Una de las fuentes de
información para conocer cómo se celebraba la Navidad en Huelva
durante el siglo XIX y, en particular, la Nochebuena, nos viene dada
por un relato o cuento anónimo que fue publicado en la prensa local
en el año 1892; pero que, a su vez, refería un mismo ceremonial que
se venía repitiendo en un gran número de hogares onubenses desde
finales del siglo XVIII.
Este relato navideño, ya
fuese publicado por un ciudadano o, a tenor de la manera de escribir,
por un redactor que deseaba ilustrar de manera más cercana esta
celebración cristiana en nuestra ciudad, comienza narrando los
preparativos para la colocación del Nacimiento o Portal de
Belén en una casa a principios de diciembre de un año
indeterminado en los comienzos del siglo decimonoveno.
En efecto, esta tradición
de colocar las figuras en los hogares españoles que reproducían las
escenas de la natividad de Jesús, y que fue implantada en la
península desde el reino de Nápoles por el rey Carlos III en torno
a 1760, significaba de facto el inicio de la celebración de las
fiestas de Navidad. Asimismo, esta costumbre católica conviviría en
algunas localidades de nuestra provincia, a partir de la segunda
mitad del siglo XIX, con la colocación en algunas casas del
denominado “árbol de Noel”, como sucedía al menos desde
el año 1917, tratándose de una antigua tradición anglosajona del
siglo VIII protagonizada por el obispo britano San Bonifacio, y cuya
implantación arribaría a esta tierra por medio de las sucesivas
instauraciones del capital minero de origen extranjero.
Grabado de la celebración de la Nochebuena en una vivienda de Londres en 1858. Fuente: www.bjws.blogspot.com
También, los días
previos al de Nochebuena, los hombres acostumbraban a reunirse con
los amigos y sus compañeros en los círculos mercantiles o en los
casinos, como celebración social previa a la reunión familiar que
se conmemoraba la noche del 24 de diciembre; mientras que las madres
y niños preparaban el hogar encendiendo el fuego de la chimenea,
prendiendo los braseros o también añadiendo más adornos al
Nacimiento, mientras
las abuelas explicaban a sus nietos el origen y significación de las
fechas de Navidad una vez que éstos, al acabar sus clases, llegaban desde las afueras de la ciudad de coger ramas de boj, olivo, laureles y
naranjos como adornos naturales para el Portal.
Éste se destinaba en una
amplia habitación, en una gran mesa con diversos objetos sobre los
que se extendía una sábana o manta que habría de amoldarse para
conformar, poco a poco, un relieve montañoso y fluvial que se
asemejase al de Oriente Próximo del siglo I. No faltaba, por
supuesto, la representación del pesebre que acogía al Hijo de
Dios, acostado sobre la paja y custodiado por las figuras de la
Virgen María y San José, quienes estaban rodeados por la mula y el
buey, así como por una ingente cantidad de pastores que acudían a
adorar al Redentor desde sus humildes casitas que se hallaban
diseminadas por todo el espacio que ocupaba el Nacimiento.
Asimismo, sobre esta
representación bíblica de la natividad de Cristo, se dejaban ver
varias figuras angelicales que portaban una inscripción latina:
“Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae
voluntatis”, en tanto
que mensajeros enviados para transmitir la Buena Nueva a un
territorio figurado en el que predominaban, entre otros, las
lavanderas en el río, los pastores con sus rebaños, los cargadores
de hortalizas en mulas, los tranquilos pescadores de río, estando
todos ellos rodeados de molinos, cercas, vallados, huertas y las
lejanas murallas de las ciudades que atravesarían los tres magos con
sus presentes para el recién nacido.
Grabado con escenas de la celebración de la Nochebuena en España a finales del siglo XIX. Fuente: www.bne.es
Llegado el día 24 de
diciembre, y ya en torno a las ocho de la tarde, se consideraba
apropiado el comenzar la celebración de la Nochebuena con la
iluminación de todo el Nacimiento, al tiempo que alguien
abría una caja de música para acompañar sonoramente tan ansiada
inauguración. Ello producía grandes muestras de alegría entre
todos los miembros de la familia, quienes, de forma inmediata,
tomaban diversos instrumentos de música tradicionales para acompañar
con cánticos de villancicos.
Por su parte, en la
cocina, y al calor de su chimenea, se ultimaba la preparación de los
dulces típicos de estas fechas, en especial hojuelas y
pestiños, que a buen seguro acompañarían al turrón una vez
que acabase la tradicional cena a base de marisco, pescados,
aceitunas aliñadas, carnes y frutas, acompañando a todos estos
alimentos un mosto o un vino de Jerez. Concluida esta comida
familiar, comenzaban a oírse por las calles los grupos de niños que
solicitaban por las casas el aguinaldo navideño, consistente por lo
general en castañas asadas, peros, naranjas o nueces, mezclándose
con el resto de personas que acudían en número a las iglesias para
asistir a la “misa del gallo”.
Igualmente, las calles se
encontraban rebosantes de personas desde primera hora de la tarde,
cuando las familias onubenses salieron a pasear y comprar los últimas
vituallas navideñas necesarias para la cena prevista; cruzándose
con numerosos soldados y marineros de permiso, o con otros ciudadanos
que denotaban cierta embriaguez tras sucumbir a los placeres del vino
que, como era costumbre, se servía con especial significación los
días de fiesta más destacados del año.
Escena de compras navideñas los días previos al de Nochebuena. Fuente: www.bne.es
El ritual para que los
más jóvenes entrasen en las casas a ver los nacimientos expuestos,
consistía en solicitar permiso desde la calle mediante la
formulación de la siguiente frase: “Ave María Señoras, buenas
noches caballeros, la zambomba está a la puerta. Licencia para
entrar dentro”. A su vez, y si este permiso era concedido, se
respondía desde la casa: “Entre la zambomba, entre sin cuidado,
que el amo de la casa la licencia ha dado”. No obstante, si
estos pequeños pedigüeños buscaban además algunas monedas,
entonaban la siguiente oración: “Castañas y nueces, peros y
dinero, todo recibimos; ande usted ligero” y, si esta
pretensión era finalmente aceptada, volvían a contestar: “Por
la ventanilla vemos relumbrar, la peseta en plata que nos van a dar”.
Una vez dentro, se les
ofrecía comida de igual modo que si se tratase de un miembro de la
familia, siendo la cocina el lugar hacia donde transitaban estos
jóvenes invitados, ya que el retorno de la iglesia se manifestaba en
una continuación de la celebración, cantándose populares
villancicos y otras coplas en torno al fuego; empleándose las
tradicionales zambombas y panderetas, hasta las dos de la mañana,
momento en que se decide el concluir la fiesta, pues el día de
Navidad los miembros de la familia habrán de acudir aún a las dos
misas preceptivas restantes, la de la Aurora y la del día.