¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

jueves, 6 de abril de 2017

Los pioneros de la aviación, en la ciudad de Huelva



La ciudad de Huelva mostró sus mejores galas durante los primeros días del mes de septiembre de 1911, pues las circunstancias excepcionales lo merecían. Se iban a celebrar las primeras “Fiestas de la Aviación” en la localidad, únicas de este tipo en España, pues hasta ese momento se realizaron exhibiciones aéreas en Barcelona, Sevilla, Bilbao o Badajoz. Esta celebración que, al propio decir de la prensa, era “…la más moderna, más atrayente y más sensacional, de cuantas en nuestro tiempo se celebran”, iba a congregar a los más afamados pioneros de la aviación, quienes podrían demostrar allí sus excelentes aptitudes y pericia a los mandos de los aeroplanos más modernos de la época. 

Ello motivó una enorme afluencia de público a la ciudad los días previos a la realización de los eventos aéreos (se estimaron los asistentes en unos diez mil), derivada no sólo por la venida de gentes procedentes de todos los pueblos de la provincia de Huelva, sino también de otras provincias limítrofes; quienes estaban deseosas de ver los últimos avances conseguidos en el dominio del aire por el hombre, pues todavía la ciencia de la aviación era un ámbito relativamente novedoso por aquellos años.

En efecto, el día elegido para iniciar las exhibiciones aéreas fue el 1 de septiembre por la tarde, e incluso esa misma mañana continuaban llegando a la capital trenes completamente llenos de personas, lo cuales procedían de las líneas de Riotinto, Zafra y Sevilla. Las calles bullían de personas, era imposible pasear en la Plaza de las Monjas, los comercios estaban colapsados y hubo de traerse carruajes desde Sevilla ex profeso para que aquéllos que lo desearan pudieran desplazarse más cómodamente por la ciudad.

Precisamente, en el tren procedente de Sevilla hizo su aparición en Huelva el as de la aviación española, Benito Loygorri Pimentel (1886-1976), a quien ya esperaban en la estación autoridades como el señor Aragón, vicepresidente de la Asociación de Caridad (organizadora de la fiesta) o los aviadores franceses Jean Mauvais y Georges Leforestier (1879-1911). Cabe decir que sólo unos meses antes, Loygorri, Mauvais y el piloto Léonce Garnier (1881-1963) habían constituido la llamada Sociedad de Aviación Franco-Hispano-Americana, a fin de divulgar el actual progreso de la aviación, realizando asimismo vuelos y exhibiciones por múltiples ciudades españolas, europeas y americanas.


 El pionero de la aviación española Loygorri en su monoplano. Fuente: www.aviaciondigital.com 

Durante la mañana los aviadores franceses habían estado comprobando el buen estado de sus aparatos en el Campo de Aviación, al tiempo que hasta allí ya comenzaban a llegar numerosas familias en carruajes con sus meriendas y en los ripperts (vehículos con la caja más pequeña que el tranvía y de un solo piso, con ruedas forradas de caucho) para buscar una buena posición desde la que observar la primera exhibición aérea de la tarde.

En principio, se determinó que Mauvais (primer piloto aviador en España que voló de Madrid a Alcalá de Henares el 10 de octubre de 1910) volaría ese día, pero, debido a un ataque de reuma, fue sustituido en el orden del programa por su compañero Leforestier, pues tampoco estaba aún el avión de Loygorri, un monoplano Moranne, el cual llegaría días días más tarde a Huelva. 


      El aviador francés Jean Mauvais, que estaba afincado en España. Fuente: www.bne.es

A las seis de la tarde, bajo una temperatura de 38º C, la multitud de espectadores ya estaba acomodada en las inmediaciones del Campo de Aviación, al igual que en el palco de autoridades, reservado a las familias del gobernador civil, del gobernador militar y demás cargos políticos e institucionales. Todo estaba dispuesto, había una cama de operaciones en los hangares con dos vigilantes doctores para cualquier incidencia que pudiera acontecer, y las fuerzas del orden estaban dispuestas en el perímetro, representadas por la Guardia Civil de caballería y el cuerpo de carabineros. 

Transcurridos diez minutos, apareció el monoplano de Mauvais desde el hangar, al que se acercaron los aviadores Leforestier y Loygorri para comprobar el motor del aparato, accionando la hélice mientras conversaban durante unos instantes para planificar el vuelo. Según narran las crónicas, el aparato de Mauvais, pilotado por Leforestier, rodó por la pista unos doscientos cincuenta metros antes de elevarse y, cuando lo hizo, giró hacia la izquierda del Campo de Aviación, al tiempo que se oían las composiciones tocadas por la banda municipal de música. Ya en el aire, el avión viró sobre El Polvorín, se elevó más al sobrevolar la zona de El Rincón, cruzó la carretera de Sevilla volando por encima de La Cinta (logrando ahí una altura de 450 metros), prosiguió por encima del cementerio, volvió por encima de la plaza de La Merced, cruzó la Alameda Sundheim y, finalmente, tomaría suelo en el campo de Aviación, aunque bruscamente, pues se incrustó y desencajó la rueda del tren de aterrizaje en el instante de tomar contacto con el terreno. 

El vuelo duró nueve minutos y, cuando el piloto francés se bajó del avión, la emocionada multitud se puso en pie a aplaudirle su gesta, mientras que los más jóvenes corrían hacia él mientras que otros lo aplaudían y vitoreaban. Tras este exitoso vuelo inicial, habría que esperar al día 4 de septiembre para que continuasen otros, pues aún no había llegado el avión de Loygorri (facturado en la estación de trenes madrileña desde hacía días) y, tras el aterrizaje de Leforestier, era necesario reparar las ruedas del aparato de Mauvais, algo que tomaría hasta el día 3 por la tarde. Precisamente, a la una de ese mismo día, llegó en un vagón-batea el avión del piloto español, de unos 175 Kg. de peso y 6´50 m. de longitud, con sistema de aterrizaje Farmann, altímetro y taxímetro; siendo transportado desde la estación hasta el aeródromo y, una vez allí, ensambladas las piezas junto al motor, de siete cilindros giratorios que revolucionaban al tiempo que las hélices, las cuales tenían 2´50 m. de diámetro.


 El aviador francés Georges Leforestier. Fuente: www.huelvainformacion.com

Reanudada la jornada festiva, se dispone todo para que en la tarde del 4 de septiembre prosigan los vuelos de los monoplanos sobre la ciudad. En torno a las seis de la tarde, estaba todo dispuesto para que Loygorri comenzase la exhibición, pero debido a fuertes rachas de viento que no cesaban, se decidió posponer el espectáculo aéreo durante una hora. Así, pasado ese tiempo, y echándose la noche encima, el aviador español decide finalmente no volar, por lo que su compañero Leforestier, sabedor que el Gobernador preguntaba si los pilotos volarían o no para suspender los actos ese día, se decidió a emprender el vuelo a pesar del fuerte viento reinante. 

De tal modo, y tras recorrer ciento cincuenta metros, se elevó con su aparato en dirección opuesta a los palcos, pero, transcurridos solamente dos minutos en aire, el piloto francés trató de girar nuevamente en dirección a la pista, pues parecía que no podía gobernar el avión con tan fuertes vientos. Así, sin poder virar, el avión comenzó a descender con rapidez en posición vertical, estrellándose instantes después, al tiempo que se oyó una explosión seguida de un incendio en el aparato. El público asistente quedó aterrado por lo sucedido e inmediatamente el Gobernador dio orden a las fuerzas de la Guardia Civil de ir al lugar del siniestro para socorrer al piloto e impedir el paso del público. No obstante, el avión cayó a escasos diez metros de la línea férrea, que también estaba invadida de espectadores.

Finalmente, Leforestier fue encontrado en el lugar del accidente ya cadáver. Poco a poco la noticia fue divulgándose por toda la ciudad y se suspendieron los actos en señal de duelo por la tragedia acontecida, al tiempo que una comisión procedente del Juzgado de Huelva se dirigía a inspeccionar el lugar del accidente y autorizar el enterramiento del piloto. De tal forma, una multitud de onubenses, así como de oficiales y tripulación del buque francés “La Madeleine”, que se hallaba en el puerto, y en torno a las nueve de la noche, acompañó en señal de respeto el traslado de Leforestier por las calles de Huelva hasta el cementerio de San Sebastián, donde fue finalmente enterrado.


 Estado del avión de Leforestier tras el impacto. Fuente: www.abc.es

Sin embargo, y a pesar de la desgracia ocurrida, la ciudad de Huelva quedará ligada para siempre con los inicios de la aviación en España por esta pionera celebración aeronáutica, al tiempo que dio descanso eterno al piloto galo que quiso elevarse al cielo onubense aun cuando no le correspondía hacerlo, pero fue su enorme pasión por volar la que le obligó, agradeciendo asimismo el gran acogimiento y cariño que la ciudad onubense le brindó días antes por sus magníficas hazañas en el aire.

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