencia hasta los primeros años del siglo VIII.

Así, bajo el reinado de Atanagildo (555-567) los visigodos trasladarían la nueva capital del reino a la ciudad de Toledo y, para lo que aquí nos ocupa y sin entrar a valorar los aspectos sociales, económicos o políticos generales del incipiente estado godo, sí resulta necesario destacar que el nuevo reino visigodo que se superpuso a la Hispania romana se caracterizaría por la convivencia de elementos romanos, germánicos y canónicos; y ello fue así, muy especialmente, por el establecimiento de la institución conciliar como un novedoso elemento político-religioso que asesoraría en las decisiones más complejas que hubieran de tomarse por los dirigentes del reino, quedando esto perfectamente aclarado en la aseveración de San Isidoro de Sevilla (556-636): “Rex eris si recte facies, si non facies recte non eris rex” (Rey eres si obras rectamente, si no obras rectamente no eres Rey).

En efecto, los concilios realizados en la ciudad de Toledo (celebrados desde el 397 hasta el 702) fueron asambleas de carácter religioso a las que el monarca remitía diversos asuntos de gran interés para el buen gobierno del reino, independientemente de otros asuntos propios que los concilios tratasen por sí mismos. De tal forma, las decisiones adoptadas por dichas reuniones conciliares obligaban en el ámbito espiritual solamente, aunque podían convertirse en leyes civiles una vez que el monarca las promulgaba mediante leges in confirmatione Concilii.


 Representación de un concilio visigodo en el Códice Albeldense, conservado en el Monasterio de El Escorial. Fuente: www.mentesanova.blogspot.com


Obviamente, y siendo estos concilios de índole eclesiástica, reunían a los obispos electos del reino visigodo y, a este mismo respecto, poseemos informaciones arqueológicas muy relevantes, por su exclusividad, relativas a un destacado prelado hispanogodo que estuvo ligado al territorio onubense de este período. En este mismo sentido, un hallazgo casual en las proximidades de la localidad de Bonares, consistente en varios fragmentos de una placa de mármol con una inscripción funeraria relativa a un obispo de Illipula (la actual Niebla) llamado Vincomalos y contextualizado con otros restos edilicios, nos hacen pensar en la existencia de un desaparecido lugar de culto o templo, o bien se tratase de una residencia destruida que tuviera alguna relación con el religioso.

Las dimensiones de la placa funeraria, conservada en el Museo Provincial de Huelva, son las siguientes: 1´89 metros de alto, 0´67 m. de ancho y 0´055 m. de grosor; consistiendo su inscripción epigráfica en el siguiente texto:


VINCOMALOS EP(iscopu)S CHR(ist) SERVUS VIXIT ANNOS LXXXV EX QVIB(us) IN SACERDOTIO VIXIT AN(nos) XLIII RECESSIT IN PACE
D(ie) IIII NONAS FEBRVARIAS ERA DXLVII


Y que puede traducirse como: “Vincomalo, obispo, siervo de Cristo, vivió 85 años, de los que vivió como obispo 43, descansó en paz el día 4 de febrero del año 509 (era 547)”. De otro lado, y atendiendo aquí a la importancia histórica de esta inscripción, se colige que ya existía una diócesis en Niebla en el siglo V si se acepta la tesis de que Vincomalos fuera obispo de la misma, nacido en el 424 y elegido en el cargo en el año 466. Además, su nombre se sumaría al de otros prelados iliplenses posteriores como Basilius, Juan, Geta y Pappulus, referidos por las fuentes documentales que atestiguan su presencia en diversos concilios toledanos realizados en el reino visigodo entre los años 589 y 693.



 Inscripción funeraria del obispo hispanogodo Vincomalos hallada en Bonares. Fuente: www.bonaresdigital.es

No resulta, empero, demasiado claro cuál puede ser el origen etimológico del nombre del obispo iliplense, pues la acepción latina Vincomalos (venzo a los pecadores), puede ser referida a un sobrenombre de índole religiosa. Sea como fuere, y en función de este hallazgo, queda claro que el territorio onubense del convulso siglo V se erige ya como un núcleo que albergaba una diócesis eclesiástica que servía como eje articulador para una sociedad profundamente desintegrada y sin cohesión alguna una vez que las estructuras romanas imperiales, tanto sociales como económicas, sucumbieron ante las invasiones bárbaras.

En este sentido, el estado romano no pudo ya aportar respuestas para esta crisis generalizada que acabaría finalmente con la Hispania romana para dar paso al nacimiento de un estado visigodo peninsular autónomo que, si bien adopta ciertas reminiscencias imperiales, se vislumbra desde ese momento ya como un nuevo poder político, jurídico, social, económico y cultural que se caracterizaría, entre otros hitos, por afianzar más aun el Cristianismo en todo el país, una vez que el rey Recaredo (559-601) decide abrazar el catolicismo durante el III Concilio de Toledo, cuando decide abandonar las tradicionales creencias arrianas que había adoptado desde un inicio el pueblo visigodo, asimilándose así la totalidad de la población hispanorromana y visigoda bajo una misma creencia.





BIBLIOGRAFÍA:

-GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J. Inscripciones cristianas de Bonares: Un obispo de Ilipla del siglo V. Revista Habis, nº 32, 2001. pp. 541-552. ISSN 0210-7694 

-DE AZCÁRRAGA, J., PÉREZ-PRENDES, J.M. Lecciones de Historia del Derecho Español. Ed. Centro de Estudios Ramón Areces, 1993. ISBN: 8480040882

-TUÑON DE LARA, M. (Dir.) / SAYAS ABENGOCHEA, J.J.,GARCIA MORENO, L.A. Historia de España. Tomo 2. Romanismo y Germanismo. El despertar de los pueblos hispánicos. Ed. Labor, 1987. ISBN: 8433594338

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