El día 3 de julio de 1876, entre las 21:00 y las 22:00 horas, fue asaltada la diligencia de la Rio Tinto Company Limited, que cubría el trayecto Sevilla-Huelva, a la altura de Sanlúcar la Mayor (Sevilla). En dicho carruaje iba Antonio Sundheim-Giese, hermano de Wilhelm, quien fuera el promotor junto con su socio Doetsch de la compra de las minas de Riotinto por parte del consorcio internacional liderado por el escocés Hugh Matheson solo tres años antes. Precisamente, la principal motivación de este robo por parte de los asaltantes fue el claro deseo de apropiarse de una gran cantidad de dinero que el mismo Sundheim en persona custodiaba para que fuera depositada en la caja de la compañía minera en Riotinto.
Al poco de conocerse este hecho, la prensa del momento se hizo eco de la relevante noticia y fue publicada en diversos periódicos, tanto españoles como británicos. Pese a la dificultad de conocerse todos los detalles de primera mano que rodearon el robo, los cronistas trasladaron tal cual a sus anotaciones lo que habían narrado los testigos que sufrieron el asalto, una vez superaron su estado de gran nerviosismo, y coincidiendo así la mayoría de las versiones publicadas sobre los hechos acontecidos. De tal modo, diversos corresponsales de diferentes medios dieron la siguiente información del robo de la diligencia:
Las crónicas comienzan diciendo que el lunes 3 de julio la diligencia de Sevilla a Huelva fue robada en torno a las 10 de la noche, a apenas unas tres millas del pueblo sevillano de Sanlúcar la Mayor. Al pasar las horas, los rumores y la preocupación crecían especialmente en Huelva y Riotinto, donde comenzaban a llegar las más contradictorias versiones sobre este asunto.
La prensa afirmaba que los ladrones se encontraban en algunas trincheras muy cerca de la carretera y, algunos de ellos, ocultos entre los cultivos que crecían cerca del Arroyo del Molinillo. Cuando un pasajero del carruaje vio una silueta oculta en la maleza por estar clara la noche, y dio la voz de alarma, en un instante saltaron a la vía entre veinte y veinticinco hombres bien armados, cinco de los cuales iban montados a caballo, y gritaron «Alto!» al cochero.
Los caballos se pararon y los ladrones pidieron a los viajeros que bajasen y se tiraran al suelo, siendo uno herido al caer. Luego, los asaltantes condujeron la diligencia lejos de la carretera principal e hicieron que los pasajeros se tumbaran boca abajo; allí los ataron con cuerdas y luego los calmaron de su terror diciendo: «No se lastimará a nadie aquí, no es nuestro propósito herir a nadie». Incluso a un caballero que viajaba con su mujer le dijeron: «Su esposa está tan segura aquí como en su propia casa», comportándose pues los ladrones, en los primeros momentos, con amabilidad con todos los rehenes.
Esta situación se mantuvo hasta que preguntaron a Antonio Sundheim por las llaves de las cajas fuertes, hechas en madera y reforzadas con hierro, que contenían 43.000 duros para los salarios de los mineros de Riotinto. En su negativa y demora en entregar las llaves, algunos bandidos le zarandearon y le abofetearon dos veces, rompiéndole las gafas; pero uno de los líderes de la banda los paró interponiéndose, y les dijo: «Nunca más maltratéis a Don Antonio». Sin embargo, todos los testigos afirmaron que sí resultaron heridos por los asaltantes otros dos viajeros: el mayoral, quien tenía una herida en la cabeza tras recibir un culatazo de carabina, y el delantero, que sufrió una herida en la pierna. Los asaltantes, entonces, preguntaron directamente al conductor: «¿Cuántas cajas de efectivo hay?» Y él respondió: «nueve». Acto seguido, le ordenaron: «¡Baja!».
Por su parte, en este coche venía también Nicolás Gabriel de la Herranz, diputado provincial por Sevilla, quien «debió a su serenidad el que, trayendo rodeado al cuerpo un cinto con cien mil reales, pudiese salvarlos, pues al estar echado en el suelo, uno de los forajidos fue a registrarlo y al tocarle la cintura le dijo: “¿Qué bulto es este?”, contestando aquél: “el revólver”. – “Pues quíteselo”. Se lo quitó y le dejaron en paz».
Parece claro que el robo fue cometido por hombres que sabían la hora y forma de enviar los pagos mensuales para la plantilla de la Rio Tinto Company. Además, según narraron los testigos, algunos de los ladrones tenían la cara ennegrecida, pero otros «parecían caballeros» y no llevaban ropas habituales de trabajo diario. Y también, se dudaba de la profesionalidad de los mismos, porque con su ansiedad en acabar con el acto delictivo, llegaron a dejar atrás una de las cajas de efectivo.
A ello contribuyó, según los periódicos, que «otro joven de esta provincia, al cual obligaron los ladrones a que ayudase a descargar la baca de la diligencia y que traía una maleta con diez mil duros, tuvo la suerte de que dejó en un rincón de la baca la susodicha maleta y nadie reparó en ella, salvando esta suma».
Los desconocidos también saquearon a los pasajeros particulares del coche que nada tenían que ver con la compañía minera, pues casi todos ellos llevaban dinero y objetos de valor. En este mismo sentido, también viajaba en la diligencia un conocido propietario que portaba 15.000 duros destinados al pago de una hacienda, un comerciante que llevaba 3.000 reales para Huelva y el citado mayoral del coche que cargaba con unos 13.000 reales por encargo.
Tras consumar este acto, los bandidos «montaron en sus caballos y en los que habían robado del coche, dejando maniatados a los infelices viajeros, los cuales a los pocos momentos pudieron desligarse y llegaron al inmediato pueblo de Manzanilla, dando cuenta del hecho al puesto de la Guardia Civil, que se puso al momento en movimiento. Los señores gobernador civil y juez de primera instancia no han descansado tomando medidas que se creen puedan producir el descubrimiento de alguno de los autores del robo».
Como resultado de todas estas investigaciones policiales posteriores (uno de los ladrones dejó su pañuelo al mayoral para cubrirse la herida y la tela tenía escrita las iniciales J.P.L) se logró la captura de dos autores del atraco, a quienes la prensa omitió sus nombres, y que ingresaron de forma inmediata en prisión. Gracias a ello, las autoridades de Huelva dijeron que tenían una pista sobre el lugar donde se ocultaba la banda y, si era cierta, podrían descubrir finalmente el escondite de los ladrones. Por su parte, los asustados pasajeros de la diligencia llegaron a Huelva en torno a las 7:00 de la mañana y fueron conducidos al juzgado, donde les fueron tomadas declaraciones y se comenzó a instruir la correspondiente sumaria.
Según narró la prensa, y en relación a la cantidad de dinero que transportaba la diligencia, se trataba de una suma «que procedía de unas letras que se habían hecho efectivas en Sevilla; mas las primeras que se enviaron en carta certificada, no se han recibido en esta ciudad, viéndose obligada la casa que giraba para hacer la operación a enviarlas segundas que son las que se han pagado». Esta cantidad total robada en la diligencia fue de unos 60.000 duros, de los cuales 40.000 pertenecían a la compañía minera de Riotinto y estaban repartidos en el resto de cajas de dinero que los ladrones se llevaron montadas en cinco caballos del propio coche-diligencia.
Hasta ese momento, la carretera de Sevilla-Huelva siempre había sido segura, y este fue el primer acto delictivo de este tipo en dicha vía. De hecho, tan segura había sido esta ruta que nunca se pidió a los guardias civiles por parte de la Rio Tinto Company Limited que acompañaran con frecuencia a su diligencia.
Finalmente, este lamentable incidente tendría unas graves repercusiones para la firma Sundheim & Doetsch, pues desde entonces se perdería la confianza otorgada por el Board o Consejo de la Rio Tinto Company Ltd. liderado por Matheson hacia estos socios que habían actuado como representantes comerciales de la compañía minera asentada en Riotinto y que, por ello, ya no disfrutarían en exclusividad de los suculentos contratos de suministro para las explotaciones mineras.
Bibliografía:
-Buckingham Express (22/07/1876).
-La Correspondencia de España (06/07/1876).
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