En
la segunda mitad del siglo XVI tuvo lugar el establecimiento de una
serie de fundaciones religiosas en la villa de Almonte por virtud de
Pedro de Gauna, canónigo de la catedral de Sevilla, quien residió,
a su vez, por veinte años en el convento de la localidad que él
mismo fundó y que se hallaba administrado por la Orden de los
Mínimos.
Esta
orden monástica fue fundada por fray Francisco de Paula en 1435,
tras haber convivido en el convento de San Marco Argentano de Cosenza
y aglutinar a diversos ermitaños que reuniría en el oratorio de San
Francisco de Asís, en la ciudad italiana de Paula. Desde allí,
fundarían diversos conventos en Calabria y Sicilia, teniendo sus
miembros una extraordinaria sobriedad, y obteniendo su regla en el
1493 por obra del Papa Alejandro VI y la bula Meritis religiosae
vitae. Dicha orden fue introducida en la península a través de
Francia, y sus miembros fueron llamados “Frailes de la Victoria”,
denominación obtenida tras relacionarse a la orden con la victoria
de la Fe cristiana sobre la islámica.
En
efecto, uno de los religiosos enviados por Paula a la península a
fin de lograr diversas fundaciones en su territorio, fray Bernardo
Buyl, siendo conocedor de las enormes dificultades presentadas
durante el asedio militar de Málaga, y tras un sueño revelador,
aconsejó al rey Fernando continuar con el cerco a la ciudad, algo
que finalmente hizo, siendo conquistada a los musulmanes en muy pocos
días, el 13 de agosto del año 1487. Este hecho motivó una gran
sensibilidad de la monarquía por la Orden y el permiso para el
establecimiento de fundaciones religiosas por todo el territorio
hispánico desde entonces.
Grabado de la obra "Regla, correctorio y ceremonias de los frayles de la Orden de los Mínimos" del año 1600. Fuente: www.us.es
De
otro lado, sería el 26 de mayo del año 1574 cuando Gauna firmó la
escritura de fundación del Convento de Mínimos, siendo ésta
la fundación religiosa más destacada de la villa almonteña en
aquél tiempo, estableciéndose en su propia vivienda y albergando
demás casas anexas; y que, según sus palabras, así lo determinó
porque “...de ello resultaría gran provecho espiritual para los
vecinos de la villa y de los pueblos comarcanos”, siendo ello
“...una de las principales causas que me an mobido á
procurar que en esta dha. billa y casas de mi morada se funde é
instituya el dho. Conbento é monasterio de la dha. Orden de los
Mínimos del Señor san Francisco de Paula”.
El
convento quedaría fundado bajo la advocación, en un primer momento,
de Jesús María, aunque al poco quedaría bajo la protección de
Nuestra Señora de la Victoria, muy venerada por la Orden de los
Mínimos. Quedó estipulado que este edificio habría de tener, al
menos, seis religiosos “quatro de ellos de misa y uno destos
quatro sea predicador y de los tres, dos confesores”, quienes
tendrían la obligación de celebrar tres fiestas solemnes anuales a
cambio de percibir una renta de doscientos ducados anuales que debían
reservarse para las futuras obras que necesitase el edificio, y así
pudiera quedar el monasterio “perfeccionado con su iglesia,
capilla, claustro, capítulo, celdas, ornamentos y demás cosas
necesarias al servicio de Dios Ntro Sor”.
Gauna
residiría en el propio edificio establecido como convento, en
habitaciones separadas que, a su muerte, serían anexadas a las
instalaciones del edificio. Igualmente, dispuso que fuera enterrado
en la capilla mayor de la iglesia, al tiempo que, desde su
fallecimiento, el patronato del Convento de Mínimos correspondiera
al duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán; pero, sabedor,
de las muchas necesidades y atenciones cotidianas de la orden, nombró
también patronos al Concejo, Justicia y Regimiento de la villa de
Almonte.
El beatificado fraile mínimo francés Francisco de Sales. Fuente: www.minimosenfamilia.blogspot.com
En
el acto de escritura de la fundación
del convento, y fiel a sus piadosas convicciones, Gauna advirtió de
que los religiosos habrían de poblarlo en los: “...quatro
meses primeros siguientes quedando en caso contrario
esta dha. escritura de
donación rresolula, deshecha, de ningún balor ni efeto,
bien así como si yo no la oviera fecho, ni otorgado.
De
igual forma, y acaecida la muerte de su fundador el 6 de marzo de
1594, los religiosos que habitaban el convento adquirieron diversas
responsabilidades; destacando, entre otras muchas, el socorro básico
del mantenimiento del culto de la ermita de Nuestra Señora del
Rocío, o de las Rocinas, al menos para la celebración de las
misas los domingos y días festivos, pues carecía de rentas fijas
propias y de limosnas cuantiosas que mantuviesen el templo religioso,
algo que hicieron, no sin reticencias y disputas motivadas por otras
autoridades eclesiásticas, hasta el 23 de noviembre del año 1670,
cuando se nombró capellán de la ermita a Francisco Albertos de
Reina, cura de Valencina.
Asimismo,
los mínimos tuvieron otras obligaciones entrado el siglo XVII, como
fue la atención de los enfermos de peste y la administración de los
Sacramentos a quienes se encontraban agonizantes. También en este
siglo se denota una incipiente era de prosperidad para la Orden, pues
en base a sus emolumentos y rentas obtenidas deciden construir una
iglesia de nueva planta más adecuada para el culto.
Iglesia de Nª Sra. de la Asunción en Almonte. Fuente: www.diphuelva.es
De
este modo continuó el quehacer diario de los religiosos de la Orden
también durante el siglo XVIII, ayudando a los lugareños, otorgando
parte de sus rentas para los menesterosos, asistiendo a enfermos y
efectuando las preceptivas misas en su convento. En efecto, a finales
de este siglo, el convento gozaba de su mayor apogeo, pues ya en 1775
el número de clérigos residentes ascendió a catorce, con unas
rentas de 9.396 reales, sin contar las limosnas que, según las
cuentas, ascendieron a 4.000 reales contabilizadas en períodos
quinquenales.
No
obstante, y sin disponer de fuentes documentales que analicen qué
pudo acontecer en los años finales del siglo XVIII, y entrado ya el
año 1804, nos informan las crónicas de un estado ruinoso de las
instalaciones del convento y la partida de varios miembros de la
congregación, así como la determinación de vender diversas
propiedades que le pertenecían. A ello se le sumarían las penurias
padecidas por muchas de las congregaciones religiosas de la nación
durante el Trienio Liberal, quedando prácticamente abandonado
el convento de mínimos de Almonte, siendo sus instalaciones ocupadas
por los vecinos pobres del municipio, para ser finalmente disuelto,
más de una década después, mediante las leyes desamortizadoras de
Mendizábal en el año 1835.
BIBLIOGRAFÍA:
-CRUZ
DE FUENTES, L. Documentos de las fundaciones religiosas y
benéficas de la villa de Almonte y apuntes para su historia.
Impr. Gálvez, Huelva, 1908.
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