¿Qué es la Historia?

"La Historia cuenta lo que sucedió, la Poesía lo que debía suceder"

Aristóteles (384-322 a.C.)

domingo, 9 de abril de 2017

La epidemia de cólera de 1833 en Huelva



En 1833 la península Ibérica fue afectada en su totalidad por una pandemia de cólera morbo, una terrible enfermedad para la época que ya hizo estragos años antes en países de Europa como Polonia, Alemania, Hungría, Austria o Inglaterra, afectando por igual a todas las clases sociales.   

Existen diversas opiniones acerca de cómo penetró la enfermedad en territorio onubense, pues la historiografía decimonónica culpa de ello a la entrada de un cuerpo de ejército procedente de Portugal, aunque a día de hoy resulta más plausible la teoría que afirma que se transmitió en nuestra provincia a través del tráfico marítimo.  

La epidemia perduraría desde agosto de 1833 hasta enero de 1835 en territorio andaluz, siendo su progresión de tipo pendular; esto es, dándose focos alternativos tanto en el oeste de la región como en su parte este. El miedo a esta enfermedad, tanto por la rapidez de su propagación como por sus enormes efectos en la población, hizo que se adoptasen de inmediato medidas conducentes a limitar los casos de potenciales afectados. 

En este sentido, se determinó efectuar un cierre de fronteras con Portugal y limitar la libre circulación de personas, a excepción de concretos puntos de acceso dispuestos previamente por las autoridades, estableciéndose asimismo cuarentenas y cordones sanitarios diversos. En lo afectante a Huelva, se determinó su incomunicación completa y, debido al surgimiento de nuevos brotes un año más tarde en otras villas y ciudades, se aplicaría de nuevo este sistema al territorio andaluz en su conjunto, disponiendo para ello de un amplio cordón sanitario efectuado por tropas de línea que protegieron el territorio desde Fregenal de la Sierra hasta Lorca. 


 Grabado con mujeres que cuidan a enfermos del cólera en el s. XIX. Fuente: www.abc.es

En lo que respecta a la provincia, y desde los días 17 al 22 de agosto de 1833, hubo treinta y dos personas infectadas, de las cuales doce resultaron muertas, ocho enfermas consideradas graves, once leves y una convaleciente; aunque lo cierto es que a partir del día 22 no existía rastro alguno de la enfermedad en los pueblos, a excepción de la capital. Un grupo de facultativos procedentes de Trigueros sobrepasaron el cordón sanitario para conocer la situación de primera mano, conversando con los médicos de Huelva, quienes, según sus propias palabras, afirmaron que “…el mal era el cólera-morbo, pero muy benigno en las personas exentas de vicios y acostumbradas a buen régimen, pues una de esta clase que cayó enferma el 21, estaba ya fuera de peligro en la tarde del 22”.

Así, en lo referente a las medidas adoptadas contra la propagación del cólera en la ciudad de Huelva, debemos atender a las informaciones dadas por la Real Orden publicada el 29 de agosto de 1833, la cual fue la respuesta a los avisos emitidos desde la Junta Superior de Sanidad de Andalucía. De tal modo, se determinó, en primer lugar “…el acordonamiento de la villa de Huelva, dispuesto por el capitán general de Andalucía”. Asimismo, se vigilaron “…los pueblos que se hallan situados al radio de diez leguas de la villa de Huelva, y se establecerá a la referida distancia tan pronto como sea posible el segundo cordón de tropas repartidas en los puntos y cruceros que designe el capitán general”.

De otro lado, estas operaciones de “estado de excepción” iban a completarse con la adopción de “…disposiciones convenientes para que, en la villa de Huelva, u otro punto que pueda contagiarse, no falten víveres ni ninguno de los artículos necesarios para la subsistencia de sus habitantes, y para la curación y asistencia de los enfermos y convalecientes”. Igualmente, con especial atención se atendió también al medio marítimo, por ser un posible foco de entrada de la enfermedad, en tales términos: “…se prohíbe la salida al mar, no solo de las embarcaciones surtas en Huelva ó que hubiesen de desembocar el rio Odiel, sino también de las que deban salir por el Río-Tinto”, al tiempo que se recibirían en la ciudad a los buques en calidad de “patente sospechosa”.

Finalmente se dispuso que “…si penetrase el contagio hasta la capital de la provincia de Sevilla, el capitán general y las autoridades centrales o provinciales saldrán de ella conforme a lo prevenido en la Real resolución de 17 de agosto de 1813, pero deberán permanecer dentro de la capital sus autoridades locales y municipales”.


 El conde de Ofalia (1775-1847), presidente de la Junta Suprema de Sanidad, firmante de la R.O. con medidas para atenuar el cólera en Huelva. Fuente: www.senado.es

Sin embargo, estas drásticas medidas fueron pronto eliminadas, al constatarse que no produjeron la efectividad deseada y, dificultaban considerablemente asimismo gran parte de la actividad comercial efectuada, prefiriéndose realizar como alternativa un exhaustivo saneamiento urbano y una atención más específica y paliativa a los enfermos coléricos. 

Aun así, entre el 9 de agosto de 1833 y el 28 de septiembre de 1834, los estragos de la pandemia en Huelva, ciudad con 7.173 habitantes en aquel año, fueron los siguientes: se detectaron un total de setecientas veinte personas infectadas, de las cuales murieron doscientas cuarenta y una; siendo, por tanto, treinta y tres el valor para la tasa de letalidad e igual valor para la tasa de mortalidad.

jueves, 6 de abril de 2017

Los pioneros de la aviación, en la ciudad de Huelva



La ciudad de Huelva mostró sus mejores galas durante los primeros días del mes de septiembre de 1911, pues las circunstancias excepcionales lo merecían. Se iban a celebrar las primeras “Fiestas de la Aviación” en la localidad, únicas de este tipo en España, pues hasta ese momento se realizaron exhibiciones aéreas en Barcelona, Sevilla, Bilbao o Badajoz. Esta celebración que, al propio decir de la prensa, era “…la más moderna, más atrayente y más sensacional, de cuantas en nuestro tiempo se celebran”, iba a congregar a los más afamados pioneros de la aviación, quienes podrían demostrar allí sus excelentes aptitudes y pericia a los mandos de los aeroplanos más modernos de la época. 

Ello motivó una enorme afluencia de público a la ciudad los días previos a la realización de los eventos aéreos (se estimaron los asistentes en unos diez mil), derivada no sólo por la venida de gentes procedentes de todos los pueblos de la provincia de Huelva, sino también de otras provincias limítrofes; quienes estaban deseosas de ver los últimos avances conseguidos en el dominio del aire por el hombre, pues todavía la ciencia de la aviación era un ámbito relativamente novedoso por aquellos años.

En efecto, el día elegido para iniciar las exhibiciones aéreas fue el 1 de septiembre por la tarde, e incluso esa misma mañana continuaban llegando a la capital trenes completamente llenos de personas, lo cuales procedían de las líneas de Riotinto, Zafra y Sevilla. Las calles bullían de personas, era imposible pasear en la Plaza de las Monjas, los comercios estaban colapsados y hubo de traerse carruajes desde Sevilla ex profeso para que aquéllos que lo desearan pudieran desplazarse más cómodamente por la ciudad.

Precisamente, en el tren procedente de Sevilla hizo su aparición en Huelva el as de la aviación española, Benito Loygorri Pimentel (1886-1976), a quien ya esperaban en la estación autoridades como el señor Aragón, vicepresidente de la Asociación de Caridad (organizadora de la fiesta) o los aviadores franceses Jean Mauvais y Georges Leforestier (1879-1911). Cabe decir que sólo unos meses antes, Loygorri, Mauvais y el piloto Léonce Garnier (1881-1963) habían constituido la llamada Sociedad de Aviación Franco-Hispano-Americana, a fin de divulgar el actual progreso de la aviación, realizando asimismo vuelos y exhibiciones por múltiples ciudades españolas, europeas y americanas.


 El pionero de la aviación española Loygorri en su monoplano. Fuente: www.aviaciondigital.com 

Durante la mañana los aviadores franceses habían estado comprobando el buen estado de sus aparatos en el Campo de Aviación, al tiempo que hasta allí ya comenzaban a llegar numerosas familias en carruajes con sus meriendas y en los ripperts (vehículos con la caja más pequeña que el tranvía y de un solo piso, con ruedas forradas de caucho) para buscar una buena posición desde la que observar la primera exhibición aérea de la tarde.

En principio, se determinó que Mauvais (primer piloto aviador en España que voló de Madrid a Alcalá de Henares el 10 de octubre de 1910) volaría ese día, pero, debido a un ataque de reuma, fue sustituido en el orden del programa por su compañero Leforestier, pues tampoco estaba aún el avión de Loygorri, un monoplano Moranne, el cual llegaría días días más tarde a Huelva. 


      El aviador francés Jean Mauvais, que estaba afincado en España. Fuente: www.bne.es

A las seis de la tarde, bajo una temperatura de 38º C, la multitud de espectadores ya estaba acomodada en las inmediaciones del Campo de Aviación, al igual que en el palco de autoridades, reservado a las familias del gobernador civil, del gobernador militar y demás cargos políticos e institucionales. Todo estaba dispuesto, había una cama de operaciones en los hangares con dos vigilantes doctores para cualquier incidencia que pudiera acontecer, y las fuerzas del orden estaban dispuestas en el perímetro, representadas por la Guardia Civil de caballería y el cuerpo de carabineros. 

Transcurridos diez minutos, apareció el monoplano de Mauvais desde el hangar, al que se acercaron los aviadores Leforestier y Loygorri para comprobar el motor del aparato, accionando la hélice mientras conversaban durante unos instantes para planificar el vuelo. Según narran las crónicas, el aparato de Mauvais, pilotado por Leforestier, rodó por la pista unos doscientos cincuenta metros antes de elevarse y, cuando lo hizo, giró hacia la izquierda del Campo de Aviación, al tiempo que se oían las composiciones tocadas por la banda municipal de música. Ya en el aire, el avión viró sobre El Polvorín, se elevó más al sobrevolar la zona de El Rincón, cruzó la carretera de Sevilla volando por encima de La Cinta (logrando ahí una altura de 450 metros), prosiguió por encima del cementerio, volvió por encima de la plaza de La Merced, cruzó la Alameda Sundheim y, finalmente, tomaría suelo en el campo de Aviación, aunque bruscamente, pues se incrustó y desencajó la rueda del tren de aterrizaje en el instante de tomar contacto con el terreno. 

El vuelo duró nueve minutos y, cuando el piloto francés se bajó del avión, la emocionada multitud se puso en pie a aplaudirle su gesta, mientras que los más jóvenes corrían hacia él mientras que otros lo aplaudían y vitoreaban. Tras este exitoso vuelo inicial, habría que esperar al día 4 de septiembre para que continuasen otros, pues aún no había llegado el avión de Loygorri (facturado en la estación de trenes madrileña desde hacía días) y, tras el aterrizaje de Leforestier, era necesario reparar las ruedas del aparato de Mauvais, algo que tomaría hasta el día 3 por la tarde. Precisamente, a la una de ese mismo día, llegó en un vagón-batea el avión del piloto español, de unos 175 Kg. de peso y 6´50 m. de longitud, con sistema de aterrizaje Farmann, altímetro y taxímetro; siendo transportado desde la estación hasta el aeródromo y, una vez allí, ensambladas las piezas junto al motor, de siete cilindros giratorios que revolucionaban al tiempo que las hélices, las cuales tenían 2´50 m. de diámetro.


 El aviador francés Georges Leforestier. Fuente: www.huelvainformacion.com

Reanudada la jornada festiva, se dispone todo para que en la tarde del 4 de septiembre prosigan los vuelos de los monoplanos sobre la ciudad. En torno a las seis de la tarde, estaba todo dispuesto para que Loygorri comenzase la exhibición, pero debido a fuertes rachas de viento que no cesaban, se decidió posponer el espectáculo aéreo durante una hora. Así, pasado ese tiempo, y echándose la noche encima, el aviador español decide finalmente no volar, por lo que su compañero Leforestier, sabedor que el Gobernador preguntaba si los pilotos volarían o no para suspender los actos ese día, se decidió a emprender el vuelo a pesar del fuerte viento reinante. 

De tal modo, y tras recorrer ciento cincuenta metros, se elevó con su aparato en dirección opuesta a los palcos, pero, transcurridos solamente dos minutos en aire, el piloto francés trató de girar nuevamente en dirección a la pista, pues parecía que no podía gobernar el avión con tan fuertes vientos. Así, sin poder virar, el avión comenzó a descender con rapidez en posición vertical, estrellándose instantes después, al tiempo que se oyó una explosión seguida de un incendio en el aparato. El público asistente quedó aterrado por lo sucedido e inmediatamente el Gobernador dio orden a las fuerzas de la Guardia Civil de ir al lugar del siniestro para socorrer al piloto e impedir el paso del público. No obstante, el avión cayó a escasos diez metros de la línea férrea, que también estaba invadida de espectadores.

Finalmente, Leforestier fue encontrado en el lugar del accidente ya cadáver. Poco a poco la noticia fue divulgándose por toda la ciudad y se suspendieron los actos en señal de duelo por la tragedia acontecida, al tiempo que una comisión procedente del Juzgado de Huelva se dirigía a inspeccionar el lugar del accidente y autorizar el enterramiento del piloto. De tal forma, una multitud de onubenses, así como de oficiales y tripulación del buque francés “La Madeleine”, que se hallaba en el puerto, y en torno a las nueve de la noche, acompañó en señal de respeto el traslado de Leforestier por las calles de Huelva hasta el cementerio de San Sebastián, donde fue finalmente enterrado.


 Estado del avión de Leforestier tras el impacto. Fuente: www.abc.es

Sin embargo, y a pesar de la desgracia ocurrida, la ciudad de Huelva quedará ligada para siempre con los inicios de la aviación en España por esta pionera celebración aeronáutica, al tiempo que dio descanso eterno al piloto galo que quiso elevarse al cielo onubense aun cuando no le correspondía hacerlo, pero fue su enorme pasión por volar la que le obligó, agradeciendo asimismo el gran acogimiento y cariño que la ciudad onubense le brindó días antes por sus magníficas hazañas en el aire.

lunes, 3 de abril de 2017

La inauguración del monumento a la Fe Descubridora en Huelva



La lluviosa mañana del 21 de abril del año 1929 fue el momento elegido para inaugurar el monumento a la Fe Descubridora o, como refería la prensa de la época, el monumento a Colón; sin duda uno de los monumentos más representativos que posee la ciudad de Huelva. 


Los actos comenzaron temprano, en torno a las once y diez de la mañana, cuando llegaron las autoridades civiles y militares a la glorieta en la que se sitúa el monumento. Allí ya estaba instalado un pequeño altar con la imagen de la Virgen de la Cinta, Patrona de Huelva, en tanto que testigo de honor de tan solemne inauguración para la ciudad.


Asimismo, se había dispuesto a la entrada del monumento una guardia de honor formada por un destacamento de la tripulación del crucero español “Almirante Cervera”, mientras que otra compañía, perteneciente al crucero estadounidense “Raleigh”, hacía lo propio por el flanco izquierdo del monumento. Los primeros en aparecer, con uniforme de gala y tras cruzar esa guardia de militares, fueron el Jefe del Gobierno Miguel Primo de Rivera, el ministro de Marina Mateo García de los Reyes y, en representación de la monarquía, el infante Don Carlos. 



 Desfile de marineros estadounidenses en el acto de inauguración del monumento. Fuente: www.lillustration.com

Tras la llegada del resto de autoridades al lugar se iniciaron los actos, siendo el primero de ellos la bendición del monumento por parte del arcipreste Román Clavero para, acto seguido, y formando los presentes en torno a la autora de la obra, Gertrude Vanderbilt Whitney, escuchar el discurso de Ogden Hammond, embajador de Estados Unidos en España. 


El diplomático hizo alusión a la satisfacción que le producía “…entregar este monumento, donativo del pueblo de los Estados Unidos a España”, al tiempo que se refería a la importancia trascendental de la gesta colombina del Descubrimiento de América para, finalmente, dedicar unas palabras a la célebre escultora Whitney: “…cuyo genio artístico ha creado un monumento que no sólo simboliza la fe de los católicos reyes y el valor de Cristóbal Colón, sino que recuerda noblemente el sentimiento, la amistad y la gratitud que el pueblo de los Estados Unidos siente hacia la nación española”.


Concluyó el embajador estadounidense su discurso leyendo un mensaje telegrafiado por el propio Presidente de los Estados Unidos, Herbert Clark Hoover, el cual reiteraba la estima que mantenía el pueblo americano hacia el español, así como sus mejores deseos a la nación que favoreció los descubrimientos colombinos.



 Momento de la alocución del embajador de Estados Unidos en España a las autoridades presentes. Fuente: www.bne.es



Tras esta alocución, se produjo la réplica por parte del Jefe del Gobierno español, Primo de Rivera. En efecto, el marqués de Estella hizo referencia al “…deseo de honrar la insuperable gloriosa memoria de Cristóbal Colón y de sus colaboradores, y de los reyes españoles que los alentaron”. Prosiguió el militar alabando también las virtudes artísticas de la señora Whitney y refiriéndose, al mismo tiempo, a la grandeza de la nación estadounidense y la nobleza de las palabras de su presidente.  


Una vez acabaron los discursos, desfilaron marcialmente las dotaciones de los cruceros delante de las autoridades allí congregadas como colofón de los actos en las inmediaciones del monumento. Así, tras su conclusión, se celebraría un banquete para un total de trescientos comensales en la Punta del Sebo, presidido por el infante Don Carlos, y entre los que se encontraban diplomáticos, militares, miembros de la nobleza y diversas autoridades políticas; quienes festejaron con un brindis final la inauguración de tan magna y simbólica obra para nuestra ciudad.