¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

jueves, 20 de septiembre de 2018

El proceso por el hundimiento del "SS Volo" en la ría de Huelva

Entre los días 13 y 15 de febrero del año 1894 tuvieron lugar, en los Juzgados de Paz de Liverpool, tanto el proceso como la investigación formal realizados a fin de aclarar los hechos y analizar las negligencias de la tripulación, si hubieren existido, que causaron el hundimiento del buque inglés SS Volo en la barra de Huelva el día 5 de enero de ese mismo año.

Al frente de la investigación y desarrollo del proceso se hallaba el juez W. J. Stewart, quien estuvo asistido por los capitanes Kennet Hore y E. M. Hughes; siendo ellos los que habrían de deliberar técnicamente en qué circunstancias concretas se produjo el hundimiento del barco británico en la ría onubense, contratado por la The Rio Tinto Company Limited para el transporte del mineral hacia Inglaterra.

El SS Volo, cuyo número oficial era el 84.053, fue un navío a vapor británico con sede en el puerto de Liverpool. Se construyó en hierro en el año 1880 por la Messrs. R. Duncan & Co., una destacada constructora naval asentada en la localidad de Port Glasgow (Inverclyde, Escocia); y poseía unas dimensiones totales de 250´4 pies de longitud, otros 33´35 de ancho y 16´55 de profundidad. Cabe añadir que estaba equipado con dos potentes motores compuestos por cilindros invertidos de acción directa, que ejercían una fuerza combinada total de unos 170 caballos.

El propietario del navío fue el Sr. George Page, quien residía en el número 28 de la calle Chapel, en Liverpool y, como comandante del navío desde 1886, figuraba el Sr. W. D. Jenkins, poseedor del certificado oficial de competencia como piloto con número 4.439. El 5 de enero de 1894, el capitán Jenkins y su tripulación, formada por 19 hombres, abandonaron Huelva con destino al estuario del río Mersey (Inglaterra), con un cargamento de 1.620 toneladas de mineral de cobre y otras 90 de carbón. Asimismo, su calado al dejar el muelle, era de unos 17 pies y 10 pulgadas delante y otros 18 pies y 1 pulgadas atrás.



 El puerto de Liverpool a finales del siglo XIX, lugar de atraque habitual del SS Volo. Fuente: www.cumberlandscarrow.com 
 

El Volo abandonó el muelle de la compañía británica a las 11:30 horas a cargo de un piloto español, como establecía el reglamento portuario y, a este respecto, durante el juicio, el capitán inglés alegó que la obligación del práctico onubense era la de llevar el buque a lo largo de la barra onubense; pero en su derrota ría abajo, Jenkins percibió que el barco del piloto estaba ya esperándole anclado a la altura de La Cascajera, a unas siete millas hacia el interior de la barra y, sin esperar a cumplir con sus obligaciones, el piloto abandonó al SS Volo a mitad de camino, dejando que el capitán pilotara la embarcación por la barra a través de lo que es, de hecho, la parte más complicada de la navegación.

Asimismo, otro buque, el Goldcliffe, que estaba por delante del Volo, se vio igualmente obligado a despedir a su piloto antes de que se completaran todos los deberes que estaba encargado de cumplir y, a partir de todas las pruebas presentadas en el juicio, resultó evidente que tal incumplimiento de la obligación de los prácticos onubenses de acompañar a los buques hasta la salida al mar “...solía ser muy habitual por parte de los pilotos en estas aguas”. Si bien los británicos excusaron del hundimiento del Volo por este proceder de los prácticos, se demostró asimismo que ese día sopló una fuerte brisa desde el SO que alteraría la quietud de las aguas de la ría onubense, pero sin modificarse sustancialmente el clima en los primeros momentos.

El buque procedió ría abajo y, al acercarse a la boya de la barra, el capitán viró el timón con el fin de navegar por un lugar más ancho. En efecto, esta maniobra fue adoptada para evitar el banco de lodo sito al Oeste de la barra onubense que, por aquél tiempo, se había extendido más allá de los límites indicados a los buques de carga como precaución en su navegación. Este último giro del timón llevó al SS Volo hacia el Este de la ría y, aparentemente, en aguas menos profundas de lo que el capitán Jenkins esperaba. 


 El edificio que albergaba la Magistrate´s Court de Liverpool, donde tuvo lugar el juicio por el hundimiento del navío SS Volo en Huelva en 1894. Fuente: www.dailymail.com
 

Así, aproximadamente a las 13.25 horas, el buque chocó repentinamente con algo. El golpe se sintió en la parte de proa y a estribor. En ese mismo momento, el capitán atribuyó este impacto al oleaje, que había aumentado de forma considerable y, observando que el Goldcliffe, que estaba delante de él, se encontraba sometido por un fuerte oleaje mientras también cruzaba la barra, consideró más prudente volver a puerto, ordenando para ello girar el timón.

Sin embargo, el impacto hizo que se levantara el casco del Volo, y mientras aun respondía el timón, los motores disminuyeron la velocidad, y el ingeniero a bordo informó que las tuberías de inyección se estaban llenando de arena. La cabeza del buque se acercaba por el temporal a una posición SW cuando los motores se detuvieron y, al volverse, el buque golpeó de nuevo con algún obstáculo a babor. En esta situación de imposibilidad de continuar con la navegación, el capitán ordenó que se soltara el ancla, pero pronto se hizo evidente que el buque estaba ya completamente varado. También parecía estar hundiéndose por su parte delantera y, al abrir las escotillas de la proa, se descubrió que estaba haciendo agua rápidamente.

El capitán constató que era imposible hacer funcionar los motores y, por tanto, el barco permaneció inmóvil en el lugar del impacto. Asimismo, la tripulación permaneció junto al buque durante ese día, durante el cual el viento aumentó, acaeciendo una gran tormenta, al tiempo que el fuerte oleaje de la ría rompía sobre la embarcación. Las continuas revisiones del navío, efectuadas poco después del primer impacto, encontraron que ya existía una gran cantidad de agua inundando el barco, por lo que a pesar de realizarse todos los esfuerzos posibles para tratar de salvar la embarcación y la carga, la operación no tuvo éxito y el SS Volo se convirtió en una pérdida total. 


 Muelle embarcadero de la The Rio Tinto Company Limited, donde el SS Volo cargó mineral antes de su hundimiento. Fuente: www.juntadeandalucia.es
 

Días más tarde del hundimiento, el 14 de enero, el buzo que había sido encomendado inspeccionar el buque sumergido, informó que encontró varios agujeros en el casco e igualmente, debajo de la sala de máquinas, y a babor del buque, también halló un gran trozo de placa metálica sobresaliendo y tirada en el suelo, que pareciera haber sido incrustada tras un gran impacto.

Por otro lado, y a tenor de todas estas informaciones, el Sr. Paxton, en representación de la Junta de Comercio de Liverpool, presentó las siguientes preguntas para su consideración y opinión por parte del Tribunal: “¿Estaba justificado la acción del capitán al intentar cruzar la barra sin la asistencia de un piloto, teniendo en cuenta el peligroso estado del clima? ¿Estaba justificado que intentara cruzar la barra antes de que todas las escotillas estuvieran adecuadamente cerradas teniendo en cuenta el clima y el mar? ¿El capitán se mantuvo en todo momento correctamente dentro de los límites navegables del canal? ¿Cuál fue la causa exacta de este naufragio y la consiguiente pérdida de toda la carga transportada? ¿Estaba el capitán incumpliendo cualquiera de los aspectos anteriores?

Con todas estas informaciones, el tribunal llegó a la conclusión de que el hundimiento fue causado por el choque de la embarcación con algunos restos que se hallaban incrustados en el fondo de la ría, en su lado Este, que perforó su costado de estribor y permitió la entrada de agua en el casco. Todo esto, unido al hecho de que, debido probablemente a la poca profundidad del agua y al oleaje, la arena obstruyó las tuberías de inyección, lo que provocó la detención de los motores e hizo que el SS Volo fuera inmanejable, imposibilitando por tanto, la posibilidad de cualquier intento de salvarlo.


 Grabado de un juicio en Reino Unido a mediados del siglo XIX. Fuente: www.findmypast.co.uk
 

Igualmente, el juez y sus dos asesores determinaron que “...teniendo en cuenta que era práctica de los pilotos de Huelva dejar los buques de vapor de los que están a cargo dentro de la ría onubense si su propio buque está anclado adentro, no se puede decir que el capitán no estaba justificado al intentar continuar su viaje”. Del mismo modo, también consideraron que el capitán del Volo cometió un error de juicio al mantener su derrota demasiado hacia el Este de la barra onubense mientras la navegaba, pero no atribuyeron el hundimiento a ningún incumplimiento o negligencia profesional por su parte. 
 
El hundimiento del SS Volo supuso un gran perjuicio para el tráfico de la ría onubense, pues su estructura obstruía gravemente la navegación al resto de buques por sus aguas. Así, y con carácter de urgencia, el Ministerio de Fomento autorizó a la Junta de Obras del puerto de Huelva que procediera de manera inmediata a la retirada del pecio, contando para ello con un presupuesto de 113,539 pesetas, al tiempo que también adquiriera, mediante la realización de un concurso público, el material y los recursos necesarios para efectuar la retirada de los restos del navío británico.



BIBLIOGRAFÍA:


-Diario El Siglo Futuro.

-The Merchant Shiping Acts (1854-1887).

lunes, 3 de septiembre de 2018

María de Padilla, reina de Castilla y señora de la villa de Huelva

Una vez concluyeron las conquistas territoriales de Fernando III de Castilla y León (1199-1252) y de Jaime I de Aragón (1208-1276) a mediados del siglo XIII, los reinos cristianos peninsulares deciden estabilizar sus confines y frenar por el momento su ansia de expansión; incluido el reino castellano, que aun mantenía diversas fronteras con los musulmanes pero que, a partir de este siglo, cesará su avance conquistador y lo cambiará por otra opción menos arriesgada, consistente en la práctica de un vasallaje impuesto al reino de Granada.

Se iniciarán desde este instante largas décadas en las que predominaría la paz, que será empleada a partir de ahora como el máximo elemento de la política exterior castellana; pero, al tiempo, surgirán nuevas preocupaciones y adversidades para la estabilidad de los reinos peninsulares, que vendrán de la mano de graves desequilibrios poblacionales, económicos, políticos y sociales, así como también de un peligro aun mayor, conformado por las aspiraciones de la nobleza por aumentar su poder, y que conllevarían durante mucho tiempo una sucesión de crueles y constantes luchas por gran parte del territorio cristiano que se mantendrán hasta mediados del siglo XIV.

En efecto, y desde una perspectiva política, se trataron de reorganizar y revisar las potestades de los miembros de la aristocracia tras finalizar sus labores militares durante las continuadas conquistas de los territorios controlados por los musulmanes, constituyendo ahora la clase nobiliar un poderoso grupo que en muchas ocasiones pretendía incluso usurpar el poder real mediante la realización de alianzas entre sus miembros más ambiciosos; lo cual suponía una peligrosa amenaza para la integridad de la monarquía, que pretendió atajarla realizando concesiones de nuevos privilegios destinados a atraer y fidelizar a esa parte de la nobleza rebelde a la causa y servicio del rey.

Todas estas luchas nobiliarias y dinásticas continuarían, con algunas épocas de relativa paz, incluso hasta el reinado de Pedro I (1334 -1369), quien también las hubo de padecer (tornándose de especial gravedad entre los años de 1366 y 1369, cuando se origina la Primera Guerra Civil Castellana entre el rey y su hermano Enrique) y, por ello, decidió ejercer una política interior caracterizada por tratar de fortalecer el poder de la monarquía en gran modo, reafirmando, ante todo, su potestad legislativa. De otro lado, y sabedor de la gran importancia que suponía el contar con numerosos apoyos que sostuvieran el poder regio, obtuvo numerosos adeptos entre los miembros de la burguesía y de los concejos de las ciudades, así como también de entre miembros de la nobleza que fueran de su plena confianza, configurándose así una red vasallática bien asentada y como previsión de que no se iniciasen futuras revueltas contra su autoridad.



Batalla de Nájera de 1367, que enfrentó a los ejércitos de Pedro I y su hermano Enrique en el contexto de la Guerra Civil Castellana. Fuente: www.commons.wikimedia.org


No obstante, y no siendo lugar aquí para analizar el devenir de su gobierno, debe decirse que pronto surgirían destacadas figuras, aliadas de la autoridad regia que ostentaba, y otras que ejercieron gran influencia en la vida personal del monarca castellano, como María de Padilla (1334-1361), quien, a la sazón, se hallaría, como ahora veremos, muy vinculada al territorio onubense. En este mismo sentido, una destacada fuente para el estudio de la personalidad del monarca castellano viene dada por la eminente figura del canciller Pero López de Ayala (1332-1407), quien estuvo al servicio de Pedro I y al que abandonó, como tantos hicieran, cuando la victoria de su hermano Enrique parecía ya manifiesta, finalizando así la antedicha Guerra Civil Castellana con la victoria de los ejércitos del aspirante de la casa Trastamara.

Ayala, precursor del humanismo y muy dado a analizar en sus obras las ejemplificaciones morales que subyacen en la Historia, retrata al monarca en su obra Crónica de Pedro I, en contraposición a la tradición popular que lo muestra como un gobernante justiciero, como un verdadero tirano, empleando para ello tales términos: “E fue el rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, e blanco e rubio, e ceceaba un poco en la fabla. Era muy temprado e bien acostumbrado en el comer e beber. Dormía poco e amó mucho mujeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue copdicioso de allegar tesoros e joyas (...) e mató muchos en su regno, por lo qual le vino todo el daño que avedes oído. Por ende, diremos aquí lo que dixo el Profeta David: Agora los Reyes aprended e sed castigados todos los que juzguedes el mundo, ca grand juicio e maravilloso fue este e muy espantable”.

Sin embargo, esta personalidad se vio en gran medida transformada y condicionada por las virtudes que le supo transmitir, durante el tiempo que convivieron, uno de sus más reconocidos amores, María de Padilla (a pesar de estar comprometido por razón de estado con la noble francesa Blanca de Borbón), y quien le conoció en el contexto de la guerra civil de Castilla, según nos relata López de Ayala: “En este tiempo, yendo el rey a Gijón, tomo a doña María de Padilla que era una doncella muy fermosa e andaba en casa de doña Isabel de Meneses, muger de don Juan Alfonso de Alburquerque que la criaba, e tráxogela a Sant Fagund Juan Ferrandez de Henestrosa, su tío, hermano de doña María González, su madre”.

 Grabado cuya representación se atribuye a la reina María de Padilla. Fuente: www.curiosidadesdelahistoria.blog
 

No obstante esta información, puede pensarse aquí que el monarca castellano tomara a Padilla como una concubina más, fruto de la animadversión de Ayala para con el rey; pero, distinta interpretación nos ofrecen los textos del historiador zaragozano Jerónimo Zurita (1512-1580) al respecto de los sentimientos entre la joven noble y el monarca: “Que el Rey D. Pedro fue a la Ciudad de León; Que a la entrada vio en los Palacios de un gran Caballero de la Ciudad, que se decía Diego Fernández de Quiñones, a Doña María Padilla, parienta del Caballero, la qual era la más apuesta Doncella, que por entonces se hallaría en el mundo, y que el Rey quando la vio, como era mancebo de edad de hasta diez y siete años, enamorose mucho de ella, e no pudo estar en sí, hasta que la huvo, e durmió con él”.

Sin embargo, y siguiendo ahora los escritos del historiador hispalense Pablo de Espínola, se afirma lo siguiente: “Que la común tradición de Sevilla, es, que la dicha Doña María vivía en ella con su tío D. Juan Fernández de Hinestrosa, en la Collación de San Gil, en la calle Real, yendo de Santa Marina a la Puerta de la Macarena, a la mano derecha, que entonces era mucho mayor, que oy y que viniendo el Rey de caza, se enamoró de ella; que ella no consintió, sino casándose; y dicen que el rey se casó con ella; y que la llevó al Alcázar, que la quiso de fuerte, que quando Doña Blanca vino, aunque hizo las ceremonias de las Bodas con ella, acabadas, se fue a Montalván, donde estaba Doña María de Padilla”.

Sea como fuere, queda claro que el rey Pedro I conoció a María de Padilla en el verano de 1352 y, de manera inmediata, quedó cautivo de su belleza, inteligencia y personalidad bondadosa, tal y como refieren las crónicas medievales. Prueba de ello fue la donación que le hizo a su amada de la villa de Huelva en tales términos: “Sepan quantos esta Carta vieren, como ante mí, Gil Martínez, Alcalde en Huelva por nuestro Señor el Rey, estando los Alcaldes, y el Alguacil, y los Caballeros, y los Homes buenos del Concejo de esta dicha villa en la Eglesia de Sant Pedro ayuntados en Cabildo, por voz de pregón llamados, segunt que es uso, y costumbre de se facer, mostraron ante mi el dicho Alcalde Carta, y Privilegios de nuestro Señor el Rey D. Pedro, que Dios mantenga en su servicio muchos años, y bonos; y dixeronme en como el Señor Rey, que fuera su voluntad, y su merced de dar esta dicha Villa a Doña María de Padilla, e que ellos, que querían embiar pedir merced a la dicha Doña María, en que les confirmasse las dichas Cartas, y Privilegios, según eran confirmadas de el dicho Señor Rey...”


 Retrato del rey Pedro I realizado en 1857. Fuente: www.commons.wikimedia.org
 

Asimismo, la documentación de la época refleja que María de Padilla fue Señora de Huelva desde septiembre de 1352 hasta, al menos, el año 1359, sucediendo en el cargo al maestre de la Orden de Santiago; puesto que aun en esta fecha se constata su intervención como magistrada regia por la entrada de unos ganados pertenecientes a Niebla y Trigueros en Huelva, creándose un litigio entre los villanos de estos núcleos basado en la petición de pago por tal uso. Ante esto, los ganaderos argumentaron que “si no eran tenidos a pagar...es porque nuestra Señora Doña María de Padiella, que Dios mantenga, dio una Carta de comunidad de pastos”.

Por otro lado, y según el militar e historiador sevillano Diego Ortiz de Zúñiga (1636-1680), cabe destacar que María de Padilla nació en Sevilla, según lo refiere en sus crónicas: “natural de esta ciudad, según antiguas memorias, y que tenía Casa propia, a la Parroquia de Santa Marina, de que aun se conocen las ruinas”. Y sería también allí donde se casara con el monarca en torno al 1350 ó 1351, con anterioridad al compromiso con Blanca de Borbón (que tuvo lugar en el año 1353), según constan en las inscripciones honoríficas conmemorativas del regio evento.

Si bien en su momento no se publicitó la boda con María de Padilla, por temor a posibles revueltas contra su autoridad al contravenir un compromiso de matrimonio pactado con Francia con la noble Blanca de Borbón en 1351, ésta fue ratificada en las Cortes de Sevilla del 1362 (un año después de la muerte de Padilla), cuando ante los prelados, ricoshombres y diputados de los reinos, declaró que Doña Blanca no fue su legítima mujer, pues se había desposado anteriormente con María; siendo testigos del evento Diego García de Padilla, maestre de Calatrava y hermano de su mujer, Juan Fernández de Hinestrosa, Juan Alonso de Mayorga (Canciller del Sello de la Puridad) y el Capellán Mayor y Abad de Santander, Juan Pérez de Orduña. Todos ellos juraron ante el Evangelio ser cierta la boda celebrada por el monarca en Sevilla y, por tanto, se solicitó que se tratase como reina a María de Padilla al tiempo que debían ser reconocidos como hijos legítimos los vástagos fruto de esta relación a fin de continuar con su linaje.


 Escudo de armas de María de Padilla. Fuente: www.commons.wikimedia.org
 

El legado de la Señora de Huelva, María de Padilla, como consorte se resume en la fundación del Monasterio de Santa Clara en Astudillo, Palencia, en el año 1353, ser una gran consejera del rey en asuntos de estado y al persuadirle de no tomar excesivas represalias con sus detractores y, ante todo, dedicarse a la crianza y preparación de sus cuatro hijos como herederos reales: Alfonso, Beatriz, Isabel, que se casó con Edmundo, duque de York, y Constanza, que estuvo casada con Juan de Gante, duque de Lancaster.

La reina María murió en el Alcázar de Sevilla en 1361 y fue enterrada en el monasterio que ella misma fundó en Astudillo. Un año más tarde, el rey Pedro mandó trasladar su cadáver a la catedral de Sevilla, mandando que se honrara como reina por toda Castilla, y allí reposaría hasta el año 1579, cuando finalmente sus restos fueron trasladados a la Capilla Real de la catedral hispalense.



BIBLIOGRAFÍA:

-IRADIEL, P; MORETA, S; SARASA, E. Historia Medieval de la España Cristiana. Ed. Cátedra, Madrid, 1995. ISBN: 84-376-0822-8.

-GARCÍA LÓPEZ, J. Historia de la Literatura Española. Ed. Vicens Vives, Barcelona, 1977. ISBN: 84-316-0597-9.

-MORA, Juan Agustín de. Huelva Ilustrada. Breve Historia de la Antigua y Noble Villa de Huelva. Impr. Gerónimo de Castilla, Sevilla, 1762.