Los
libros de viajeros de los siglos XVI al XIX constituyen una fuente
literaria de gran relevancia a la hora de complementar otras
informaciones relativas a la historia, cultura, tradiciones e
idiosincrasia propias de un lugar o región determinada. Este tipo de
libros se conformaron como un instrumento para interpretar los
recursos más destacados de la ciudad, región o país al que se
acudía y, además, servía de guía explicativa para otros posibles
viajeros interesados en esos lares determinados una vez que se
publicaba el libro.
Todos
estos escritos, que podían presentar el formato de cartas, memorias,
diarios o relatos, solían acompañarse de dibujos o grabados que
embellecían la obra y permitían al lector observar los paisajes,
recursos y monumentos que el autor consideraba de mayor esplendor y
relevancia de aquellos lugares que previamente estuvo visitando con
admiración; máxime si se trataba de un viajero extranjero que
deseaba mostrar las excelencias y modos de vida relevantes de un país
foráneo.
A
este respecto, uno de los más destacados viajeros que pasaron por la
provincia de Huelva en el siglo XIX fue el hispanista británico
Richard Ford (1796-1858), quien, tras graduarse como abogado en el
Trinity College de Londres en 1817, decidió realizar un viaje por
Europa antes de comenzar a ejercer su profesión, visitando alejados
países como Austria y Alemania.
Pudo
permitirse realizar este prolongado viaje por poseer una considerable
fortuna heredada de sus padres, Marianne Booth (1767-1849) y Richard
Ford (1758-1806); y en especial de su abuelo materno, Benjamin Booth,
quien fue dueño de la Compañía Británica de las Indias
Orientales. También, tras su
retorno a Inglaterra, se casó en 1824 con Harriet Capel, hija del
conde de Essex, aunque debido a la frágil salud de su esposa y
siguiendo la recomendación de su médico, deciden trasladarse a un
país con un clima más cálido, optando así por residir en España
desde el 1830 hasta 1833.
Retrato de Richard Ford (1796-1858). Fuente: www.wikimedia.org
De
tal modo, y habiendo zarpado desde Plymouth, llegaría a Gibraltar a
bordo del navío H.M.
Brig Guardian
el 29 de octubre de 1830. Le acompañaba su esposa Harriet, sus hijos
y otras tres sirvientas. Tras una estancia breve en Gibraltar, la
familia viajó a Cádiz y, desde allí, embarcaron en un buque a
vapor que navegó por el río el Guadalquivir hasta Sevilla.
Tras
el establecimiento del matrimonio en Sevilla y, posteriormente, en
Granada, Ford decidió viajar por una gran parte de la Península a
fin de conocer el mayor número de lugares posible e interactuando
con la población para poder conocer de primera mano su modo de vida,
tan diferenciado del británico. Cada periplo realizado lo acompañó
de diversos dibujos y grabados, que sumaron unos quinientos en total,
donde plasmó los monumentos, trajes típicos, paisajes y rincones
más pintorescos de España. Desde entonces, las costumbres y el modo
de vida hispánico le causaron una gran impresión y quedó
completamente enamorado de todo lo español, llegando incluso a
vestir habitualmente como los propios habitantes de las villas y
ciudades que visitaba.
Tal
fascinación por el mundo hispánico se reflejó, a su regreso a
Inglaterra en el 1833, en la construcción en Exeter de una
residencia de estilo neomudéjar similar a la tipología propia del
Generalife, y donde albergó una gran colección de libros en
castellano traídos desde España para su estudio. A este respecto,
él mismo escribió la que sería la obra más destacada sobre sus
vivencias en España, publicada en 1844, y que recibió el nombre de
A
Handbook for Travellers in Spain,
donde reflejó las diferentes rutas de viaje y excursiones que fue
realizando durante su estancia en nuestro país.
En
referencia al territorio onubense, que aun no estaba constituido como
provincia con jurisdicción administrativa propia, Ford llegó al
mismo desde Sevilla, organizándose su recorrido en diferentes
jornadas y pernoctaciones. Debe aclararse aquí que estuvo con
seguridad en algunos municipios onubenses pero que en sus escritos
habla de otros, bien por referencias ajenas o por lectura de libros
que los tratan. Así, según narra en su ruta nº 6, refiere una
excursión por gran parte de la costa onubense, iniciada desde
Sanlúcar de Barrameda hasta Ayamonte, donde describe las torres de
vigilancia o atalayas que servían en los siglos modernos para avisar
de cualquier ataque pirático hacia la costa.
Iniciada
la visita en Moguer, comentó que la ciudad y el castillo se
encuentran muy deteriorados, a buen seguro por la presencia y acción
de las tropas francesas en la Guerra de Independencia. Afirma que la
torre de su iglesia fue construida después de la Giralda de Sevilla
y que la actividad comercial principal de la villa estaba basada en
el tráfico de frutas y vino con otras poblaciones cercanas.
Grabado de Richard Ford ataviado con trajes típicos españoles. Fuente: www.wikimedia.org
Desde
allí se dirigió a Palos (del cual dice que poseía un pobre puerto
pesquero) y La Rábida, ya que durante su estancia en la provincia
onubense, Ford se siente privilegiado de visitar los lugares que
albergaron la mayor hazaña de la Humanidad hasta entonces, como fue
la gran empresa descubridora del Nuevo Mundo; y por ello evoca
continuamente en sus escritos la importancia histórica de estas
tierras. A su llegada, quedó admirado por lo simbólico del lugar y
por la historia que atesoraba el monasterio de Sta. María de la
Rábida, su riqueza arquitectónica y su propia historia como antiguo
Ribat defensivo y punto de vigilancia costero.
Con
relación a Huelva, con 7000 habitantes en la época y dos posadas
para viajeros, el británico se hace eco en sus anotaciones de la
gran antigüedad de la ciudad cuando afirma que en ella estuvieron
tanto romanos como árabes, atraídos por su estratégica
localización al situarse en la desembocadura de los ríos Tinto y
Odiel; al tiempo que afirma que dicha ciudad estaba adquiriendo una
importancia cada vez mayor por el establecimiento de fábricas
pesqueras de atún y el comercio intensivo con Portugal, Sevilla y
Cádiz, territorios próximos a los que enviaba frutas y bienes
diversos.
El
viajero foráneo también comenta que aun son visibles los restos del
acueducto romano onubense, siendo usados aun algunos de sus tramos
por los cultivadores, así como también que la comunicación
marítima con Cádiz se realizaba principalmente por medio de
falucas. En una edición
posterior de su libro de viajes, datada en 1886, se alaban las
bondades de la ciudad de tal modo: “The climate and water of
Huelva are delicious. Roses are in full bloom in February. It is an
excellent resort for invalids in the winter, being many degrees
warmer than Nice”.
También
destaca Ford el aceite producido en el Condado, así como la calidad
de las frutas, el vino y el grano. Llegó a Niebla, donde quedó
admirado por la belleza de las murallas medievales y los restos
visibles del castillo, que fue destruido por los franceses en la
Guerra de Independencia; así como la solidez del puente romano y la
belleza de las cinco iglesias y los dos conventos de esta villa.
Aclaraba además en sus escritos que existía mucho tráfico de
mercancías y personas en esta localidad debido a los viarios que la
conectaban con las minas del Andévalo, comentando también que
dichas carreteras próximas estaban rodeadas de grandes plantaciones
vegetales a ambos lados de los mismas y que desde allí podía
observarse en la distancia el monasterio de La Rábida.
Dibujo de Ford del alminar de la iglesia del castillo de Aracena. Fuente:
www.realacademiabellasartessanfernando.com
www.realacademiabellasartessanfernando.com
El
viajero británico afirma también que Niebla producía mucho vino
que era enviado a Sanlúcar, donde se convertía en buen sherry
para ser remitido al mercado inglés. Sobre La Palma del Condado
comenta que poseía unos 3500 habitantes y resalta igualmente su
riqueza agrícola. Cruzado el río Odiel, Ford menciona la población
de Lepe, sobre la cual dice que es una ciudad empobrecida en un
distrito rico, habiendo sido saqueada en dos ocasiones por los
franceses, y cuya población se dedicaba a la pesca y, algunos
individuos, al contrabando. En relación a La Redondela, el viajero
inglés también afirma que su entorno poseía unos vinos excelentes
y una fruta deliciosa, destacando especialmente los higos.
En
este entorno crecía la caña y el junco, empleándose para la
construcción de las esteras. También, sobre Ayamonte afirma el
viajero extranjero que tenía una población de 5000 personas y que
existía una isla en el Guadiana que recibía el nombre de Tiro,
la cual aun conservaba vestigios arqueológicos. Comenta también que
la ciudad tenía dos parroquias y el castillo se encontraba en estado
ruinoso.
La
ruta nº 7 descrita por Ford comprendía las marismas rocieras y el
palacio de Doña Ana, cuyo paraje describe como un excelente coto de
caza del duque de Medina Sidonia, quien recibió allí a Felipe IV en
1624 y, más al norte, se localizaba el paraje del Coto del Rey
o Lomo del Grullo, constituidos según Ford la centuria
anterior por Francisco Bruna, alcaide del alcázar de Sevilla. Tras
esta localización seguiría el viajero hasta Trigueros, Gibraleón y
Sanlúcar de Guadiana.
Por
su parte, una de las jornadas mas destacadas realizadas por Richard
Ford en nuestra provincia, y que le causaría una gran admiración,
fue su periplo a Minas de Riotinto, cuyo paisaje alterado por el
hombre durante milenios le resultó altamente impresionante. Así, al
aproximarse a la montaña cobriza de Cabeza Colorada, hoy
denominada “Cerro Colorado”, por su coloración rojiza, vió
nubes de humo que se encrespaban sobre oscuros pinares, anunciando
desde lejos estas célebres e históricas minas.
Dibujo del antiguo pueblo de Riotinto elaborado por Ford. Fuente: www.realacademiabellasartessanfernando.com
Decía
que el pueblo estaba situado a una milla de las minas y que sus
cercanías eran como una región infernal. Allí encontró una
“posada decente” y la carretera de acceso estaba construida por
cenizas abrasadas y escorias, al igual que muchas de las viviendas.
Habla de sus habitantes como mineros demacrados por los duros
trabajaos en las minas y con un entorno natural realmente
diferenciado del resto de localidades que visitó previamente. Ford
describió la dureza de los trabajos mineros de manera un tanto
poética, al afirmar que: “La melancolía es el sonido que
produce el pico del trabajador solitario, quien, solo en su nicho de
piedra, martillea su prisión pétrea como un demonio confinado que
abre por la fuerza su camino hacia la luz y la libertad”.
Dejando
atrás las infértiles tierras mineras, el viajero hispanista llegó
a las proximidades de la villa de Campofrío, cuyo entorno natural le
resulta muy agradable por su similitud con los paisajes y dehesas de
Inglaterra y el aire puro que se respira. Así, se aproximó también
a la Sierra onubense, pasando por Aracena, afirmando que su
población, de unas 5000 personas, crecía enormemente en verano con
la venida de gente pudiente de Sevilla que deseaban dejar atrás las
tempeaturas cálidas en esta temporada. Al igual que sucediera en
Niebla, Ford quedó admirado por el castillo aracenense y así,
realizó un dibujo de la torre-alminar de su castillo.
Tras
su estancia en esta villa, el hispanista inglés prosiguió su
recorrido por la Sierra, pasando por Arroyomolinos de León, Alájar
e Higuera la Real para, posteriormente, continuar viajando y
conociendo otras regiones españolas que le causarían gran impresión
y recuerdo durante el resto de su vida en Inglaterra.
BIBLIOGRAFÍA:
-Ford,
Richard.
A
handbook for travellers in Spain.
- 3rd Ed. London: [John Murray], 1855.
-http://www.realacademiabellasartessanfernando.com
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