El día 15 de septiembre de 1916,
y por causa de los inexorables avances del laboreo minero, tuvo lugar la
demolición de la iglesia de La Mina o
Riotinto Pueblo, núcleo urbano
original que fue paulatinamente destruido, al tiempo que se trasladaron sus construcciones
más básicas a diversas localizaciones alternativas que, con el paso del tiempo,
conformarían la unidad urbana actual de la villa de Minas de Riotinto.
En este sentido, e incluso antes de ser
demolido el primigenio templo parroquial de la localidad, que fue erigido entre 1789 y 1792 bajo el
reinado de Carlos IV, de dos torres y siguiendo la tipología edilicia propia de
la serranía onubense, se determinó la pronta construcción de una nueva iglesia
para el culto católico, estableciéndose, esta vez, en el núcleo poblacional de El Valle.
De tal forma, y una vez aprobado
el proyecto edilicio, a las 11:00 horas del 30 de diciembre de 1914, aconteció
la ceremonia de bendición y colocación de la primera piedra del nuevo templo
parroquial, que sería financiado por la The
Rio Tinto Company Limited, la sociedad británica que explotaba las minas
desde 1873. Así, la iglesia proyectada constaría de tres naves elaboradas en
mampostería, y siendo la central de una mayor altura, con ventanales de medio
punto y bordes de ladrillo, que se situaron en los laterales de la nave, cubriéndose
el espacio interior con una cubierta principal a dos aguas formada con la
típica teja inglesa.
La demolición de la primigenia iglesia riotinteña en 1916. Fuente: elaboración propia.
Asimismo, asistieron al acto en
calidad de invitados de honor numerosas autoridades del ámbito empresarial,
civil y eclesiástico local, destacando el director de dicha compañía minera Walter
Browning, el jefe de la Agencia de Trabajos, Richard Sutherland Low y el segundo
jefe de Contabilidad Patrice Rowell en representación de la compañía británica;
mientras que el alcalde-presidente Eustaquio Iglesias Mora, los regidores Evaristo
Mortgat Villegas, Domingo Pérez Velasco, Eleuterio Márquez Wert, Rafael Bautista
Jiménez y el Secretario Municipal Manuel Mantero Arroyo, hicieron lo propio por
parte del consistorio riotinteño.
Igualmente, estuvieron presentes
el juez municipal Florentín Gil Mora, el fiscal Diego Bando Macías, y el secretario
del Juzgado Antonio Mojarro González; el teniente de la Guardia Civil Francisco
Fernández Ortega; los médicos titulares del hospital Leandro Pérez Vizcaíno y
Gregorio Serrano, los maestros de las Escuelas Nacionales Julio Chic Pérez y
José Carrasco Padilla; el administrador de correos Miguel Ángel Díaz, los jefes
de construcciones Carlos Muñoz Gallardo y Eustaquio Andrés Zabaleta Mora, el
jefe del Departamento de Guardas Segundo Marero Zapata y el director del diario
local, José María Fontela Granado.
Sin embargo, y por tratarse de
una inauguración religiosa, acudieron obviamente diversas autoridades
eclesiásticas propias de la Archidiócesis de Sevilla, de la que dependía la
villa minera, destacando la presencia del cura de la localidad Antonio Delgado
López, el párroco de la vecina villa de El Campillo Cayetano Márquez Benjumea y
el capellán del hospital Juan Marín Quintero.
El acto se inició con una
“solemne misa cantada con plática alusiva al acto” que, tras concluir,
prosiguió con la bendición y colocación de la primera piedra del que sería el
futuro Templo Parroquial, bajo la advocación de la patrona Santa Bárbara.
Además, y si bien la compañía británica costeó los gastos de edificación, se
siguieron las planificaciones estipuladas por el arquitecto diocesano Mariano
González Rojas.
Acto de colocación de la primera piedra de la iglesia de Santa Bárbara en El Valle. Fuente: www.recuerdosderiotinto.blogspot.com
Esta futura edificación sacra serviría,
además, con la finalización de las obras a partir de 1917, como lugar de
descanso eterno de los restos del párroco de la villa Antonio Muñoz Arteaga,
quien falleció en 1907 a la edad de 79 años, tras ejercer 39 su curato en la
localidad riotinteña. Ello se argumentó por ser el clérigo una figura muy
querida y admirada en dicha villa; pues, al decir de la época, el Padre Muñoz
donaba gran parte de sus ingresos como clérigo a los más necesitados, así como
un ofrecimiento constante de su servicio tanto material como espiritual a los
enfermos de la localidad. Así, por estas consideraciones, se dispuso su
traslado tras diez años enterrado en el cementerio municipal hacia la recién dispuesta
nueva fábrica parroquial de El Valle,
acompañando la procesión un gran número de vecinos deseosos de mostrarle su último respeto.
Finalmente, y en referencia al
acto simbólico de colocación de la primera piedra, se levantó acta del
acontecimiento, remitiéndose el original firmado a la Secretaría de Cámara y Gobierno del Arzobispado, y quedando guardado
una copia de éste en una caja metálica junto con diversas monedas y ejemplares
de periódicos de la época que sería depositada en los cimientos de la fábrica.
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