A pesar de que España se declaró
neutral cuando comenzó la Gran Guerra
de 1914, los efectos de la conflagración mundial no tardaron en hacerse sentir
en gran parte de su territorio. En efecto, éstos se manifestaron de una forma
mayoritaria en el orden económico y social, pues la inflación se elevó en gran
medida, los salarios se estancaron o crecieron a un ritmo muy bajo y se
produjeron, asimismo, enormes carestías de productos básicos como el pan,
produciéndose constantes motines de subsistencias y acentuados conflictos en
diversos sectores laborales.
En este sentido, y puesto que
estas situaciones también afectaron a la provincia onubense, es apropiado
destacar unos hechos tumultuosos que sucedieron en una de sus villas, y que fue
conocido como el Motín de Cartaya,
acontecido entre el 1 y el 7 de enero de 1915. De tal forma, y siguiendo las
crónicas de la época, en torno a las 19:30 horas del primer día del año, se
fueron reuniendo un gran número de mujeres y niños en torno a las Casas
Capitulares de la localidad costera, al que se sumarían posteriormente un mayor
número de vecinos jóvenes y adultos.
Asimismo, a las 20:00 horas se
esperaba la venida de los molineros de la villa, quienes acudieron para
protestar por el obligado pago que debían hacer desde ese mismo día, en
concepto de nuevo impuesto municipal, de 50 céntimos por cada fanega de harina
que llegase al pueblo; siendo esta imposición, considerada del todo injusta por
estos profesionales, el desencadenante de la sedición y de una gran revuelta
social que albergaría esta localidad onubense durante una semana.
Pintura de Robert Koehler que representa unos manifestantes en una huelga de fines del s. XIX. Fuente: www.germanhistorydocs.org
Cuando se hubo congregado un
numeroso grupo de personas en la entrada del consistorio, decidieron entrar por
la fuerza en su interior, al tiempo que lanzaban constantemente piedras sobre
las ventanas del edificio y gritaban: ¡El
pan libre! y ¡Que salga el alcalde!
De tal modo, y con la situación desbordada debido a la escasa presencia de las
fuerzas del orden en ese momento, quedaron retenidos en el ayuntamiento el
alcalde de la villa, los miembros de la Junta municipal y demás jefes de
diversas fuerzas políticas, quienes no podían salir hasta que no se presentaran
más efectivos.
Por ello, se intentó telegrafiar
a Huelva, Gibraleón y Lepe para que enviasen refuerzos policiales, pero, por
encontrase cerrada la oficina de telégrafos en el momento de estos
acontecimientos, se ordenó que dos hombres montasen a caballo e informasen
personalmente en Lepe y Corrales de lo que estaba aconteciendo en Cartaya;
puesto que las fuerzas del orden que se encontraban protegiendo el consistorio
estaban formadas por varios miembros de la Guardia Civil, la Guardia Forestal y
los Carabineros de Infantería, quienes trataron de restaurar el orden en la medida de sus posibiliadades, aunque
sin conseguirlo completamente.
Mientras tanto, otra masa
tumultuaria comenzó a arrojar piedras ahora en la casa del alcalde y de los
jefes de los otros partidos políticos, así como al alumbrado público, que quedó
destrozado tras sufrir la ira de la multitud. Cuando finalmente los
manifestantes pudieron hablar con el alcalde le transmitieron su malestar,
instándole a tasar los alcoholes en vez de los productos de primera necesidad,
respondiéndoles el regidor que ello era algo comprensible pero que debían
haberlo solicitado formalmente.
La villa de Cartaya a principios del siglo XX. Fuente: www.castillodecartaya.es
Al tiempo, los disturbios se
propagaban por todo el municipio, siendo masivas las detenciones de personas
que alteraban el orden, siendo necesario asimismo que se abrieran las
instalaciones de una escuela cercana para albergar a más detenidos. Así, y en
torno a las 0:00 horas, llegaron los refuerzos policiales solicitados desde
Lepe, deteniéndose a más personas y restableciéndose finalmente el orden en la
localidad.
De tal modo, a las 2:00 horas,
las fuerzas de la Guardia Civil custodiaron al alcalde, Antonio Zarandieta,
hasta su casa, donde descansaría el resto de la noche. Ya a la mañana siguiente
se evaluaron todos los daños y desperfectos causados la noche anterior por los
manifestantes, pudiéndose observar numerosos cristales rotos, bombillas y el
cableado destrozado; así como la rotura de las luces y las puertas del
ayuntamiento, teniendo que retirar un gran número de piedras que llenaban los
pasillos y salones municipales, al tiempo que las fuerzas del orden disolvían
los pequeños grupos de personas que se reunían para comentar los
acontecimientos pasados.
El 4 de enero se personó el Juez
de Instrucción para abrir las oportunas diligencias de la treintena de personas
acusadas de amotinarse que permanecían encarceladas. Y, al mismo tiempo, los
panaderos de la localidad decidieron subir 8 céntimos el kilogramo de pan,
siendo llamados a reunirse con el alcalde, quien consideró injusta tal subida
de precios.
Dos días más tarde, quedaron en
libertad provisional todos los detenidos a excepción de cuatro personas que
fueron conducidas a Huelva y, llegado el momento de su puesta en libertad, se
congregaron todos sus familiares para recibirlos, mientras que los refuerzos
policiales volvieron a sus respectivos acuartelamientos en otras localidades
cercanas.